Un barco partió de la cuidad de España, para las costas Suramericanas llevando a bordo franceses, italianos y españoles. Había, entre otros un muchacho de 20 años aproximadamente, solo, mal vestido y mirando a todos de reojo. Y tenia razón de mirar así, hacía dos años que había emigrado de Venezuela, buscando un mejor futuro para el y su familia, al llegar un jefe de cierta compañía de circo le dio trabajo, pero solo lo tenía a fuerza de puñetazos y ayunos, lo había llevado a través de Francia y España pegándole y siempre hambriento. Llegado a Barcelona, ya no pudiendo soportar más los golpes, el hambre y en un estado que inspiraba compasión, se escapo y fue a pedir ayuda.
El dueño del barco compadecido le dio un boleto para que se embarcara en aquel navío y así pudiera regresar a su tierra. Todos lo miraban, pero el parecía odiar a todos. ¡Tanto lo habían molestado y entristecido las privaciones y los golpes! Después de tanto insistir tres hombres lograron hacerlo hablar y en pocas palabras les contó su historia, no lo entendieron mucho pero por piedad o el vino le dieron algunas monedas, los hombres se dieron cuenta que los miraban algunas mujeres y gritando le dijeron al muchacho ¡toma, toma más! El las recogió todas dando la gracias de manera sonriente. Se fue a su camarote y permaneció solo pensando en lo sucedido. Con aquel dinero podía comer algo decente a bordo y llevar algo a su casa. Era para el casi una fortuna aquel dinero y con eso se consolaba.
Mientras los tres viajeros bebían sentados en medio de la sala de segunda clase. Se les oía hablar de sus viajes y de conversación en conversación terminaron hablando de Venezuela. Uno se quejaba de su comida, de sus ferrocarriles otro de su gente que eran unos estafadores, mentirosos y bandidos y así un montón de barbaries.
— Un pueblo ignorante - decía el primero.
— Sucio - añadió el otro.
— La... Exclamó el último. Iba a decir "Ladrón" pero no pudo terminar la palabra. Una tormenta de monedas cayó sobre ellos, la mesa y el suelo con un estrépito. Los tres furiosos miraron hacia arriba y recibieron otro puñado de monedas en la cara. -Agarren su dinero- dijo con desprecio el muchacho. Yo no acepto limosnas de quienes insultan mi tierra.
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