Un par de árboles de formas caprichosas nos saludaron al llegar a aquel paraje del ensueño. A lo lejos, la gigantesca columna rocosa dominaba el horizonte con su presencia. Y en lo alto, sobre imponentes acantilados, se erigía la antigua fortaleza. Nuestro destino. Y hacia allí serpenteaba el camino que se abría ante nosotros después de atravesar la maldita maraña de aquel bosque interminable.
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