Volvía por el camino del santuario. Al pasar junto al hito de descanso me detuve. Delante tenía el pueblo, somnoliento al atardecer, bajo un cielo teñido de amarillos, naranjas y violetas. Se me hacía a la vez extraño y acogedor, después de tantos años. No sabía bien lo que me esperaba ahora allí. No sabía si quedaba algún amigo de los de antaño. Se fueron tantos, como yo... Pasaron los minutos, y yo seguí petrificado, bajo el embrujo de aquel ocaso primaveral, en los aledaños del pueblo.
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