En mi familia hay un don, ha estado presente durante generaciones. Lo dijo la abuela.
Una tarde, cuando yo era niño, me subió a sus piernas y acariciando mi cara susurró en voz baja que era vidente, tenía la posibilidad de ayudar a las personas. Ella no sabía cómo había adquirido el don, simplemente un buen día, luego de haber rebasado los cuarenta años, sintió algo muy extraño, una imperiosa necesidad de poner un vaso de agua detrás de una vela. En ese momento, le había llegado la iluminación. A partir de entonces y hasta el final de sus días, siendo muy anciana, se dedicó a mejorar la vida de la gente de acuerdo con lo que veía en aquella agua iluminada…
Ahora yo he heredado el don, no como la abuela. Mi caso es diferente, no preciso ningún vaso con agua para ver imágenes, tampoco es algo que pueda convocar a voluntad como era su caso, ni tengo la posibilidad de mirar hacia el futuro, por lo que tampoco me sirve para ayudar a los otros.
Ocurre de modo imprevisto. Algo en las personas me llama la atención: el tono de voz, la mirada, un olor, algún pequeño gesto; entonces, siento una profunda conexión entre esa persona y yo y de modo simultáneo comienzo a entrar en sus pensamientos, como si se tratara de alguna película.
La situación es muy incómoda, eso de estar viendo las intimidades de la gente puede resultar muy angustiante. He sido testigo de numerosos conflictos personales, de arrepentimientos, de deseos inconfesables, también de momentos de alegría.
Mucho tiempo he cargado con este peso sin poderlo confesar a nadie. ¿Qué pensarían de mí si lo dijera? Seguramente que soy alguna especie de embaucador o un narcisista irremediable. Pero en verdad me siento abrumado. Por eso he decidido compartir con ustedes mis memorias, darles a conocer algunas de las situaciones con las que he tenido que lidiar desde que eso llegó a mi vida… Espero puedan comprender lo que ha significado vivir con esta condición…
Uno de mis primeros extravíos ─ me gusta darle ese nombre porque así es como me siento cuando ocurre, extraviado en otra realidad─ me llegó en una unidad del transporte público. Estaba yo plácidamente sentado mirando pasar el tiempo cuando de pronto algo me estremeció…Se había montado una linda mujer madura, quizás de cuarenta y cinco años. Su mirada era radiante y no dejaba de sonreír, estaba francamente alegre. Se sentó unos puestos adelante, a mis ojos solo quedó expuesta su larga cabellera.
Mientras la veía me sentí transportado, me convertí en una especie de sombra suspendida en el tiempo, mirando el pensamiento de la mujer…
Ella acababa de salir de una cita con un amante ocasional, un compañero de trabajo. Un sujeto al que había ido seduciendo lentamente, con maña y perspicacia, hasta lograr que estuviera irremediablemente perdido por ella. Ese era parte de su triunfo, haber logrado que aquel ser intrascendente sintiera una fiera pasión, al punto de hacer lo que ella quisiera.
Mentalmente repasaba cada detalle de los pasos dados en su meditado plan de conquista. Desde el inicio, cuando despertó la curiosidad de “su amigo” derramando unas gotas de café en su escritorio, hasta los momentos previos al abordaje de la camioneta, cuando lo había dejado abandonado en aquel cuarto de hotel. Su risa se incrementaba cada vez que se imaginaba la cara del tipo en aquella cama solitaria preguntándose: ¿qué diablos había pasado? ¿Por qué ella, luego de concluir lo que para él había sido una gloriosa jornada, había salido como si nada y de paso muerta de la risa?
Todos esos pensamientos le despertaban mucha gracia. Tal era su entusiasmo que en ocasiones soltaba pequeñas risotadas, contagiando a los que estaban cerca, los que a su vez reían sin saber por qué. Ella se sentía protagonista de una gran travesura.
En un momento comenzó a pensar lo feliz que iba a estar en el momento de arribar a su casa. Allí la estaría esperando su compañero, con quien había compartido los últimos quince años.
Se imaginaba entrando cariñosamente, preguntado nimiedades sobre cómo había transcurrido el día. Se dirigiría a la cocina y serviría la cena. En un determinado momento, durante la charla de sobremesa, mientras tomaran una copa de vino, ella soltaría una sonora carcajada. Él le preguntaría qué pasó. Ella respondería, nada…algo que ocurrió en la oficina...
Su venganza estaba consumada, se había cobrado una pequeña parte de las muchas infidelidades que su marido le había causado en todos esos años…
Al llegar a su destino la mujer bajó, en ese momento cesaron mis visiones. No les puedo decir que volví a ser el mismo, porque aquello me dejó pensando en lo complejo de los comportamientos humanos. Dicen que la venganza es dulce, eso no lo sé, pero a veces causa mucha risa.
Gracias por su tiempo.
Hay venganzas que dan risa, y guao, que tremendos somos los seres humanos, impredecibles, incomprensibles, vengativos... Ese don puede ser un poco embarazoso sin duda. Me gusto mucho tu relato querido amigo, muy bueno. Un abrazo.
Me alegra que te haya gustado, a veces me da por explorar otros caminos en la escritura. Veamos que más encuentra por ahí este vidente. Gracias por la visita y el comentario. Abrazos.
Es un excelente ejercicio de escritura porque despierta mucho la creatividad, tomar el lugar de un objeto, animal, o cosa, este caso una persona con un extraño don. Gracias a ti ;-)