Foto del cielo que tomé hace unos meses al salir de clases. Es mi favorita.
Eran casi las casi las tres de la tarde ese día, acababa de salir de la escuela y me encontraba caminando a casa. Al vivir en un pueblo donde todos se conocían mis padres sentían cierta confianza en que me devolviera sola, además, ya casi cumplía los 12 años, según ellos tenía que aprender a cuidarme.
El camino estaba tranquilo y el sol me pegaba directamente a los ojos. No encontré mucha gente, a esa hora todos aprovechaban para dormir o pasar la tarde con algún vecino. Al faltarme poco para llegar a mi hogar tomé camino por otra calle con un nuevo destino en mente, no muy lejos de donde vivía. Iba camino a la casa de la señora Matilda, justo como acostumbraba a hacer cada viernes.
La señora Matilda era una anciana que estaba en sus setenta años, fuerte para su edad, vivía sola con su esposo, Ignacio, juntos mantenían una casa impecable y un lorito escandaloso. Ella era una mujer de piel muy pálida lo cual no era muy común entre la gente del pueblo, todos acá éramos de piel tostada, ella quizás era la persona más blanca que he visto en mi vida, tenía unos ojos azules hermosos y el pelo corto que siempre cargaba arreglado, me arriesgaría a decir que fue una mujer hermosa en su juventud. La gente del pueblo solía murmurar entre ellos que era una bruja, nadie le dirigía la palabra y preferían mantener a sus niños alejados de su casa, incluso mis padres me decían que no pasara por ahí. Jamás entendí por qué la gente le tenía tanto miedo, estoy segura que nunca nadie se tomó el tiempo de conocerla y saber lo dulce y cariñosa que era, incluso más respetuosa que muchos otros en el pueblo.
Ya casi al llegar pude verla sentada en su silla frente a su casa tomando el sol de la tarde y aprovechando la paz del alrededor, pero, esta vez la noté más cabizbaja de lo normal, sus ojos estaban apagados, no tenían ese brillo que reflejaba en su mirada cada vez que iba a visitarla.
― ¿Qué tiene señora Matilda? ¿Usted también se enfermó? Creo que a mi padre también le va a pegar la gripe del momento. ―me senté en el suelo a su lado.
― Ay mi niña, no es eso… Se fue, Ignacio me abandonó, se fue con alguien más ―su mandíbula comenzó a temblar y su mirada se encontraba más perdida, cómo si su mente estuviera en el espacio, luego pude ver como lágrimas comenzaban a caer de sus ojos, nunca antes la había visto llorar. Con la voz quebrada continuó hablando―. Jamás me imaginé una traición así de ese hombre, se suponía que nos íbamos a ir de este lugar los dos juntos, y en vez de eso decidió marcharse sin siquiera avisarme.
A decir verdad, nunca llegué a conocer al señor Ignacio, siempre que estaba en casa de la señora Matilda él estaba junto a su loro hablándole o leyendo el periódico, apenas nos saludábamos. Aun así, me tomó por sorpresa que haya hecho eso, en ese momento no sabía qué podía hacer más que sostener la mano de la señora, se encontraba devastada.
― Cuarenta años de matrimonio para al final un día despertar y ver que ahora su lado de la cama estaría vacía para siempre. He pasado estos días recordando cuando nos conocimos, cuando apenas sabíamos lo que era el mundo, tan jóvenes, tan inocentes.
Siéndote sincera nunca pensé que terminaría casándome con él, pero cosas pasaron y al final él era la única persona que tenía, era el único en quien podía confiarle hasta mi vida si quisiera.
Hablaba despacio con la voz baja y entrecortada, a veces se me dificultaba entender lo que decía, en algún punto su expresión comenzó a cambiar, pero las lágrimas seguían fluyendo y su cuerpo no paraba de temblar, no sé exactamente qué pasaba por su mente en ese momento.
― Siempre he tenido miedo de olvidar todos esos hermosos recuerdos que tengo junto a él, la primera vez que nos tomamos de la mano caminando por la calle, el día de nuestra boda, nuestros viajes juntos. Como todos, teníamos nuestros malos días, pero lo amaba, me perdí completamente por él, incluso me vine a este pueblucho gracias a él creyendo que sería una buena idea, pensando que llegaríamos y nos marcharíamos juntos de aquí, bueno, cosas que el amor y la soledad te obligan a hacer. Seguramente piensas que soy una vieja loca contándote todo esto.
En ese momento, desde que llegué, me miró por primera vez y se rió levemente, ahí pude verla a ella misma de nuevo en sus húmedos ojos, su brillo era diferente esa vez, pero pude notar que ahora estaba en paz, en comparación a unos momentos atrás, quizás hacer una recapitulación de su vida en su mente logró calmarla por un momento.
― Ay, Georgina―comenzó a acariciar mi mano―. Eres una niña joven y amable, tienes toda una vida por delante en donde te vas a encontrar de todo, te lo prometo. Yo nunca encajé en este pueblo, no dejes que te pase eso a ti ni tampoco dejes que absolutamente nadie, ni siquiera tu misma, se meta en tu camino, sueña a lo grande, lucha por cumplir tus metas y nunca olvides, incluso las brujas merecen ser amadas, mi niña.
Por alguna razón sus palabras causaron un gran sentimiento en mí, ni siquiera mis padres me habían dicho algo así antes. Mi cuerpo actuó por si solo y las lágrimas comenzaron a salir, me levanté y le di un gran abrazo como si no me quisiera despegar de ella.
Luego de eso pasamos dentro de su casa y estuvimos un rato más junto a su loro, cuando se comenzó a hacer tarde decidí irme antes de que mis padres se preocuparan, me despedí y todo parecía normal.
El viernes siguiente volví a pasar por su casa, como siempre. Esta vez noté que su loro se encontraba en los árboles del frente, muy raro, ya que nunca lo dejaban salir de su jaula. Después de tocar la puerta por cinco minutos nadie abrió, ni el viernes siguiente a ese, ni el último viernes del mes. No pensé que esa hubiera sido la última vez que vería a la señora Matilda, mis padres dicen que se habrá ido volando, que se habrá derretido, o que incluso ella misma le habrá hecho algo a su marido y estaba prófuga. Nunca les creí nada de lo que decían, aunque tampoco yo misma sé que le habrá pasado. Al día de hoy aún extraño hablar con ella, su voz y sus anécdotas ocurrentes. Solamente espero que donde sea que esté, sea feliz y haya encontrado la prosperidad que no pudo conseguir en el pueblo. En donde sea que esté, señora Matilda, gracias.
Y eso sería todo. En comparación a aquella vez cuando lo escribí, le agregué y cambié cosas pequeñas, cómo algunas palabras o uno que otro error gramatical, nada que realmente cambiara el relato. Tampoco me había percatado de lo largo que era hasta que lo estaba copiando acá, lo recordaba mucho más corto jsjs. En fin, si lo leyeron espero que les haya gustado, al igual si tienen alguna opinión o corrección con gusto lo leeré, muchas graciaas, cuidense, chauu.