Pasillos de las catacumbas
De repente, siento un toque en el hombro, volteó y no consigo a nadie, con una distancia lejana, hay una puerta con el cráneo masticando papeles verdes. Sin conciencia de las acciones, me fui directo a ella, una baldosa del suelo rebosa un billete con números estímales y, de la nada, todo se torna tenso, al momento en que me susurra el pestillo del cráneo, me suplicaba que tomará el dinero, yo intuí que no era bueno, igual, abrí.
Un cuerpo pálido, con cara demacrada, sentado en una mecedora marrón, por encima de él se denotaba una cuenta gotas, sin explicación alguna, rodó un cráneo, hablando.
– Esa cuenta gotas, muestra el límite que le queda al muchacho.
Sin más, pateo el cráneo por mero instinto.
Observo que empieza a vomitar fajas y fajas de efectivo, bajando los números que están por encima de él, al mismo instante, sin cesar, él vuelve a ingerir todo lo que había vomitado, aumentando otra vez el contador, regurgitando, haciendo que baje el doble los numerales. Continuamente se repetía esa escena tan bizarra, dónde las palabras eran solo inauditas.
Al lado izquierdo se veía líderes políticos, condes, curas, papas, reyes. Quemándose mientras lanzaban centavos, a fosas sin fondos, era el vivo reflejo de la estupidez, porque en vez de utilizar algo para escapar seguían disfrutando del dolor, imbéciles se arrojaban a esas fosas sin fondos, solo por miserables centavos. A lo último escuché un grito de satisfacción «¡VALIÓ CADA MALDITO SEGUNDO!». Una alcaldesa lanzando disparates, y al segundo, se convierte en centavo y cae en una caída libre sin límites, perdiéndose en la obscuridad.
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