De agujas y otros miedos

in La Colmena8 days ago

"Es una verdad universalmente conocida que los hombres le tienen miedo a las agujas". Me tomo la libertad de tomar prestadas estas palabras a la gran Jane Austen y transformarlas. Y es que, hace poco, estando en el hospital, le dije eso a mi esposa.

Resulta que hoy operaron al sobrino de mi esposa, y como es niño, es lógico que le tenga miedo a las agujas. Sin embargo, gracias al apoyo de la familia y al buen trabajo de las enfermeras, el niño fue valiente y "no me dolió mucho", dijo con lágrimas en sus ojitos.

La operación fue todo un éxito, pero lo que quería contar tiene que ver con un conocido de mi esposa que tambien estaba hospitalizado. Aprovechamos que estábamos por allí y pasamos a visitarlo.


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Cuando pasamos a verlo, el hombre no podía parar de llorar, y es que, antes de que llegáramos le habían puesto una vía. El hombre lloraba desconsolado porque le dolía, y mi esposa, mirándome dijo "es que todos los hombres le tienen miedo a las agujas".

Al decir esas palabras recordé a Jane Austen y reformulé su frase y se la dije a mi esposa. Entonces pasó a contar cómo me pongo yo cuando me van a inyectar. Debo confesar que no le tengo miedo, o pánico a las agujas, pero sí me pongo un poquito nervioso.

Recuerdo una ocasión, cuando me fui a vacunar, que en la fila había un hombre alto y fornido, con barba y expresión intimidante. Un hombre que a simple vista infundía cierto temor.


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Su expresión cambió cuando entramos en la sala de vacunación. Empezó a removerse y a hablar en voz alta, y a medida que ibamos avanzando se notaba más nervioso, hasta el punto de que empezó a sollozar para arrancar en un pequeño llanto que iba creciendo.

Todos nos quedamos asombrados al ver a una persona así llorando por una "simple aguja". Los comentarios jocosos no faltaron, y todos se burlaban del pobre hombre, pero creo que en el fondo escondían su propio temor de ser pinchados.

Debo confesar que me causó gracia el asunto. Una enfermera dijo "y cómo sería si les tocara parir" y todas las mujeres se echaron a reir.


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Llegó el turno del pobre hombre, y fue un espectáculo. Tuvieron que calmarlo, sujetarlo, agarrarlo, mientras se retorcía en el asiento y lloraba con fuerza, y luego consolarlo.

"Los hombres no lloran" dijo uno que se sobaba el brazo después del pinchazo. Todos comentaron la anécdota del hombre fuerte que se volvió débil. Llegó mi turno y mire para otro lado. "Si los hombres parieran"— decía la enfermera— "se morirían de una vez con el primer puje".

Yo salí medio mareado, con el brazo medio morado y ganas de llorar, porque es una verdad universalmente conocida que los hombres le tienen miedo a las agujas, pero simplemente nos quedamos callados, aguantando el dolor para que no se burlen, porque como dicen en mi tierra, "el chalequeo es lo que más duele".


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