Saludos amigos de Hive Blog. Hay cosas que parecieran insignificantes, hasta pequeñas criaturas, seres vivientes que solo observamos de casualidad pero que quedan en la memoria por la forma como se desenvuelven en su habitad, pero son seres coexistiendo en un entorno significativo para nosotros los humanos, con formas e historias. Coexisten distintos mundos en el universo de una sola ciudad.
No tengo idea, si bajo las rojas nubes de un atardecer caraqueño, de esos que derriten la carne de la boca y donde el humo de los cerros quemados dibuja puentes entre bromelias y árboles debilitados, algún pequeño roedor esperó con impensable impaciencia a un humano importante.
Después del bostezo el sueño me regaló la vitalidad de las ardillas, y con ellas, la metralla de otras palabras para inventar sus pensamientos, y es que en las noches de misa, ellas, las ardillas de mis sueños aprendieron a orar, a alimentar las estrellas y a despedir el dolor de las sombras. De los mendigos supieron de idiomas y de noticias apetecibles como las recetas de cocina.
Un día de esos difíciles de recordar por su distancia, un cortejo sediento y solemne acercó a la catedral a un cadáver sobrio, le llamaban el libertador, pues había liberado cinco naciones de un náufrago imperio. Las ardillas, que no saben de tiempos congelados, miraron las hazañas de aquel hombre osado, vieron levantar su puño y verbo infinito, entonces se aliaron con el pesar de sus huesos y el canto de sus mares mudos.
Desde las ramas del ciprés, el desvelo de las ardillas añejó el amor que entre susurros alimentaban los grupos humanos a aquel admirado héroe, cruzaron miradas de caricia, pesquisa y susto. Entendían los seres vivos el significado hinchado y silente del nuevo cuerpo en la catedral, que no era ignominia para el cielo, que prolongaba cántaros de agua bendita y sangre abnegada.
Las ardillas comenzaron a bajar a los troncos de los árboles, a beber de la sangre de los devotos y de los patriotas, se mezclaron entre presagios de ebrios con las carencias de los altares, rindieron tributo al único espíritu que comenzaba a respirar, una deidad en delirio vencedor, ángel elevado con mirada de luciérnaga y realidad quebrantada.
Hoy ignoro si más allá de los espejos, algún pequeño ser llevó el rostro de los héroes a la copa de los árboles y al naciente de los ríos.