Hasta en la muela

in GEMSlast month (edited)

Hace 24 horas me sacaron la muela. No la extraño porque me tenía loca del dolor. Había chance de salvarla, pero eso implicaba cosas que ni quiero ni voy a hacer.

Uno, dejarme taladrar la boca quién sabe cuántas veces más.
Dos, abrirle la boca a otro extraño y forzar conversación con algodón en las encías.
Tres, gastar más real.

Así que elegí lo rápido y seguro. Ahora tengo un hueco feo, pero más feo era el martirio.

Mientras el doctor hurgaba, pensé que esta sería la última vez que me arrancaban algo del cuerpo. Estoy sana, todo bien, gracias a Dios. Ojalá mis únicos vacíos de ahora en adelante sean hambre, sed y de cerveza.

Le pedí la muela y aquí la tengo en un frasquito con agua oxigenada. La veo y parece un veterano de guerra: curtida, con cicatrices, sin miedo. Era una pieza fuerte, bien agarrada, que trituró cuanto antojo le metí sin chistar.

El doctor dice que tengo bruxismo extremo. Que mis dientes parecen haber peleado en una guerra de machetes. Que mi mandíbula está tan dura que hasta suena cuando muevo la boca. Cada vez que me revisa, suelta un “¡Qué barbaridad! ¡Qué bárbara!” como si estuviera viendo un caso para un documental.

Yo no puedo responder porque tengo la boca abierta y anestesiada, pero mi venganza fue instantánea: un chorro de saliva salió disparado, directo a su bata. Ahí mismo cambió de tema.

Ahora mi muela reposa en su frasquito, flotando entre burbujas como en un spa de lujo. Jubilada, descansando de mis mordiscos y mis tragaderas. Se le ha ido el color amarillento, se ve blanquita, relajada, hasta bonita.

No sé si soy yo que la veo como un reflejo, o ella que me ve con nostalgia. Creo que me dice: “¡Adiós, Eleida María! Sigue viviendo bonito, ruñendo hueso, mordiendo tostones, pelando merey con los dientes”.

Y yo le respondo: “¡Seguro que si!”.