Como no extrañarla
tempranito hasta su casa.
Yo le tocaba la puerta
y ella decía " muchacha, pasa
no te me quedes allí
parada como una estatua
porque tú sabes muy bien
que mi casa es tu casa."
A mí me causaban gracia
sus ocurrentes palabras
y siempre me hacían reír
cuando más triste yo estaba.
Ella siempre me esperaba
con un sabroso juguito,
un café bien calientito
y arepas recién horneadas.
Yo me quedaba observando
lo ágil que era ella.
Eso me hacía admirarla,
eso la hacía más bella.
Sus manos arrugaditas
y a la vez tan suavecitas
acariciaban las mías
y así su amor yo sentía.
Como no voy a extrañar
a mi dulce viejecita
que con suave voz decía
"tú eres como mi hijita".
Pero llegó aquel día
en el que ya no fui más
a esa casa tan querida,
refugio de amor y paz.
Porque a mi tierna viejita
que era todo para mí,
ése día inesperado
su corazón dejó de latir.