Nunca antes había escuchado la palabra fetiche. Y es que cuando uno comienza en el mundo de la sexualidad todo es desconocido, hasta tu propio cuerpo. Había escuchado tantas veces sobre conocerte a ti mismo, de que hay que conocerse el cuerpo, explorarse y otras tantas cosas, y yo no entendía nada. Todo me parecía un absurdo, incoherente aquellas frases. No entendía. Alberto llegó un día a la escuela hablando sobre esas cosas. Su mamá había comprado un juguete nuevo, y un juguete nuevo para un adulto significaba un juguete sexual. Era extraño escuchar a Alberto hablar de las cosas que sucedían en su casa. Desde que su papá tuvo el accidente hace cinco años y quedó en estado vegetal para él el hogar no existía. Nunca hablaba de ello, habla de los videos juegos, de películas y otras cosas, pero nunca de su casa. O, bueno, no lo hacía de esta manera con todos, puede que lo hiciese con Régulo, su mejor amigo, pero con el resto no.
No le di mucha importancia, porque casi todos los días se habla de cosas así en la escuela, que si de pornografía, que si la maestra tal tiene tremendo culo o tetas, que si a la hermana de alguno la encontraron teniendo sexo con su novio, que si fulanita de tal salón estaba más buena que la otra. Las mujeres lo llamaban el club secreto de los pervertidos. Siempre sucedía en un rinconcito de la cantina de la escuela. Más o menos como sentarse a esta edad a fumar y tomar café.
Yo participaba en calidad de oyente siempre, hasta que un día vi a mi prima desnuda. Era la primera vez que veía a una mujer desnuda que no fue mi mamá. Estaba durmiendo esa tarde en su cama, ella entró después de bañarse, estoy seguro que me creyó dormido, pero abrí los ojos cuando sentí su presencia. Ella no se detuvo, sigo vistiéndose como si no fuese nada del otro mundo. Un escalofrío invadió mi cuerpo, un palpitar hondo y grueso, y al mismo tiempo sentía que me faltaba sangre en el cuerpo para llegar a mis extremidades. Entonces sentí un poco de endurecimiento en mi pene. Con trece años tuve mi primera erección. Yo no dije nada en casa, a nadie. Ella tampoco.
Al principio no conté nada. Fue por timidez, más que otra cosas. Porque los demás contaban cosas que me parecían más relevantes. Alguno de ellos dicen haber tocado mujeres: tías, primas, hermanas, vecinas. Tarde comprendí que la timidez puede ser una gran arma si la saber usar, y no un motivo de sufrimiento. Y también, uno nunca sabe quién es el mentiroso hasta que alguien dice la verdad. Claro, eso no lo aprendía hasta que conté lo que me pasó en el club. Resulta que muchas de las cosas que contaban eran mentiras. Cosas que habían escuchado hablar a los mayores y ellos repetían: primos, hermanos, tíos, papá. Me di cuenta porque ellos se rieron de mí y me echaron del club. Se burlaban.
Después de eso uno de los pocos que se acercaba para hablar era Alberto. Él si contaba la verdad de las cosas. Le estaba pasando lo mismo que a mí. Todos comenzaron a creer que todo es mentira. Una mañana trajo a la escuela el nuevo juegue te de su mamá par que le creyeran. Sin embargo, un profesor vio como mostraba el vibrador a los demás y ese fue el último día de reunión del club.
Unas semanas después volvía ver a mi prima desnuda. Exactamente paso lo mismo que antes. Esta vez ella duró un poco más en vestirse, se regodeó por el cuarto, buscando que ropa ponerse. Ese escalofría al principio fue una sensación cálida después, y el corazón latía con buen ritmo. Fue embriagante todo. Esas sensaciones en mi cuerpo y su cuerpo que apenas había superado la mayoría de edad. No era como el de Diana, la chama que me gustaba, y tenía un amor platónico, pero me parecía perfecto. Así descubrí la masturbación, entre sus sábanas después que ella terminara de vestirse.
Alberto apenas volvía de su suspensión. Me contó que su mamá lo va a cambiar de colegio, que ahora le da pena traerlo. Tal vez esa sería su última semana o su último día. No vi mal contarle mi pequeña aventura placentera. Se quedó bocabierta, y dijo: “tiene un fetiche contigo”. No entendí nada, él era más diestro que yo en esas cosas. Él leía libros de sexualidad y de cosas psicológicas y otras cosas locas relacionadas con el sexo y las cosas experimentales. Era una persona un tanto extraña ahora que lo recuerdo, sobre todo para la edad de aquel momento. Hablamos de otras cosas y me dijo que experimentara en otras. Me aconsejó que oliera su ropa para ver si me excitaba, que me desnudara en su cuarto, que cuando la volviera a ver desnuda y ella se regodeara me masturbara delante de ella. Y otro montón de cosas de los experimentos que él leía que ya no recuerdo.
Esa semana volví a ir casa de mi prima. Y fue inevitable no ir a dormir en su cuarto, siempre dormía allí cuando pasaba las tardes en su casa. Apenas entrar recordé lo que me dijo Alberto. Intenté callar eso pensamientos tratando de dormir, pero no pude. Es que también había en el aire un perfume que ella usa y que de repente comenzó a gustarme y excitarme. Me levanté y sin darme cuenta estaba tocando sus ropas: blusas, pantalones, vestidos, pantaletas. En el cajón de su ropa encontré un vibrador como el de la mamá de Alberto. Me dio un pequeño susto, sentía que alguien me observaba, y volví a la cama.
Pasa el tiempo y no volvía a ver a mi prima desnuda, pero sí a pasar tiempo en su cuarto, oliendo sus ropas sus perfumes, y me excitaba. Me masturbaba pensando en ella desnuda regodeándose por cuarto como la última vez. No fue hasta las vacaciones, en un mañana que comencé a pasar más tiempo en su casa que nos volvimos a encontrar en el cuarto juntos. Ella llevaba roa esta vez, conversamos un buen rato, estábamos los dos en la cama viendo televisión. No pasó gran cosa, solo estuvimos allí echados como si nada, nos abrazamos un poco y dormimos otro tanto. Nadie se quitó la ropa ni nada. Solo fuimos primos por un instante. Comenzamos a pasar más tiempo hablando y riendo, yo comencé a dispersar el recuerdo de su cuerpo desnudo con las pornografías que mi primo descargaba de internet. No fue hasta una tarde que iba a una fiesta que se puso un vestido negro y unos tacones alto, con un reloj dorado, y un collar, algo delicado y sutil pero hermoso. Lo que así todo tan excitante era el perfume, volvió a usar el perfume de aquella tarde, aquella última vez. Ya casi se acaba las vacaciones, y eso me ponía triste, se acababan las oportunidades.
Esa tarde, por cosa de la vida, me quedé a dormir en su casa, en su cama. Ella volvió tarde de la fiesta, era muy de noche. Somnoliento la vi entrar, ella se recostó un momento conmigo, me besó dos veces, eso besos tenía un sabor extraño, un sabor que nunca había probado, Se levantó, encendió la lámpara del escritorio, abrió el cajón de la ropa interior donde tenía su vibrador, se sentó al frente mí y comenzó a masturbarse. Yo comencé a hacer lo mismo de forma intuitiva, sin pensarlo tanto.
Ahora, para excitarme busco mujeres que se parezcan a ella, con un vestido negro, tacones altos, reloj y collar dorado, perfumadas con manzanas, manzanillas y canela.