Ama a tu vecino, pero no derribes vuestra verja.
— George Herbert
Laura dejó caer toda su pesadez sobre la banca de ese parque. No dejaba de pensar; su mente parecía un nicho para aves oscuras que se adentraban amontonadas como buscando una presa. Ella quedó tiesa mirando a la nada, sus ojos quedaron posados sobre la hiedra verde que bailaba con la brisa.
El cielo soleado de repente cambió su rostro. Se volvió más gris y acompañado por un viento fresco que anunciaba la caída de la lluvia. Laura fijó la mirada hacia arriba y vio las nubes; y una de ellas, como anunciando una profecía, reflejó el rostro de él.
Allí parpadeó varias veces como si un pedazo de suciedad golpeara sus ojos. Se levantó, preparó su paraguas por si acaso llovía. Al dar unos pasos, sintió unos ojos fijos en ella como dos pequeños aguijones. Miró hacia atrás y vislumbró un par de luces amarillas, adornadas por una pupila fina y negra.
Era un pequeño gato de pelaje gris como el cielo de esa tarde. El felino observaba a Laura como si la conociera de toda la vida. De su boca peluda se escapó un casi imperceptible maullido y volteó a otro lado por un segundo, luego fijó de nuevo sus penetrantes ojos sobre Laura y estos se conectaron con los de ella.
Hubo una extraña atracción entre la muchacha y el pequeño animal. Laura, sin pensarlo, se acercó a él como magnetizada por una fuerza invisible. Extendió su mano y acarició su oreja, y este se dejó; pues el gato era tan manso como un niño disciplinado. Laura esbozó una sonrisa y tomó al animal entre sus brazos, la criatura se dejó tomar sin ninguna complicación y Laura se lo llevó a casa.
Con la presencia del felino, Laura no se sentía sola. La casa se apreciaba menos vacía, los tonos eran menos grises y la soledad parecía buscar otro medio para canalizar. El llanto interno de su dolor mermaba y, cuando acariciaba a su pequeño amigo, se sintió tan dichosa como cuando te ascienden por un logro.
Aunque todavía los recuerdos estaban latentes, la medicina que le proporcionaba su pequeño y peludo amigo no era suficiente para su agobio. Laura sufría de altibajos, de nuevo pensaba demasiado y su autoestima volvió a hacer estragos sobre ella.
Mientras acariciaba a su compañero, volvió a recordar a su ex novio; su sonrisa, el sonido extraño que hacía con su nariz perfilada y el brillo extraño de sus ojos. Cada caricia que Laura le proporcionaba al gato le hicieron recordar a la barba de su ex; pues la textura era similar de suave y el momento en el que estaban juntos era idéntico.
Todo parecía derrumbarse de nuevo, los recuerdos, la mente, la esperanza de continuar en este nuevo ciclo. Laura solo veía grietas en su camino, abalanzado fuertemente por el miedo; un pánico que degeneró su autoestima y por un momento pensó que ya no podía continuar.
Laura faltaba al trabajo con la excusa de que estaba enferma y varias veces no llevaba reposo médico. Iban a despedirla, pero a ella no le importaba; era más fuerte su pesadez que sus ganas de continuar con la vida.
¿Por qué las personas siempre nos enfocamos en lo negativo? ¿Existe el placer en sufrir? ¿Laura lo merecía? Nada funcionaba para satisfacer la entidad de la angustia que la poseía.
Un día, Laura buscó un poco de consuelo en su pequeño compañero felino, pero él no estaba. Buscó por todas partes en la casa; nada. Salió corriendo de su casa como una mujer ahuyentada por un fantasma y atravesó la esquina. Como no le había puesto un nombre al gato, se quedó callada y solo confió en su vista. Jadeó, su pecho retumbaba como un fuerte motor, hasta que finalmente lo encontró en los brazos de un hombre.
Pensó que era su ex, pues su parecido era notorio, pero luego se dio cuenta que se trataba de otro hombre. Se acercó a él desesperada y casi le arrebata al felino de sus brazos. Rozó su mano con la de él y en ese momento sintió un chispazo. El hombre sonreía, se disculpó por haber tomado a la mascota de Laura. Ella le aseguró que no había problema, ya que estaba agradecida por haber conseguido a su gato.
Un resplandor se posó en los ojos de Laura; un destello. La conversación entre ella y el desconocido se volvió amena junto con maullidos de tranquilidad. Laura por un momento olvidó su pesadez; de nuevo, el tormento se había disipado, y fue el instante para comenzar una nueva historia bajo la influencia de un buen amigo peludo.
FIN
Love your neighbor, but don't tear down your fence.
— Antoine de Saint-Exupéry
Laura dropped all her heaviness on the park bench. She couldn't stop thinking; her mind seemed like a niche for dark birds that swarmed in as if looking for prey. She stood stiffly staring at nothing, her eyes resting on the green ivy that danced in the breeze.
The sunny sky suddenly changed its face. It became grayer and accompanied by a calm wind that announced the fall of rain. Laura looked up and saw the clouds; and one of them, as if telling a prophecy, reflected his face.
There he blinked several times as if a piece of dirt hit his eyes. He got up and prepared his umbrella in case it rained. As she took a few steps, she felt eyes fixed on her like two little stingers. She looked back and glimpsed a pair of yellow lights, adorned by a thin, black pupil.
It was a small cat with gray fur like the sky that afternoon. The feline watched Laura as if he had known her all his life. An almost imperceptible meow escaped from its furry mouth and it turned away for a second, then fixed its piercing eyes on Laura again and they connected with hers.
There was a strange attraction between the girl and the small animal. Laura, without thinking, approached him as if magnetized by an invisible force. She reached out her hand and stroked his ear, and he let her; for the cat was as tame as a disciplined child. Laura smiled and took the animal in her arms, the creature allowed itself to be taken without any complications and Laura took it home.
With the feline's presence, Laura did not feel lonely. The house seemed less empty, the tones were less gray and the loneliness seemed to look for another way to channel. The internal weeping of her grief subsided and, as she stroked her little friend, she felt as blissful as when you get a promotion for an achievement.
Although the memories were still latent, the medicine provided by her furry little friend was not enough for her to overwhelm. Laura was suffering from ups and downs, again she was thinking too much and her self-esteem was once again wreaking havoc on her.
As she stroked her companion, she was again reminded of her ex-boyfriend; his smile, the strange sound he made with his profiled nose, and the odd twinkle in his eyes. Every caress Laura provided the cat reminded her of her ex's beard; for the texture was similar in softness and the moment they were together was identical.
Everything seemed to fall apart again, the memories, the mind, the hope of continuing in this new cycle. Laura only saw cracks in her path, driven hard by fear; a panic that degenerated her self-esteem and for a moment she thought she could no longer continue.
Laura missed work with the excuse that she was sick and several times she did not take medical rest. They were going to fire her, but she didn't care; her heaviness was stronger than her desire to continue with life.
Why do people always focus on the negative? Is there pleasure in suffering? Did Laura deserve it? Nothing worked to satisfy the entity of anguish that possessed her.
One day, Laura sought some comfort from her little feline companion, but he was gone. She looked everywhere in the house; nothing. She ran out of her house like a woman chased away by a ghost and crossed the corner. Since she hadn't given the cat a name, she kept quiet and relied only on her eyesight. She gasped, her chest rumbling like a loud engine, until she finally found it in the arms of a man.
She thought it was her ex, as their resemblance was striking, but then she realized it was another man. She approached him in desperation and almost snatched the feline from his arms. She brushed her hand against his and at that moment she felt a spark. The man was smiling, apologizing for taking Laura's pet. She assured him it was no problem, as she was grateful to have gotten her cat.
A gleam came into Laura's eyes; a glint. The conversation between her and the stranger became pleasant along with meows of reassurance. Laura for a moment forgot her heaviness; again, the torment had dissipated, and it was instant to start a new story under the influence of an excellent furry friend.
THE END