En la urbanización todos comenzaron a hacerlo a un lado y a no acercársele mucho. Algunos les tenían tanto miedo que comenzaron a quedarse en sus casas. Al cabo de unas semanas, la mitad de los muchachos había dejado de ir a jugar futbol los viernes por la tarde. Ya había golpeado a Carlos, Pedro, Caraota, Peluca, Mario y Papa Otto, que era el mayor de todos por 5 años. Lo golpeo más que a mí y lo dejo peor. Las quejas comenzaban a acumularse, pero parecía que eso no traía ningún reparo sobre Paul. Al contrario, eso lo iba poniendo más furioso y agresivos con todos.
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Una tarde le había robado los helados a María Rosario y Carla. Unas niñas apenas de seis años. Que estaban sentada casa del señor Juan, el escalón de la entrada de su porche donde vendía sus helados. Carla era la hermana menor de Adriana, ella entró corriendo y llorando contándole a su mamá todo lo sucedido. Yo ardía en iras cuando Adriana me llamó para contarme todo. Fui a su casa esa noche y comenzamos a planear algo para vengarnos de una vez por todas de ese brabucón. Adriana se comunicó con Rosario, la hermana de María Rosario para que se nos uniera. Suerte para nosotros que estudiábamos en la misma escuela y sería más fácil planearlo todo.
Yo quedé solo, y fui engañado por los tres. Recibí mensaje de textos de todos de que ya estaban en marcha a la casa y que todo iba mejor que lo planeado, que Paul estaba siguiendo a las muchachas y que Alejandro estaba detrás de ellas para asegurar de que nada malos les pasara a ellas en caso de que se saliera de control. El mensaje decía ¡Apúrate, te necesitamos, ven corriendo! Así que yo llegué lo más rápido posible, pero cuando llegué no había nadie. Busqué por todos lados. No fue hasta después de revisar la casa dos veces que decidí llamarlas. Los teléfonos sonaban, pero no las veía a ellas. Encontré los celulares debajo de las escaleras, en un rincón oscuro. Un pequeño escalofrío recorrió mi espalda. Y sentí una mirada. Me volteé y allí estaba Paul, con los ojos bien abiertos. Podía ver, con la poca luz que se colaba por los ventanales sin terminar de construir, como la ira dilataba sus pupilas y una sonrisa de dibuja en su rostro. Estaba completamente excitado. Intenté mantener la calma, pero mi corazón comenzó a acelerarse sin control. Solo pensé en subir las escaleras. Me escondí en uno de los baños, creo que era el cuarto principal, que extrañamente tenía un espejo de medio cuerpo. Estaba ubicado justo en un lugar que no reflejaba la luz, peros si te parabas frente a él podías ver perfectamente tu reflejo. Y el resto del baño era penumbras. Así que me quedé metido justo en la ducha calmando mi respiración y mediando una manera de escapar de la trampa.
Se sentía los pasos acercarse, y comenzó a silbar. No decía nada, solo silbaba mientras caminaba. Era una canción de cuna: duérmete mi niño, duérmete ya… Estoy seguro que todos la hemos escuchado. Tomó un palo, podía oír como lo arrastraba mientras entraba al cuarto. Respiré lento para mantener las pulsaciones al mínimo y no escuchara mi respiración. Se detuvo frente al espejo, su reflejo no era el de un joven, tenía un aspecto diferente. Era el de alguien maltratado, lleno de cicatrices, quemaduras, con los ojos rojos, llenos de sangre, era difícil de distinguir una edad, pero ese no era el Paul que yo había visto antes, el que me pegó cuatro patas sin motivo. Yo sudaba un poco, estaba más nervioso, pero logré controlarme. Desde el espejo me dio una mirada profunda, terrible, que me petrificó, se dio la vuelta, se paró frente a mí. No sé cómo ni de dónde, pero yo tenía un tubo en la mano. Lo apreté fuerte y lo golpeé tres veces antes que se defendiera con su palo de madera. Rompimos el espejo entre empujones. Salimos del baño entre el forcejeo de los golpes, me había sujetado una mano para cuando salimos del baño y me pegaba con furia. Yo había soltado el tubo. Cuando pensé en darme por vencido se detuvo un momento para regodearse frente a mí y darme un poco de su orgullo, y me fui contra él. Lo empujé por la ventana y cayó sobre unos escombros. Y yo me fui corriendo, corrí sin detenerme hasta que llegué a mi casa. Era casi de día. Mi papá me había estado buscando, para decirme lo de Alejandro. Adriana se había ido al hospital pensando que yo estaba allá. Yo llegué cuando había salido el sol con mis golpes y moretones. Manuel y Fredy desaparecieron, no estaban allí cuando yo llegué.
Que relato tan impactante, nos mantuvo pegados desde el principio hasta el fin y es que a todos nos aterran los chicos como Paul, que deben tener una vida muy triste para ser así de malos con los demás.
Un gran saludo, felicitaciones por tan excelente relato, que cautiva de inmediato al lector y deja con ganas de querer leer más, también te invitamos a incluir en tus publicaciones el Tag #talentclub.