Desde pequeño nos enseñan el valor de las cosas, nos enseñan qué está bien o qué está mal.
También nos corrigen o nos limitan, sin saber que podemos dar más de lo que somos, de lo que podemos mostrar.
Había una historia, un niño muy pobre que siempre fue pobre, hasta que cumplió su mayoría de edad.
Una vez cumplidos sus 18 años, comenzó a trabajar, trabajar ardua y diariamente para conseguir su sueño; estabilidad.
Y continuó.
Continuó sin parar, aunque pasaran los años, aún no tenía éxito. Ganaba dinero, sí, pero no era lo suficiente para mantenerse, para establecerse y finalmente poder ser feliz.
Se estaba rindiendo.
Ya no le hallaba sentido a la vida, pero aún así, continuó trabajando.
Un día, pensó que era su día de suerte, ya que, había conseguido tan solo en un día ganar la suma de $500, eso para él era impresionante, jamás pensó poder tener tanto dinero en sus manos.
Pero la felicidad duró poco. Deudas, gastos, problemas, responsabilidades, acabaron con lo poco que tenía.
Hoy en día ese joven tiene 23 años, emigró de su país en busca de oportunidades, aún continúa siendo pobre, como siempre, y ahora está acá, contándoles su historia. Porque ese joven, soy yo. Aún en busca de su estabilidad económica.