¿Qué es un envidioso? Un ingrato que detesta la luz que le alumbra y le calienta.
— Victor Hugo
La lluvia golpeteaba con fuerza el techo de lata, parecía que carcajeaba ante la travesía de mi sufrimiento.
—Marina…— Invoqué, con las pocas fuerzas que me quedaban, y el aliento se volvió vapor, y el vapor se convirtió en fantasma que fue penando hasta perderse en las sombras.
—Señor mío, quédese conmigo… —Me dijo la vieja Magda; mi criada, mientras me limpiaba la herida, después dijo otra cosa, pero no le entendí. Mis oídos estaban tapados por un zumbido abrumante, que apretaba mis tímpanos como dedos furiosos.
Liberé un quejido agudo como de cría y apreté los dientes. —La herida es profunda, señor—, aseveró Magda, mientras frotaba la herida con raíces hervidas que tenían un olor nauseabundo. —Solo el reposo curará este mal—.
—Tráeme a Marina… —mascullé como pude. El aire se sentía tan pesado a mi alrededor.
—Ella vendrá, se lo prometo—. Me aseguró Magda. —Beba esto mientras está consciente— Añadió, dándome a beber un líquido espeso y repugnante con una totuma.
Paulatinamente, comencé a caer bajo los efectos alucinantes de la medicina. La cabellera blanca de Magda se perdía. El color de su piel y las arrugas de su rostro se evaporaban como la niebla y quedé sumergido dentro de un mar oscuro alumbrado solo por una luz tenue.
Un recuerdo diáfano se apoderó de mi mente: me hallaba encima de mi yegua cabalgando vehemente a través de las estepas, buscando a ese maldito bastardo. Sostenía mi lanza con furia con mi mano derecha y la mantuve ahí; álgida, como una bandera excitada por el viento y la sed de sangre. Mi brazo nunca se cansaba, se mantenía tieso como una piedra. Siempre firme hasta la deriva, enfrentando el camino que parecía inacabable.
Llegué hasta las ceibas, escondidas por un denso manto verde. Las sombras solo permitían la entrada de pequeños destellos de luz. Exhalaba con precipitación. El pérfido olor inundaba todo el entorno.
Mantuve la mente en blanco. El silencio se volvió mi aliado. Mis ojos centinelas se mantuvieron fijos a donde se dirigían. Mi cabeza era como la lumbre de un faro; canalizando todas las direcciones. Un sonido leve y chamuscado derribó mi concentración, luego oí una cuerda torciéndose y supe que mi enemigo estaba cerca.
Lo divisé ahí, escondido entre los cuerpos gruesos de la ceiba. Él ya estaba listo para dar su primer golpe. Me apuntaba con una de sus flechas; decidido e inerte, como estatua. Sus ojos encendidos proferían un final previsible para mí.
Apreté mi lanza con fuerza. Mi frente arrugada estaba empañada de sudor, pues confieso que los nervios tenían mi cabeza caliente. Observé cada detalle en ese periodo de tiempo: la cabellera negra de mi enemigo, su rostro pintado, la curvatura de su arma y el posible filo de su proyectil.
Parecían minutos eternos, acompañados de una tortuosa zozobra, hasta que un sonido externo nos liberó de aquellas cadenas. Mi contrincante lanzó su ataque y desafortunadamente logró darme en la pierna izquierda. Me moví hacia el lado de mi herida y, con toda la fuerza de mi brazo, tiré mi lanza hacia mi objetivo, pero fallé.
Al impactar contra el suelo, desenvainé mi espada de inmediato y apunté en dirección hacia mi enemigo. Él se quedó inmóvil; aún seguíamos a cinco metros de distancia. Podía sentir el arrebato de sus ojos negros como tinieblas. Estaban llenos de ira, odio y aborrecimiento hacia mí. Por un momento pensé que vendría atacarme, pero dio media vuelta y se internó en la selva.
Recordé la flecha en mi muslo y jadeé. Un vapor nubló mi vista y el entorno comenzó a transformarse. Mi exhalación se hacía más lenta. El suelo se convirtió en una piscina vertiginosa. Los sonidos cambiaban; lentamente, hasta convertirse en gotas de agua golpeando con bravura un techo.
Una efigie se manifestaba ante mí; hecha de rocíos blancos. Reconocí de inmediato la curvatura del rostro: «¡Marina!», exclamé ilusionado. Las formas volvían de nuevo a su sitio. La mano tersa y ansiada de Marina se posó en mi pecho y la sentí; en ese momento supe que había despertado de mi recuerdo.
—Lamento lo que te hizo mi hermano—. Dijo, arqueando la cabeza hacia adelante. Quería darle un abrazo; Magda me ayudó a levantarme y pude lograr mi objetivo. Solo quería darle la calidez de mi calma y no el desdén de un fatídico suceso remoto.
—No te lamentes, no es tu culpa, él nunca quiso que yo esté contigo—, le aseveré mientras dibujaba una sonrisa en sus labios con mis dedos.
La lluvia dejó de golpear el techo. El sol entró repentinamente por la ventana de la habitación. La herida en mi pierna se hacía diminuta, aunque, sabía muy bien, que un nuevo enfrentamiento con aquel despreciable sucedería más adelante.
FIN
What is an envious person? An ingrate who hates the light that enlightens and warms him.
— Victor Hugo
The rain pounded hard on the tin roof, it seemed that it was laughing at the crossing of my suffering.
"Marina..." I invoked, with the little strength I had left, and the breath turned into vapor, and the vapor turned into a ghost that began to wander until it was lost in the shadows.
"My lord, stay with me..." Old Magda said to me; my maid, as she cleaned my wound, then said something else, but I did not understand her. My ears were clogged by an overwhelming ringing, which squeezed my eardrums like angry fingers.
I let out a high-pitched, baby-like whimper and gritted my teeth," The wound is deep, sir," Magda asserted, as she rubbed the wound with boiled roots that had a nauseating odor. -Only rest will cure this evil.
"Bring me Marina..." I mumbled as best I could. The air felt so heavy around me.
"She will come, I promise. Magda assured me, "Drink this while you're conscious," she added, handing me a thick, disgusting liquid to drink from a totuma.
Gradually, I began to fall under the hallucinatory effects of the medicine. Magda's white hair was disappearing. The color of her skin and the wrinkles on her face evaporated like fog and I was submerged in a dark sea illuminated only by a dim light.
A clear memory took hold of my mind: I was on my mare riding vehemently across the steppes, looking for that damned bastard. I held my spear furiously in my right hand and kept it there; taut, like a flag excited by the wind and the thirst for blood. My arm never tired, it stayed stiff as stone. Always firm until drifting, facing the road that seemed endless.
I reached the ceibas, hidden by a dense green mantle. The shadows only allowed the entrance of small flashes of light. I exhaled hastily. The perfidious smell flooded the whole environment.
I kept my mind blank. Silence became my ally. My sentinel eyes remained fixed on where they were directed. My head was like the light of a lighthouse; channeling all directions. A faint, singing sound broke my concentration, then I heard a rope twisting and knew my enemy was near.
I spotted him there, hidden among the thick bodies of the ceiba. He was already ready to strike his first blow. He was aiming one of his arrows at me; determined and inert, like a statue. His fiery eyes were giving off a foreseeable end for me.
I clenched my spear tightly. My wrinkled forehead was misty with sweat, for I confess that nerves had my head hot. I observed every detail in that period: my enemy's black hair, his painted face, the curvature of his weapon, and the possible edge of his projectile.
It seemed like eternal minutes, accompanied by a torturous anxiety, until an external sound freed us from those chains. My opponent launched his attack and unfortunately managed to hit me in the left leg. I moved to the side of my wound and, with all the strength of my arm, I threw my spear towards my target but missed.
Upon hitting the ground, I immediately unsheathed my sword and pointed it in the direction of my enemy. He stood still; we were still five meters away. I could feel the rapture in his eyes as black as darkness. They were full of anger, hatred, and loathing for me. For a moment I thought he was coming to attack me, but he turned and walked off into the jungle.
I remembered the arrow in my thigh and gasped. A vapor clouded my vision and the surroundings began to transform. My exhalation slowed. The ground became a dizzying pool. The sounds changed; slowly, until they became drops of water bravely hitting a ceiling.
An effigy manifested before me; made of white dew. I immediately recognized the curvature of the face: "Marina!" I exclaimed with illusion. The forms returned to their place. Marina's smooth, longing hand rested on my breast and I felt it; at that moment I knew I had awakened from my memory.
"I'm sorry for what my brother did to you," she said, arching her head forward. I wanted to hug her; Magda helped me up and I was able to achieve my goal. I just wanted to give her the warmth of my calm and not the disdain of a remote fateful event.
"Don't be sorry, it's not your fault, he never wanted me to be with you," I asserted while drawing a smile on his lips with my fingers.
The rain stopped hitting the roof. The sun suddenly came through the window of the room. The wound on my leg became tiny, although, I knew very well, that a new confrontation with that despicable man would happen later.
THE END
Excelente narración como todos tus escritos amigo @universoperdido
Gracias amigo, me alegro que te haya agradado mi escrito. Saludos.
Igual saludos y bendiciones.
¡Felicitaciones!
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El equipo de curación del PROYECTO ENTROPÍA