HERMANOS PERDIDOS- CAPÍTULO 12 LMTDA By @woman3006

in Cervantes4 years ago (edited)

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CAPÍTULO 12- HERMANOS PERDIDOS

Diego.

No puedo, ni quiero controlarme.

Mucho ya era lo que había aguantado y estaba por agotarse mi paciencia. Mi control temblaba y se agrietaba al borde del rompimiento total, con cada beso, cada roce de nuestras lenguas, cada caricia ¡Dios! la tenia justo donde quería, contra el mármol besándola, queriéndola, haciéndola sentir lo que es: Perfecta.

Intento calmarme y ser un caballero como el de sus juegos, pero hoy no, con ella aquí, con tanto deseo eso es literalmente imposible. La impotencia es brutal, excedente y casi incontrolable.

Me tomo mi tiempo acariciándola, mirando el brillo en sus ojos cuando los entre abre en beso y beso. Me muero por comerla toda, por devorarla, por penetrarla y hacerla gritar mi nombre hasta deshacer su voz.

Mis manos se inquietan y viajan por su cintura, halando sus shorts hacia abajo, su figura tiene un no se qué de esos que te dejan embobado por detallarla. Mis labios nunca dejan los de ella y aprovecho mi picardía para llevar mis dedos hacia el sur y rodar sus bragas a un lado.

La toco, en verdad sentirla es la sensación más placentera que pueda tener, excitada, sensual y débil para mí. Ella gime y yo me muerdo el labio para no comerme su cuello como un animal.

—¿Mojadita tan rápido?

Ella no dice nada , solo se estremece cuando uno de mis dedos la penetra; se siente tan caliente y húmedo dentro de ella que siento que el bulto entre mis piernas va a explotar de lo duro que está.

—Diego... —Ella murmura, su voz casi en un hilo. —No sé si es lo correcto.

¿Ella en verdad piensa que a este punto podemos detenernos?

Hundo mi dedo más dentro de ella, la contemplo mientras arquea su espalda y echa la cabeza para atrás, no me estoy viendo, pero sé que mi sonrisa lo expresa todo.

No puedo aguantar más, es demasiada tortura, quiero estar dentro de ella.

Por instinto e impotencia le doy fin a mi paciencia, me separo de ella y en un torpe intento libero mi miembro. Ella lo mira con interés, luego clava esos ojos llenos de deseo en mí y lo toma con una mano llevando un pequeño roce de mi piel.

Presiono más la mordida en mi labio, ella sabe lo que hace y me excita aún más saber que la Sofía de mis sueños, la Sofía de niños ya creció, y joder, está a punto de...

—Mierda. —Digo en un susurro mientras la veo arrodillarse en frente de mí.

Ella no despega su mirada de la mía, me reta.

—Diego, por favor.

—Sofía... —La advierto.

—No creo que esto sea correcto... —Dice acercando sus labios a mi miembro.

Me quedo boquiabierto mirándola.

¿A qué juega?

La observo lamerse los labios y deslizar el inferior por la punta de mi pene.

Maldita sea.

Tomo su barbilla entre mis dedos y la obligo a mirarme.

—No pienso ser gentil.—Advierto.

Sofía se pone de pie y vuelve a subirse en el mármol del mesón, pienso que quizás debo arrepentirme de mi declaración, pero lo que hace me toma por sorpresa; Ella abre totalmente las piernas en frente de mí, con las manos en cada rodilla sosteniéndolas.

—No espero que lo seas. —Susurra.

Ella no vacila al decirme lo que quiere.

En el más potente impulso doy un paso hacia ella y enredo mis manos en su cabello hacia atrás obligándola a mirarme fijamente y comienzo a mordisquear su cuello. Mi miembro roza contra su sexo tentando, siento sus uñas acariciar la parte baja de mi espalda mientras que la otra viaja hacia mi entrepierna para acomodarlo.

Muevo un poco mis caderas hacia adelante y ella me empuja, enterrándome en su sexo de un solo tirón. Me hundo en su humedad tan fácilmente, que siento como si no fuera la primera vez que la toco.

Ambos gemimos con la sensación, tan caliente y húmeda, estoy inmóvil esperando que se recupere, su respiración está incesante en mi oído y es luz verde para moverme.

No puedo dejar de mirarla porque se ve tan jodidamente sexy y vulnerable así, sus mejillas rojas, sus labios hinchados y el deseo tan potente en sus ojos.

Empiezo a moverme con agilidad contra ella, el sonido de nuestros cuerpos chocando es exquisito, la deliciosa sensación de saber que nuestras pieles disfrutan tanto como nosotros rozarse.

—¡Dios, Diego! —Gime.

Y por más que haya imaginado cientos de veces oírla decir esas palabras, se escuchan mejor de lo que esperaba.

Necesito más, quiero más de ella. Acelero mis movimientos, presionándola contra mí aún más, entrando y saliendo de su humedad, por un segundo, pienso en detenerme, no quiero hacerle daño pero por la manera en que sus gemidos se intensifica, se que le está gustando tanto como a mí.

Cargándola por los muslos la llevo hasta el sofá, sentándome con ella sobre mí, dándole el poder de volverme más loco de lo que ya me tiene.

Me tiene literalmente en la palma de su mano.

Ella tiene el poder de destruirme, siempre lo ha tenido, y la verdad es que en este momento eso es lo único que deseo. Y como lo pienso, ella lo hace, empieza a moverse sobre mí.

Tomo su cintura para guiar sus movimientos pero las toma y las pone en sus pechos.

Estoy jodido, siempre lo he estado si se trata de ella.

—¿Lo disfrutas?—Pregunto.

Ella jadea.

—No sabes cuánto.

Le doy un azote y ella tiembla de placer.

—Estás tan húmeda, Sofía. —digo paseando mis dedos entre sus pechos. —Quiero que te vengas sobre mí, así como estás.

La siento apretarse contra mi miembro y juntar un poco más sus piernas, sé que le falta poco.

—¡Diego, se siente muy... ah! —Me muevo con ella, penetrándola profundamente. Sus gemidos se descontrolan y entonces sé que a mí tampoco me falta mucho para explotar, para llegar con ella.

Su vaivén se vuelve más intenso y fuerte, así que decido abrazarla contra mí, sus pechos en mi cara y sus gemidos en mi oído.

Ella me besa con el roce de nuestros cuerpos conectados, gime contra mi boca y sonríe para luego morderse el labio. Yo sigo halando su cabello como al inicio, y es que no puedo evitar enloquecerme al verla perder el control, su humedad apretando mi erección, sus gemidos enviando sensaciones por cada centímetro de mi cuerpo.

Clava sus uñas en mis hombros y en un par de movimientos más la oigo gritar de placer, su pulso tiembla y sus piernas flaquean, se pega más a mi cuerpo sudado y caliente, la oigo decirme un montón de vulgaridades mientras ella aún después de llegar se sigue moviendo para mí.

—Es tu turno.

Dice acelerando el movimiento de una manera que ni siquiera sé si es humanamente posible, tan rápido, tan húmedo tan... ¡Mierda! Me vengo, con ella y para ella. Siento como si algo explotara y correrme dentro de ella es tan delicioso como la sensación de saber que ella es la única causante de este jodido placer.

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