Noche de tintineo agobiante y repetitivo de copas medio vacías y medio llenas, adornadas por gritos y carcajadas de alcohol festivo.
Risas, risas exuberantes y descontroladas de la helada noche, en conversaciones banales y no tan serias para la vida.
Sonidos asimétricos con chocante armonía, expulsados por vibrantes bocinas que reproducen un sinfín de enmarañadas canciones sin letra alguna.
Exaltante bombardeo el cielo y aire, por fuegos volantes que desprenden hipnóticos colores al tener su sonora explosión, quedando sus humeantes ecos.
Al término de esta ilógica batalla contra el tranquilízante silencio, ruedan botellas con restos espumosos, se cierran rechinantes puertas y se duermen las bocinas.
Pero al despliegue de los calientes rayos solares, poco se escucha al soplo del libre viento, al canto alegre de las aves, pues se encienden motores, se alzan voces, salen las manadas de camiones y carros en la pradera asfáltica.
La Ciudad ha despertado ruidosa como siempre.