CRONIQUILLAS VENEZUELA

in Cervantes4 years ago

DE COMO LA LECTURA NOS ALEJA DE LOS MALOS PENSAMIENTOS

El lugar donde me encontraba carecía de importancia, y el tiempo discurría implacable sobre otras vidas. Yo estaba lejos, recorriendo las páginas de Sala número 6, de Antón Chejov (breve relato donde dibuja lo cercanos que estamos a la locura). A mi lado, un adolescente, un ejemplar de marginado al que la necedad llama “Sin Futuro”; y al que yo catalogo “huérfano con padres vivos”. Este, aunque presa del vicio y cubierto mugre, manifiesta un espíritu curioso y alegre.

Por imposición de un tercero, así como por interés personal, el muchacho también portaba un libro entre sus manos: La escopeta de Petróneo. Siento mucho no recordar el nombre del autor, pero lo cierto es que la historia dibuja a un cazador cuya escopeta le lleva la contraria, y en lugar de escupir fuego, esta disparaba infinidad de pétalos perfumados (¡qué hermosas serían las guerras con armas como esta!).

Pasados unos minutos el tren inició su marcha y a paso de rayo nos llevaba a nuestro destino. Mientras, yo soñaba, y el adolescente también soñaba, uno al lado del otro, y, sin embargo, en mundos destinos: Yo en la sala número 6 de un manicomio olvidado; él, en una selva habitada por animales parlantes. Yo dialogaba con Iván Dimitrich y Andrei Efimich; él, con Petróneo y sus flores. De esta manera el tiempo nos atravesaba, sin herirnos, y el tren, y el espacio, y nuestro destino, se perdieron entre metáforas y palabra inmortales. De pronto la bocina del vagón voceó el siguiente anuncio: “Próxima estación: Alí Primera”. Sin más, abandonamos la lectura y aterrizamos en la siguiente conversación, encabezada por el desafortunado adolescente:

-¿¡Ya llegamos!? ¡Tan rápido! ¡Ni me di cuenta!
-Así es. Es un efecto natural de la lectura: nos hace olvidar del tiempo – le dije.
-¡Es verdad! – Respondió él, que aún no terminaba de salir del asombro.

Intenté seguir con mi lectura, pero el joven insistió, con una expresión de esperanzada alegría:

-Pero eso está bien: lo aleja a uno de las cosas malas, de los malos pensamientos.
Bien dicho. Deberías leer con mayor frecuencia. Leer es un acto muy hermoso y nutritivo – le respondí a modo de cierre.

Pensé que el muchacho guardaría silencio, pero continuó argumentando.

¡Qué bonito, verdad! La mente vuela, uno se imagina todo. Además, así uno no piensa en la droga ni en los cigarros. Voy a leer más seguido.

Dicho esto, volvió a su lectura.

Yo lo miré de soslayo, y en tan solo unos segundos (había regresado la noción del tiempo y de las cosas) sentí compasión, ternura, ganas de llorar, fe. Quise decirle algo para avivar la llama que en su conciencia se había encendido, pero mis palabras no acudieron. Más tarde comprendí que callar fue mi mejor respuesta: él ya había encontrado lo que yo no supe expresar, y es que con ese cuento había descubierto la posibilidad de crecer, de encontrarse a sí mismo. Lamentablemente el tren abrió sus puertas y tuvimos que abandonarlo para cumplir con otros menesteres de importancia semejante.

Confío en que terminó de leer el cuento y que pronto viajará en otras páginas hacia su propio ser.

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