De azahares mi ser, así lo siento al roce con las hojas de mis limoneros y otros frutales; en mis albahacas, hierbabuena, orégano, toronjil y romeros, aromas de ungüento de ninfa Calipso ¿Cierto, Homero? Con el guanábano, fragancias naturales de la tierra que me conectan a dimensiones de trasposiciones de mundo, el de Alicia, quizás, porque aquí también todo es verde. De mi rocío en esta tarde de cruces, colores y sonidos que hacen oir a Mércury, Harrison, Adams, Sting.
Música, aroma, colores, paladares, creo que diciembre me los hace posible, así como los dorados del aire soleado. Por eso gusto mucho de estos días: siento e interpreto el mundo con los sonidos, colores y aromas de estos días. Mueven lo volitivo en la humanidad de mi ser; me ponen en modo de Acción de Gracias, y no es que me sature de jingles navideños, ni de religiosidades, no lo es así. Algo me lo anuncia, me prepara para esas percepciones, sí. Se me vienen ontológicamente a mi ser, en este recorrido del sol, mi existencia pulsiona desde ellos.
Campanas de catedral que me anuncian, suspendido mi ser en cada uno de estos tañidos. Olores, repiques y voces de celebridades están aquí, hacen que afloran emociones en esta otra vuelta de sol. -Sin cruz no hay resurrección-, oí decir en una de esas homilías de domingo. He querido despedazarla astilla por astilla, muy sufriente, lacerante sobre mis hombros. Entre palabras borrajeadas sin asiento, desacertados emprenderes y portazos en cada aldabonazo para mostrarme, me llevaron al punto de quiebre, de rodillas casi al ras. Sin resignación, seguí con ella. Hoy, a mis sesenta y seís, esas palabras que no dijeron, esos fallidos intentos y esas puertas que me despacharon, configuraron estos sonidos, estos aromas y estos colores en estos diciembres de nacer.
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Me celebro. Aun si me tocara borrajear las mismas palabras, rehacer y deshacer lo ya hecho o tocar las mismas puertas, aun asi, con la misma cruz, me celebro, pues hoy mi ser se encuentra de azahares.
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