Under the timid caress of the drizzle, my bare feet enter the garden, as if each step were a declaration of love to the earth. In this corner of existence, time dissolves and the outside world becomes a distant, almost forgotten rumor.
The sky, a pearly gray, is shed in small tears, each drop is a whisper that comes down from the sky to meet the earth. In this eternal embrace between the heavenly and the earthly, my feet become the living bridge, the silent witness of a sacred union. Each step on the wet grass is a renewed pact with life, an intimate dance that only those initiated in the art of simplicity can understand.
Walking barefoot in the drizzle is a private ceremony, a rite that reveals the magic hidden in everyday life. The earth, generous and warm, opens under my feet, giving me secrets that only it knows. The grass, moist and vibrant, is a symphony of textures that speaks of ancient promises and forgotten dreams. And each puddle, each tiny mirror, captures fragments of sky, making the ground a starry blanket in the light of day.
In this personal paradise, the rush fades, and the soul finds its true rhythm. Drizzle is not just water; It is the manifestation of a deep and constant love, a serenade from heaven that falls on me. Under this mantle of delicate drops, I become part of the great tapestry of life, one more thread in the fabric of existence. Sometimes, when I close my eyes, I can feel the voice of the earth, whispering to me stories of ancient times, of eternal loves and hopes that never die. The drizzle, with its soft touch, is the messenger of these stories, taking me to a world where the real and the magical intertwine with a naturalness that takes your breath away.
Every time the light rain announces its arrival, my heart is filled with a secret joy. I go out to the garden, barefoot and with an open soul, ready to be part of this simple and sublime miracle. In those moments, I am more than myself; I am a note in the eternal melody of nature, an ephemeral but significant presence in the great symphony of the universe.
And so, in each encounter with the drizzle, I renew my oath with life, with the earth and with the sky. In these barefoot steps in the rain, I find the essence of existence, that magic of being.
Thanks for reading. See you soon!
Bajo la caricia tímida de la llovizna, mis pies desnudos se adentran en el jardín, como si cada paso fuera una declaración de amor a la tierra. En este rincón de la existencia, el tiempo se disuelve y el mundo exterior se vuelve un rumor lejano, casi olvidado.
El cielo, de un gris perlado, se derrama en lágrimas menudas, cada gota es un susurro que baja del cielo para encontrarse con la tierra. En este abrazo eterno entre lo celeste y lo terrenal, mis pies se convierten en el puente vivo, en el testigo silencioso de una unión sagrada. Cada paso sobre la hierba mojada es un pacto renovado con la vida, una danza íntima que solo los iniciados en el arte de lo sencillo pueden comprender.
Caminar descalza bajo la llovizna es una ceremonia privada, un rito que revela la magia escondida en lo cotidiano. La tierra, generosa y cálida, se abre bajo mis pies, entregándome secretos que solo ella conoce. El pasto, húmedo y vibrante, es una sinfonía de texturas que habla de antiguas promesas y sueños olvidados. Y cada charco, cada espejo diminuto, captura fragmentos de cielo, haciendo del suelo un manto estrellado a la luz del día.
En este paraíso personal, la prisa se desvanece, y el alma encuentra su ritmo verdadero. La llovizna no es solo agua; es la manifestación de un amor profundo y constante, una serenata del cielo que cae sobre mí. Bajo este manto de gotas delicadas, me vuelvo parte del gran tapiz de la vida, una hebra más en el tejido de la existencia. A veces, al cerrar los ojos, puedo sentir la voz de la tierra, susurrándome relatos de tiempos remotos, de amores eternos y esperanzas que nunca mueren. La llovizna, con su tacto suave, es la mensajera de estos cuentos, llevándome a un mundo donde lo real y lo mágico se entrelazan con una naturalidad que corta la respiración.
Cada vez que la lluvia ligera anuncia su llegada, mi corazón se llena de una alegría secreta. Salgo al jardín, descalza y con el alma abierta, dispuesta a ser parte de este milagro sencillo y sublime. En esos momentos, soy más que yo misma; soy una nota en la melodía eterna de la naturaleza, una presencia efímera pero significativa en la gran sinfonía del universo.
Y así, en cada encuentro con la llovizna, renuevo mi juramento con la vida, con la tierra y con el cielo. En estos pasos descalzos bajo la lluvia, encuentro la esencia de la existencia, esa magia del ser.
Gracias por leerme ¡Hasta pronto!