Cuando era una niña pasaba mis tiempos libres bajo el árbol de mango de la casa de mi abuela, allí leí las más extraordinarias historias, creía que los colores del arcoíris tenían sabor a caramelo, creía que bajo el agua del riachuelo se escondía el más extraordinario de los tesoros, creía que las hormiguitas hablaban entre ellas, creía que en las noches los árboles conversaban y que la luna y el mar jugaban ajedrez, creía que el cocuyo se había tragado y tenía en su panzita un bombillo encendido, creía en la magia.
Un día mientras jugaba al escondite entre los arbustos vi a un señor forastero que me regaló esta varita mágica, me guiñó el ojo y me dijo: “Muéstrale a la gente que no existe lo imposible”. Sacudí mi varita mágica una y otra vez, hasta que cansada, dije: “Barrilito, barrilete, para qué sirve este juguete”. ¡Parece que funciona!
Entonces, comencé a jugar, traté de componer el sombrero de mi abuelo que en su herencia nos dejó. Así, compuse cada taza rota, cada ramita partida del bosque, pude colorear el libro de cuentos que me regaló mi abuela. ¿Saben cómo lo hice? Dándole palabras a mis deseos. Pincelín, pincelón, que en este libro aparezca un dibujón... Pincelín, pincelón, que este libro se llene de color!
Mis historias tomaron más color, aún más diversión, yo seguí investigando el mundo, el frío rocío del amanecer, el canto de muchos de los pájaros y de cómo la tortuguita con su paso lento y seguro se enamoraba del tortugo con hermosa timidez, pude ver más de cerca las flores de la montaña, percibir su perfume y entendí que la Tierra es al derecho y al revés. descubrí los colores de la naturaleza; pero sobre todo, redescubrí los colores de mi tierra: el azul del Mar Caribe que nos baña con su impetuoso misticismo, el rojo de la sangre derramada por nuestros héroes en la gesta de independencia y el amarillo que representa las riquezas espirituales de nuestra gente y las riquezas minerales de nuestro suelo.
Fui creciendo y conmigo mi aprendizaje, mi abuela me dijo que debía llevar un mensaje a la ciudad, un mensaje de amor y solidaridad. Me dijo que debía mantener siempre los pañuelos unidos que así seríamos más fuertes contra el mal. Yo, monté mi caballo blanco Bucéfalo y con mis cuatro peroles me marché hasta más allá. Recorrimos desiertos, montañas, volamos por el cielo en un gran globo de colores, atravesamos un inmenso río escarchado, siempre con donaire y amistad. A veces tuvimos miedo mi caballo y yo, otras frío, hambre; pero nos teníamos el uno al otro y a nuestra voluntad.
Entonces, al llegar a la ciudad vimos la mucha gente que corría, caminaban sin parar, protestaban en la calle, decían que por equidad y entre ellos discutían con gran seriedad, pero cada uno tenía una idea distinta, algunos eran arrogantes, otros más simpáticos, pero la mayoría llena de soledad. Así, yo pregunté con solemnidad: Hey gente, ¿por qué no nos unimos y trabajamos todos juntos por un mundo mejor lleno de solidaridad? ¿Qué les parece? ¿No sería más lindo?.
Fíjense en este mazo, los palitos somos nosotros, diversos, diferentes, cada uno de un color distinto, pero con metas comunes. A ver, intenta romper el palito solo, ¿ves? Así eres si estás solito, frágil como este palito, ahora intenta romper todo el mazo junto. ¿Difícil de romper verdad? Así somos si estamos unidos, somos fuertes, fuertes como el acero.
Recuerden: Un mundo mejor sólo es posible si somos capaces de imaginarlo y con belleza, amor, trabajo, buena voluntad… hacerlo realidad.
@lilybella muy bello tu relato! ♡