Si conviven con niños, seguro en más de una ocasión se han preguntado "¿y este/a muchachito/a de dónde saco eso?". Palabras más, palabras menos.
Ahora bien, la respuesta está frente a nuestros ojos y los del infante. El entorno.
Todo lo que nos rodea, influye en nosotros.
En niños es aún más común puesto que en ellos abunda la curiosidad. Tienen preguntas o se hacen preguntas y buscan las respectivas respuestas. A veces expresan sus dudas, otras tantas intentan descubrir las respuestas a sus incógnitas por si solos, como todos unos exploradores.
En ese proceso, es esencial acompañar y alimentar la curiosidad, para que ellos sigan nutriendo su mente y sus ganas de aprender. El juego, el arte, la lectura, el baile, la música, la cocina, u otro medio, son medios ideales para el disfrute y también para el aprendizaje.
Ahora bien, los niños además de exploradores son como esponjas, absorben todo lo que está a su alcance. De ahí la importancia de conocer a qué están expuestos.
Así mismo, el acompañamiento del que hablábamos antes, implica supervisión. Es decir, como adulto, estar atento a qué se exponen los niños. Siempre cuidando que el contenido que consumen sea el adecuado para su edad. Pues hay que dejarlos crecer a su ritmo y no exponerlos de más.
Por otra parte, puede ocurrir que el niño no sepa de donde aprendió algo o cuándo comenzó a decirlo o hacerlo, lo mismo nos llega a suceder a nosotros como adultos. Esto se debe a que aprender -del entorno- no siempre es un acto consciente.
Hay información del mundo exterior que nuestro cerebro capta y almacena de manera inconsciente. Lo que resulta imperceptible hasta que se manifiesta un comportamiento relacionado y se busca el origen del mismo.
Por lo que es muuuy importante estar atentos, ver y evaluar constantemente cómo nos comunicamos con los niños y cómo nos comunicamos con otros en presencia de los ellos. Todo lo que ellos ven en nosotros, pueden fácilmente comenzar a hacerlo.
Debido a que lo están viendo en una persona cercana, que es incluso un modelo a seguir para ellos; o que simplemente es relevante -como puede ser hasta una comiquita-, o porque les atrae de alguna manera, recordemos, son exploradores en pleno desarrollo.
Y algo que no podemos olvidar es que no podemos exigirle a los más pequeños que sean algo que nosotros no somos. Hay que predicar con el ejemplo, mostrar coherencia entre lo que somos y lo que les pedimos a ellos.
Así que la próxima vez que nos preguntemos "¿y este/a muchachito/a de dónde saco eso?" no sólo busquemos cuestionar al niño sino a nosotros mismos, evaluando en el camino el cómo lo estamos haciendo y qué estamos permitiendo en su entorno -y en el nuestro-.
Mientras sean chicos, su bienestar y formación es nuestra responsabilidad, por lo que desde el amor (léase amor, no maltrato o sobreprotección), intentemos hacer lo mejor que podamos con lo que esté a nuestro alcance, por y para ellos.
Formemos niños más curiosos, espontáneos, amables, honestos, respetuosos, empáticos, repletos de valores y alegría; niños más auténticos y felices.
Porque un niño feliz hoy, es un muy posible adulto feliz mañana.
Gracias por leer.
❤️