Esta historia, me la contaron unos pescadores hace ya algún tiempo una de esas noches en las que el alcohol y el aburrimiento conspiran para dar rienda suelta a la imaginación. No tengo forma de comprobar si es verídica o no, pero el lujo con el que me describieron los detalles, la forma en la que susurraban mirando hacia los costados del bote y el terror reflejado en sus caras, curtidas en la furia del océano, me dió mucho que pensar.
Según me contaron, en la costa norte del país hay un pequeño pueblo de pescadores que se ubica justo al lado de un estuario, dónde el capricho de la naturaleza formó un profundo canal natural. Por la coloración oscura de sus aguas los lugareños lo conocían como "Aguas Negras"; nombre que también había adoptado el pueblito.
En aquel lugar vivía un hombre llamado Manuel. Este sujeto era conocido por tres cosas: La primera es que no decía palabra alguna, no porque fuera sordomudo o porque lo afectara alguna enfermedad, Manuel no hablaba porque no quería. Su segunda característica, era que no sabía nadar, de hecho, sentía una especie de miedo crónico por el mar. Y por último, y está quizá era su principal característica y por la que todo el mundo lo reconocía, Manuel siempre andaba con un arpón de ballenero. Un accesorio un tanto inútil para alguien que no se acerca al agua, pero que aún así, se había convertido con el paso de los años en una extensión más del cuerpo de aquel hombre.
Un sujeto como aquel, que no sabía nadar y que le tenía miedo al agua habría tenido una vida difícil en un pueblo de pescadores; pero a Manuel nadie lo criticaba. De hecho, los lugareños lo ayudaban, dándole trabajo en tareas que no implicaran hacerse a la mar con un bote. Este tratamiento especial se debía a que Manuel tenía un pasado un tanto oscuro. Cuando era niño, él, su padre y sus hermanos, habían salido a pescar una mañana, cómo hacían casi todos los días, solo que ese en específico tuvieron un encuentro con una terrible bestia conocida en aquella región con el apelativo de "Submarino".
El Submarino era una criatura de tamaño descomunal, casi mitológico, que asolaba las costas de aquella zona. Era tristemente célebre por destrozar los botes y devorar a todos sus ocupantes. Los pescadores lo veneraban como si de un antiguo dios marino se tratase, al punto de dedicarle ofrendas antes de salir a pescar. Nadie había sobrevivido a un ataque de aquella bestia. Solamente Manuel, por alguna razón desconocida, había logrado escapar. Lo encontraron flotando entre los restos del bote de su padre, medio muerto de la sed y con el arpón en las manos; al parecer el muchacho había logrado, de alguna manera, herir al monstruo obligándolo a retirarse. Desde ese día, producto del traumático evento, el niño no había hablado, no había entrado al agua y cada vez que alguien del pueblo hacía mención de la criatura, comenzaba a temblar y a sollozar, víctima de un terror paralizante.
Una tarde de enero, Manuel estaba intentando tallar una figurita de madera de deriva, cuando unos pescadores se le acercaron a pedirle que fuera a hacerles un encargo.
Manuel los miró con seriedad y luego señaló hacia el sol poniente; no le gustaba que lo cogiera la noche haciendo mensajería, pero los pescadores insistieron, prometiéndole pago doble.
Cómo era una oferta difícil de despreciar, Manuel agarró su bicicleta y salió en busca del encargo.
Para llegar al bodegón era necesario cruzar el canal. Habían dos formas de hacerlo, una era por un puente que pasaba por la carretera, un poco alejado del pueblo y la otra era a través de una especie de muelle flotante, improvisado por los mismos pescadores para acortar distancias.
Manuel, por supuesto, decidió tomar el camino más largo.
Al llegar al bodegón saludó con un gesto amigable al dependiente, al tiempo que señalaba el estante de los cigarros.
Ya se estaba preparando para regresar cuando se dió cuenta de que la rueda delantera de su bicicleta estaba pinchada.
Al verlo al punto de la desesperación el encargado del bodegón intentó convencerlo de que cruzara por el muelle flotante.
Manuel dudó, pero finalmente tuvo que reconocer que el encargado tenía razón, el muelle era seguro, además, si se iba por el otro camino de seguro lo sorprendería la noche antes de poder llegar al pueblo.
El encargado lo acompañó hasta el borde del canal y le dió unas palmadas en los hombros para infundirle valor.
Las balsas que conformaban el muelle flotante mostraban una estructura fuerte y tenían buena flotabilidad; además las aguas del canal eran en extremo tranquilas.
Los primeros pasos fueron los más difíciles, aunque poco a poco fue ganando seguridad en su andar.
Todo parecía ir bien y casi llegaba a la boya de señalización cuando se detuvo en seco, le había parecido ver una gigantesca sombra negra deslizarse lentamente por debajo del muelle.
Miró con desesperación a todas partes, pero las aguas se mantenían tan tranquilas como siempre, avanzó lentamente, sujetando con fuerza el arpón. Quizá todo había sido un producto de su imaginación, una absurda fabricación de su miedo al mar.
Por otro lado, el estuario, el canal y toda esa zona de la costa eran muy abundantes en peces, algunos de ellos bastante grandes.
¡Ahí estaba de nuevo, la silueta oscura de una inmensa criatura marina acababa de pasar justo por debajo de él! Y esta vez había rozado el muelle causando un ligero vaivén.
Manuel se paralizó, una película de sudor le cubrió la frente y un escalofrío recorrió su espalda. Intentó preparar el arpón pero el temblor de sus manos se lo impidió. Ningún pez de los que habitaban la zona era tan grande como aquella bestia.
El hombre observaba con pánico las oscuras aguas, pero todo se mantenía tranquilo, como si la misteriosa criatura se hubiera perdido en la insondable profundidad del canal. Manuel estaba de pie, tratando de mantener la calma, su instinto le decía que corriera con todas sus fuerzas, pero sus pies se negaban a moverse.
Una aleta dorsal, tan alta como una persona, emergió a su izquierda, para luego desaparecer nuevamente de la vista. Manuel sintió que le faltaba la respiración, al tiempo que horribles imágenes de su pasado volvían a cobrar vida en su mente. ¡Aquella aleta! El la reconocía perfectamente; llena de agujeros y viejas cicatrices, era la misma aleta que había precedido el desastre aquel fatídico día en el bote de su padre.
Cómo si fuera capaz de leerle la mente, el gigantesco tiburón prehistórico emergió sin previo aviso destrozando el muelle flotante de una sola mordida.
Manuel salió disparado por el impacto y las frías aguas del canal lo envolvieron. Giró sin control tratando de aguantar la respiración, algo lo rozó por el costado pero nunca supo que fue, luego vislumbró unas tablas, trató de aferrarse a ellas pero se le escaparon de las manos. Volvió a hundirse y sintió algo metálico a su espalda, lo asió con todas sus fuerzas y salió a la superficie agarrado a la boya de señalización.
A su alrededor, las aguas del canal se veían agitadas, casi como si estuvieran en ebullición y por todos lados flotaban los restos del muelle, pero el tiburón había desaparecido nuevamente.
El pueblo entero se había juntado en la orilla, nadie gritaba, todos esperaban en silencio. Y fue entonces que Manuel comprendió con horror lo que estaba pasando...el monstruo lo había estado esperando...todos esos años la criatura había esperado pacientemente en el profundo canal a que él, la única de sus víctimas había logrado escapar, cometiera el error de acercarse al agua.
El escualo nadaba frente a él, a pesar estar sumergido podían verse la grotesca silueta de su cabeza y las hileras de afilados dientes que parecían esbozar una macabra sonrisa.
Poco a poco la ira y la aceptación de lo inevitable fueron sustituyendo al miedo. Para su desgracia había perdido el arpón, solo le quedaba el cuchillo que usaba para tallar madera de deriva. Un arma ridícula para enfrentar a semejante bestia, aún así, Manuel lo asió con mano temblorosa y esperó.
El monstruo arremetió con furia ciega haciendo añicos la boya con la fuerza de su mordida. Dos veces hundió Manuel el cuchillo en el hocico de la bestia antes de ser arrastrado a las profundidades del abismo.
Luego de ese terrible evento los pescadores tardaron semanas en volver a hacerse a la mar. Nunca encontraron restos de Manuel ni de la boya y el Submarino nunca más apareció por aquella zona...el monstruo había cobrado su deuda.
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