Saludos amigos de Hive Blog, Soy actor de teatro y desde siempre han llamado mi atención las historias, las fábulas, los cuentos. De un tiempo para acá me he interesado no solo a leerlos sino ahora a escribirlos. Interpretar personajes ha sido durante años mi gran pasión, hoy me motiva la creación de estos con la escritura, que es otra pasión que realizo y que sin emitir algún juicio de valor auto impuesto, la desarrollo con plena libertad, como uno de los tesoros de los que podemos valernos para la inventiva. En esta ocasión comparto una narración en primera persona, a manera de reflexión en donde el personaje tratado expone un hecho importante e inédito en su vida.
Cuando era niño me hacía muchas preguntas relacionadas al sentido de la vida. Pensaba que la vida no tenía sentido. Ahora con casi cincuenta años de edad, creo que no es normal que un infante se haga ese tipo de cuestionamientos actualmente. A pesar de no haber tenido una educación diferente al resto de los niños de la época, era tímido, cohibido, retraído. Estos sentimientos me acompañaron hasta en la adolescencia, aunque esta fuera una edad dura y problemática. Tampoco me parece que sufría de depresión, por lo tanto, la causa del funcionamiento que mi mente desarrollaba se debía a otro motivo.
A los dieciséis años tenía una vida, si se quiere, normal. Había decidido y cumplido algunas cosas personales, culminar mis estudios, conquistar a la chica deseada, concursar en torneos de karate y futbol con óptimos resultados, hacerme popular entre distintos colectivos estudiantiles, etc. Sin embargo, seguía cultivando las mismas interrogantes, hasta que de pronto añadí la conclusión de que, si nada tenía para mí un verdadero sentido, era porque carecía de esa necesidad, pero caía en lo mismo ¿Necesidad de qué? ¿De algún sentido?
Miraba a mí alrededor y tenía lo necesario para una vida cómoda, no puedo quejarme de los cuidados y la vida que tuve gracias a mis padres y mis hermanos, con quienes el día a día no representó nada fuera de lo común. Las reuniones familiares me aburrían, no le hallaba motivos al baile o la música, menos al alcohol, cosa que después de los treinta me entretuvo mucho, pero en eso podría extenderme y desviarme un poco de lo que me ha acercado a usted, que no ha sido más que crecer un poco con lo que piensen, espiritualmente, para ser más explícito, quizás.
Después de idear muchas posibilidades, determiné que una manera de evolucionar sería saliendo de mi cuerpo, sí. Si esta vida me era dolorosa, aburrida o sin sentido, la mejor manera sería salir del cuerpo donde estaba recluido y a permanecer sin mi consentimiento en esta dimensión. Quiero aclarar algo, no renegaba de la vida, la amaba tanto como hoy, por eso insistía en que la manera no era perderla, no deseaba morir, requería trascender, así lo comprendo ahora, pero para aquel instante se trataba literalmente de alcanzar la capacidad o el don de ausentarme del cuerpo de manera consciente pero ¿cómo?
Busqué ayuda. Afortunadamente en bachillerato logré compartir estos temas con un amigo al que estimaba mucho, hablaba bastante sobre este particular, manejaba teorías y daba consejos como cualquier experto que viviera de eso, pero hubo un detalle que me puso en alerta, no había experimentado nada de lo que había divulgado, reproducía al dedo todos los libros y videos que ya conocía. Un día precisé la oportunidad para poner en práctica lo que sabía, no le conté a mi amigo sino después. Coloqué el reloj en la cabecera de la cama, eran las doce en punto de la noche, me acosté en decúbito dorsal con las manos al pecho, una sobre la otra, respiré profundo varias veces hasta quedarme dormido. Allí estaba, atravesando un largo túnel por donde yo caía a gran velocidad, un zumbido alucinante en mis oídos me había sacado del sueño, realmente sentía que caía y pasaban por mi vista muchos colores brillantes que se repetían y combinaban, tenía consciencia plena pero el miedo comenzó a invadirme, pensé que estaba muriendo. Intenté gritar y no pude, alcé mis brazos para tomar impulso y balancearme hacia adelante y tampoco daba resultado, solo podía levantar el torso hacia arriba pero una fuerza más violenta me atraía de nuevo atrás, mientras lo hacía podía observar mi cuerpo inerte y varias fuentes de electricidad cruzándolo, entrando y saliendo de la carne con mucha luminosidad. Luego escuché una voz, a alguien que pronunció mi nombre -Hermes- y dos o tres veces más –Hermes, Hermes-.
Después de batallar con lo desconocido, pude recuperar el control sobre mi cuerpo, seguía con vida, sentí que habían pasado horas agónicas hasta que comprobé que solo habían transcurrido cinco minutos, el reloj marcaba las doce y cinco de la noche. Aún sentía la electricidad en el cuerpo y recordé que a los diez años leí un libro sobre la vida después de la muerte, donde se narraban historias de personas que, alguna vez, tuvieron una muerte clínica y luego pudieron regresar, coincidiendo lo que me ocurrió con gran parte de esos casos.
Hoy no he alcanzado definir si aquello fue una vivencia alucinatoria, algo normal en todos los cerebros sapiens sin desarrollar, o si realmente alguna entidad oscura hacía acto de presencia. Nunca he visto un espíritu o fantasma y dudo que a estas alturas llegue a creer en ello pero comprendí que lo desconocido no lo podía recibir sin la ayuda de alguien que supiera dominarlo, yo no tenía conocimiento de nada y sin él, ahora no me parece prudente.
¿Vale la pena buscar un sentido a la vida? ¿Es la vida un sentido en sí? A mi edad no ha mermado el amor y el interés por la vida, aunque he comprendido que ella no es algo por lo que uno debería esforzarse en comprender con palabras, sino con sensaciones, donde lo particular de cada vivencia sea de quien la realiza. Los años también me han hecho conocer que las cosas simples y cotidianas son parte de un viaje, cuyo sentido antes no lograba dilucidar.
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@lett1973, maravilloso relato!!!