Usualmente durante las madrugadas, y luego de un día entero de batallar, Cpol se dedica a escarbar entre los libros que le fueron legados por sus maestros, familiares y que él mismo ha estado coleccionando a través de las décadas.
Caminando por los pasillos oscuros de su biblioteca, iluminado solamente por una lamparita de aceite, entre el polvo y las telarañas, alcanza un tomo de uno de los estantes, al parecer una colección de historias sobre Praetoria. “Este ha de ser un tomo muy viejo, recuerdo que estaba en una caja que tenía olvidada hace mucho tiempo y Felicia debió colocarlo acá”, reflexionó Cpol.
Felicia era una amiga de sus amigas de juventud. Ella lo ayudó a colocar todos los libros en los estantes que en ese entonces era la nueva biblioteca, cuando recién se había mudado a su árbol en medio del bosque. Felicia hacía mucho tiempo que se había casado e ido hacia otros planos de existencia, pero Cpol se mantenía en el bosque del valle realizando investigaciones en la magia de las cartas y explorando las historias sobre la mitología del continente perdido de Praetoria.
Soplando suavemente sobre la portada y limpiando un poco con su manga lee el título: “De los vahos nocivos y de cómo se deben de evitar en batalla. Historias cortas en tiempos difíciles”. “¡Vaya!”, exclamó Cpol con una mirada de sorpresa en su cara. “¡Este es un libro muy antiguo y antecede a la rebelión que se libró en Praetoria contra La Legión del Caos!”. Cpol se alejó del estante con su lamparilla en una mano, y con el libro debajo del brazo, sentándonse en un sillón muy cómodo junto a la chimenea en el centro de la biblioteca.
Con un movimiento de mano izquierda, hizo aparecer una taza de café sobre la mesita, se aplanó sobre el sillón y comenzó a leer de reojo para ver si veía algo de su interés.
“Uhmm… veamos, usos de las pociones para librarse del veneno en batalla… No, no… Habilidades asombrosas de algunos magos… Vamos a ver acá… Habilidades de imitación... ¡Bah! Otra historia en la que un campesino juraba convertir Cristales de Energía Oscura en créditos. ¡Estaban obsesionados con el dinero estos escribas de antaño! ¡Esta historia ni siquiera debería estar en este tomo”, pensó un poco con tristeza.
Luego de revisar por más de media hora, finalmente se encontró con una historia que le podía interesar.
“La Bestia de las Trincheras de Anumun”
En los postreros días del Imperio de La Legión del Caos, un grupo de soldados agobiados por meses de batallar, se encontraban preparando las pocas vituallas que le quedaban luego de detener la marcha en medio del bosque. La falta de luz de luna y el sonido de los sapos nocturnos los tenían un tanto adormilados, pero por las idas y venidas de la guerra, no podían permitirse descansar demasiado.
“El descanso es un lujo solo para los tiempos de paz”, solía repetirles el sargento de cuando en cuando, especialmente cuando los veía con la mirada perdida y observando codiciosamente cómo acomodarse dentro de los largos troncos de los árboles caídos por las tormentas pasadas.
Sin embargo, al cabo de varios días de andar por la espesura del bosque y guiarse únicamente por el instinto, decidieron parar unas cuántas horas para comer algo y así reponer fuerzas. Casi todos en la compañía eran Pelacor que de alguna u otra manera se habían enlistado al principio de la guerra. De este grupo, solo quedaban unos cuantos veteranos. Los demás habían muerto, o habían sido capturados por alguna u otra facción. Otros habían huido descaradamente al no soportar más los rigores de la guerra.
El sargento, al ver a los soldados tan taciturnos y aletargados, decidió que era tiempo de poner a los soldados en alerta, y aligerando un poco la atmósfera, les preguntó si habían escuchado el rumor sobre la Bestia de las Trincheras.
“Yo escuché que era una doncella sumamente poderosa”, replicó uno de los Pelacor que se encontraba sacando unas ollas. Al lado de él se encontraba El Conjurador, como le decían. Era un tipo menudito de unos veintitantos años, con una cabellera rubia media sucia, al que le faltaba un diente por haberse dado de golpes contra un Venari por unos cristales oscuros. El Conjurador lo miró de reojo y espetó con sorna, “¡Doncella! ¡Las doncellas son damiselas que bordan gatitos y tejen botitas para sus hermanos recién nacidos!”.
Soltando una risa de burla, el Sargento secundó, “tienes razón, esta amazona podría tejer tus alas en un dos por tres. Nunca había visto a semejante monstruo con tal poder”. El Pelacor que inicialmente replicó, un Bandido de poca monta de las costas de Azmare, le preguntó intrigado, “Sargento, pero se supone que es una muchacha muy joven y bella, ¿no es verdad?”.
Por un momento, el sargento paró de colocar el caldero y como si quisiera hacer memoria, puso su mirada en las brasas recién encendidas, y contestó, “bueno, cuando la enfrentamos en Anumun, ya no era tan joven, y sí, tenía cierta aura de belleza”. Como si quisiera corregir un poco lo que acababa de decir, explicó, “lo que pasa es que lo que nosotros consideramos belleza no es algo estrictamente físico. A mí me gustan las mujeres bellas, y ciertamente esta guerrera tiene los rasgos necesarios para serlo. Incluso se le nota que está bien alimentada”, mientras hacía gestos obscenos con sus manos y los Pelacor de la compañía reían al unísono de tal ocurrencia.
Poco a poco, la sonrisa del sargento se le fue borrando de la cara, y dando paso a un silencio un tanto largo que descubrió el ruido de los grillos y los sapos nocturnos. Finalmente, después de un rato añadió, “la cosa es, muchachos”, diciendo ahora con un semblante más serio, “la cosa es que las muchachas que uno conoce en los pueblos tienen una mirada soñadora, sus risas son como una especie de baño de calidez, las ves danzando y huelen como a lilas y rosas. La Bestia de Anumun tiene la mirada vacía, pero llena de fuego y furia. Cuando se ríe se te hiele la sangre”. El sargento de repente se puso pálido y prosiguió, “su danza es una coreografía de muerte, las cabezas de muchos de mis compañeros cuando yo era un soldado como ustedes, rodaron al compás de sus bailes bien ensayados”. Luego de hacer una breve pausa, el sargento insistió, “el olor de ella, es más bien un olor a azufre”.
Uno de los soldados que hasta el momento se encontraba en silencio, preguntó, “Sargento, pero ¿no puede ser que sea tan mala como en los cuentos, verdad? Alguien me dijo hace un tiempo que ella podía manejar dos tipos de ataques y que su sed de sangre no tenía comparación. Dicen que solo Grum le ha podido hacer frente, pero se me hace un cuento muy exagerado”.
“No es exageración”, le contestó cortante el sargento. “Ella es una guerra con una técnica impecable. No solo sabe luchar con la espada y con magia, también aprendió a volverse inmune a los vahos nocivos, algunos dicen que exponiéndose a venenos extraídos de las serpientes Uraeus y de los Deeplurkers de Azmaré”.
“¡Ah!”, exclamó Cpol, “¡Ya veo por qué esta historia está en este tomo!”. Luego de tomar un sorbo de café, prosiguió leyendo la historia.
El Pelacor Bandido se sacudió de repente al recordar a los Deeplurkers, “¡qué peces más horribles y nauseabundos! ¡No sirven más que para envenenar a los sapos!”.
El sargento continuó un tanto ofendido, ignorando lo que el Bandido había comentado, “como les decía, lo que más me impresionó fue esa risa tan macabra que podía escucharse a kilómetros. En las trincheras de Anumun podíamos oír cómo ella se reía mientras los hacía pedazos a todos. El olor a azufre y las luces que se veían, de color azul y violeta mientras todos gritaban y corrían. Los más valientes iban a su encuentro, y a pocos de ellos volví a ver en una sola pieza. La verdad que no sé cómo sobreviví esa noche”, concluyó el sargento.
“¡Por Edalus!”, exclamó el Bandido. “¡Eso que cuenta es realmente espantoso, Sargento!”. El sargento solo movía su cabeza en modo afirmativo.
En el silencio del bosque, a lo lejos, se escuchó de repente una risa, siniestra y macabra y en ese momento se hizo un silencio absoluto en el campamento. Ni los sapos, ni los grillos se escuchaban ya y solo el eco de la risa lo llenaba todo en el bosque, enfriando los huesos y la sangre de los soldados.
“¡Demonios!”, exclamó Cpol. “¡Este cuento estuvo realmente horripilante! ¡No creo que vaya a poder dormir hoy!”.
Mientras Cpol colocaba la taza de café vacía en la mesita de nuevo, le pareció ver en la cálida y apacible noche unas lucecitas de color azul y violeta en las copas lejanas de los árboles.
Todas las imágenes de esta historia fueron generadas por medio de AI con Microsoft Bing Copilot con fines ilustrativos. El texto es de mi propia imaginación basado en el lore y los personajes de Splinterlands.
Splinterlands es un juego de batallas en forma de tarjetas coleccionables que funciona dentro de la cadena de bloques de HIVE y utiliza tokens no intercambiables o NFT por sus siglas en inglés. Las opiniones en este artículo son propias del autor y de ninguna manera deben verse como consejos financieros. Los recursos gráficos, tales como imágenes, iconos y otros, así como el avatar de “el maguito”, son propiedad de Splinterlands y además utilizados aquí a modo de ilustración, aunque podrían haber elementos remezclados y alterados por mí para este mismo fin. También y con el anterior fin, se podrían utilizar imágenes AI creadas con distintos programas y servicios. Podrían haber enlaces afiliados dentro del texto con la finalidad de ayudar al autor. La mayoría de nombres de Tarjetas, Splinters y otros elementos se mantienen en su nombre original en inglés para evitar confusiones, aunque existan alternativas en español. Cpol es un jugador que disfruta de jugar diariamente del juego y escribe artículos, reportes e historias en su tiempo libre con el afán de divertir e instruir, así como para satisfacer su propia curiosidad. El avatar no se parece en nada a su autor, pero lo usa por su aspecto jovial y juguetón.
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