Edward; El Caníbal

in Cervantes4 years ago

Edward era estudiante de psicología, cursaba ya el 5to semestre, tenía las mejores notas de la clase y era muy popular por ser un gran jugador de tenis, a un nivel tan excepcional que llegó a representar su universidad a nivel nacional un par de veces. Poseía unos rasgos finos, tez blanca y una gran estatura —cosa que lo ayudaba a ser una bestia en la cancha—, tenía gustos muy peculiares, le gustaba la música clásica, era todo un prodigio tocando el violín, practicaba esgrima y hablaba tres idiomas, alemán, francés e inglés.

Su familia es dueña de un restaurante 5 estrellas con una gran fama construida a base de unos platillos exóticos muy innovadores que cada año solían preparar para ocasiones especiales. Vivían en una casa muy grande a las afueras de la ciudad, rodeado de bosque y mucha vegetación, dónde tenían reuniones con las personas más importantes del país.

A Edward le gustaba salir de fiesta todos los fines de semana, andaba con amigos, conocía chicas y a dónde sea que vaya todos querían estar con él. Andaba siempre a la moda, con elegantes conjuntos de diseños únicos qué sus amigos —los diseñadores más famosos de la industria— le obsequiaban cada temporada, tenía la personalidad y el carisma para robarse el corazón de cualquier chica que escogiera entre un mar de hermosas mujeres bailando entre vodka y desilusiones.

La mañana de un viernes de otoño, la policía local recibía el que era su 6to reporte en 2 años por sospechosas desapariciones, todas eran chicas jóvenes de entre 20 y 27 años de edad, compartían mismas características, anteojos, cabello negro largo, y no medían más de un metro setenta. Las búsquedas no cesaban, toda la comunidad se hallaba desconcertada, realizaban exhaustivas investigaciones y largas jornadas con al menos 1 000 personas colaborando para hallar el paradero de las mujeres, pero nunca se consiguió rastro de ninguna.

Se acercaban los exámenes finales de la universidad, llegaban las vacaciones y con ella las fiestas de fin de año. Edward se mantenía algo ocupado, estudiaba mucho, hacía deporte o componía música, pero había algo que aún nadie conocía, su lado antagónico y oscuro, una parte de él que se fue desarrollando conforme estudiaba y observaba relatos en la internet profunda de personas y civilizaciones antiguas que compartían el mismo gusto que él, comer carne humana.

El canibalismo practicado era tema que fascinaba a Edward, desde el momento que uno de sus profesores contaba a sus alumnos, cómo hace cientos de años un grupo de exploradores y científicos que buscaban saber las costumbres y sus modos de vida, fueron devorados por los nativos de una isla costera del continente asiático. Él mencionaba cómo fueron rodeados, maniatados, torturados, empalados, y como signo de agradecimiento a sus dioses, finalmente los convertirían en el platillo principal del día.

Todo comenzó cuando Edward matriculó e inició sus estudios universitarios. Él estaba enamorado de una chica de preciosos ojos azules, pestañas largas, anteojos negros que resaltaban su mirada, un cutis de porcelana, y unos carnosos labios que parecían tallados por los dioses del olimpo. Todo en ella era una obra de arte, parecía haber salido del imaginario de la perfección y que una fuerza mística le hubiera dado la vida. Le encantaban los animales, leer al aire libre —aquellas novelas románticas con un final claramente predecible porque le encanta pensar que todo tiene un motivo o por lo menos la vida no es tan dura cómo parece—, y trotar en las mañanas —acompañada de los primeros rayos del sol que iluminaban el más mínimo detalle que hacía parecer una gota de sudor que recorría su cien lentamente, en el rocío que humedece el pétalo de una rosa y desciende hasta llegar al césped del jardín más hermoso del edén—.

Su padre era el jefe de la policía, podría decirse que el tipo más respetado de toda la ciudad por haber mantenido la ley y el orden durante sus más de 20 años de servicio. A Edward eso no le preocupaba en lo absoluto, más aún sabiendo qué ambos no sé conocían, el sólo se enfocaba en esa mujer tan hermosa, que pesar de verla todos los días en clases nunca habían cruzado palabra alguna, así que sin perder más el tiempo, planeó cada movimiento, cada gesto, cada palabra y en conjunto a una moral ya al borde del colapso, se dispuso a llevarla al camino vacío y oscuro de palabras entramadas, rebuscadas y maquiavélicas para lograr su cometido más grande, tenerla a merced de su tan añorado objetivo. Todo estaba preparado, Edward estaba decidido, iba a invitarla al baile de fin año e iba a darle inicio a la operación que él nombró sutilmente «Degustación en almíbar de un cristal afrodisíaco», por ser la primera vez en realizar el atroz acto qué estaba a punto de cometer, así que quería fuera especial —al menos para él—.

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Ya en el baile, eran pasadas las 11 de la noche, luego de mucho ponche y risas exageradas, Edward tomó la iniciativa de invitar a su —victima— compañera de baile a terminar la fiesta en su casa, dónde la animaba contándole lo grande qué era, y el jacuzzi qué tenía en su patio trasero, así que sin pensarlo mucho, sobre todo porque la música se tornaba pesada y sus oídos no iba a soportar más el vibrante bajo de unos altavoces que parecían estar a punto de explotar, tomaron sus chaquetas, no sin antes volver a llenar sus vasos de ponche y ponerse en marcha al estacionamiento dónde estaba el auto de Edward. Con un brazo sostenía a su chica y con el otro, con la mano temblorosa, buscaba dentro del bolsillo de su pantalón, las llaves del auto mientras se acercaban. Cómo todo un caballero le abrió la puerta del acompañante, mientras observaba cómo felizmente la preciosa mujer cooperaba con él, cerró la puerta, giró hasta la puerta del conductor para luego sentarse y encender el motor, nunca estuvo más nervioso en su vida, casi olvidaba cerrar su puerta antes de ponerse en marcha y culpaba al alcohol de esa pequeña muestra de idiotez pero aseguraba tajantemente que podía conducir asegurando que irían a poca velocidad y con mucho cuidado por la vía más rápida a su casa. Edward encendió el radio en la vieja estación que casi nadie escucha con un locutor de voz flemática por ser un fumador de toda la vida, presentaba una canción ochentera de rock la cuál rápidamente se miraron a los ojos al mismo tiempo y sonriendo decían ser su canción favorita porque les recordaba la época dónde les hubiera encantado nacer, ella sube el volumen preparándose para cantar y él no paraba de pensar en lo bien que está saliendo su plan, Ambos van cantando mientras se dirigen al destino final.

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Entraron a su casa, tenía dos pisos y un garaje amplio con una gran cantidad de herramientas filosas colgadas de la pared, ella estaba muy extasiada para darse cuenta del desorden tan grande qué había, caminaron hasta la cocina para beber un poco de agua, ese karaoke los había dejado con la garganta seca, subieron a su cuarto, la casa estaba totalmente sola porque sus padres estaban en un viaje de negocios y no volvían hasta dentro de dos semanas, la chica se disponía a tener sexo con aquel agradable sujeto que controló cada una de las situaciones logrando el efecto embudo que quería, pero Edward sólo se enfocaba en una sola cosa, así que hábilmente colocó un fuerte somnífero en gotas —que usaba su padre para aquellas noches eternas dónde no podía dormir pensando en lo miserable qué eran sus empleados— en el vaso de agua que luego se lo dio a la chica que estaba maravillada observando la arquitectura única de esa casa tan llamativa por lo amplia que era y todos los muebles caros que tenían en ella. Mientras él le enseñaba discretamente los demás pisos, el somnífero hizo efecto casi de inmediato y logró desmayarla para, después de tanto protocolo, dar inicio a lo que siempre había soñado y esa noche por fin se haría realidad.

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Cargó el cuerpo dormido de la joven sobre su hombro, la llevó al sótano, —mientras bajaba pensaba en qué se comería primero, las piernas o los brazos— La desvistió delicadamente mientras con cada prenda que quitaba aumentaba su excitación, la amarró en una mesa de madera vieja —que estaba muy agrietada de tanta lluvia y humedad que llevó durante varios años atrás en su patio—, no sabía cómo inmovilizarla pero se las arregló con unas cuerdas y unas cadenas oxidadas que consiguió entre todo el desorden abajo de la escalera, colocó en una bandeja de plástico los instrumentos que iba a utilizar para descuartizarla, sólo tenía una sierra, un martillo y par de cinceles de 5' y 8' pulgadas, se puso un delantal negro que el mismo había hecho con hilo y aguja para la ocasión y unos guantes viejos de cuero seco los cuales raspaban sus manos callosas con cada movimiento.

Edward no hacía más que mirarla fríamente a sus ojos desvanecidos por el efecto del somnífero, deslizó su dedo por la boca, cuello y pechos hasta llegar al ombligo, acariciando por última vez el cuerpo de la chica que muy lentamente comenzaba a despertar. Su respiración aumentaba, el tiempo se ralentizaba, disfrutaba cada segundo que pasaba, le encantaba cómo la adrenalina fluía por sus venas a una velocidad increíble y sin esperar más tomó con una temblorosa mano derecha la sierra, apuntó a la garganta de la chica y luego de una larga bocanada de aire, deslizaba aquellos dientes afilados de la sierra por el cuello de una chica que horas atrás sólo pensaba en bailar toda la noche, embriagarse e irse a dormir con la misma ropa de la fiesta para amanecer el día siguiente con su rutina diaria de ejercicios y comida saludable.

La sangre brotaba de su garganta, salpicaban por doquier y descendía por la vieja mesa agrietada que parecía estar ya al borde del descalabro por la presión y el ajetreo. La chica en sus últimos y banales intentos de sobrevivir, hacía movimientos bruscos pero todo fue inútil, alcanzó a mirar fijamente a Edward a los ojos y murió. Aquellos ojos hermosos de color azul, se convirtieron en una mirada desvanecida y silenciada por un caníbal de clóset, un psicópata que se escondía tras un estudiante ejemplar de psicología. Conforme rebanaba y destrozaba el cuerpo mordía varios trozos de carne de sus piernas, de sus brazos, de sus pechos y de su cara, iba alimentando a esa bestia que llevaba por dentro hace años y por fin podía saciarla con jugosos bocados que mientras masticaba con la boca abierta, dejaba caer pedacitos de piel al encharcado suelo del sótano, al cabo de un rato, se le ocurrió la brillante idea de cocinar lo que aún restaba del cuerpo en la chimenea de su casa. Sin titubear tomó una bandeja de plata que reposaba boca abajo en todo ese desorden y colocó sobre ella un par de tajos grandes de las nalgas, abdomen y algo más que logro recortar para subir las escaleras que conducían a la sala de estar, dejando atrás un despilfarro de sangre, tripas y la escena de un crimen horriblemente asqueroso que le provocaba satisfacción saber que él había provocado.

Mientras se acercaba a una chimenea que parecía seducirlo ardientemente, Edward encendió la leña, colocó un trípode de hierro y sobre ella dejó la bandeja de plata, se sentó en el suelo con el atizador en la mano mientras veía arder la carne. No podía dejar de mirar lo que se cocinaba, de pronto, de la manera más mórbida y sedienta retiró unos labios ya calcinados del fuego, los mordió y en cada bocado sintió cómo se desvanecían los besos que alguna vez le dio. Así fue comiendo con gusto el exclusivo festín que se había preparado.

Así continuó Edward, año tras año, seleccionando, enamorando y asesinando chicas para alimentar su mórbida satisfacción de comer carne humana. Nunca fue detectado, ni siquiera por el padre de aquella chica que marcó el inicio de su despiadada cacería. Ayudó a aumentar las ganancias del negocio familiar al hablarle a sus padres de un anónimo proveedor de carnes que era tendencia en el Medio Oriente por poseer la máxima calidad del mercado, quién diría que ese sería el ingrediente que los llevó a tener el restaurante más exitoso en décadas, por crear platillos exquisitos para personas de la más alta clase social en los eventos más importantes para ellos. Edward ahora mantiene una carrera deportiva, jugando tenis a nivel profesional y bajo un perfil insospechable, perfeccionó su técnica de cacería y tiene el apoyo de gente con mucho poder. Pronto se celebrarán las fiestas del fin de año y el restaurante familiar ya está promocionando un nuevo platillo qué mantiene las expectativas muy altas en la comunidad gastronómica, la policía aún no ha logrado resolver uno de los casos más perturbadores de la década y su lista de sospechosos aún es muy larga pero un detective veterano, muy entusiasta, ha seguido el caso desde el inicio y cree saber la verdadera razón de aquel repentino auge del restaurante más cotizado del momento.

~Fin.

Las fotos y el contenido son de mi autoría.

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Me encanto tu relato soy ávido lector de historias de terror

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Muchísimas gracias por su comentario amigo, me motivan a seguir creando más contenido. ¡Saludos!