(ESP) EL BUHO - Relato corto

in GEMS4 years ago

Hola, buenas tardes, este es mi primer post aquí en la comunidad; es un escrito que ya tenía por allí desde el mes de octubre. Fue escrito para un concurso de Halloween en el cual resultó ganador y, por esa razón (y ahora que se puede), decido compartirlo aquí para dar inicio a mi blog.


Búho CoverBook.png

La imagen para la portada junto con la edición es de mi autoría.


EL BUHO

Mark se levantó con la frente llena de sudor; con las manos temblorosas y con un grito atrapado en la garganta. Era el búho. No. Eran sus ojos, esas cuencas enormes y rojizas. Mark lo recordaba: su plumaje teñido de rojo y las grandes garras abrazando el alféizar de la ventana. El búho giraba la cabeza y reía. Mark no sabía cómo, solo se dejaba perder por el sonido abismal de una carcajada tras otra.

El joven lo había anotado en su diario. Las horas en las que soñaba con el búho en la ventana, la cantidad de veces que esa cosa giraba la cabeza y se reía. Lo tenía todo registrado, no había manera de que se perdiera de algo. Mark no podía olvidarlo porque el miedo ya era una espiral que siempre giraba y giraba retorciendo su estómago, volviendo la pesadilla permanente.

Mark se levantó de la cama dispuesto a escribir en el diario la nueva pesadilla. No había ningúna novedad: estaba asqueado, tembloroso y tenía miedo. La sensación rastrera de estar escapando de algo lo llevó a correr y encerrarse en el clóset.
Allí, Mark encendió una pequeña lámpara y la dejó en el suelo antes de abrir el diario para mirar los grandes ojos del búho en la hoja principal.
Las cuencas rojizas lo miraban con el intenso rayón de la tinta sobre la página. Los trazos frenéticos como su corazón.

Mark apretó los ojos y en un instante, escuchó un picoteo en la ventana, justo cuando se disponía a escribir la pesadilla: «toc, toc, toc» y se congeló. Le dolió la garganta cuando pensó en gritar y el estómago se le anudó conforme el ruido volvió a oírse. Sabía que era el búho. Tenía que serlo.

Rápidamente, Mark lo imaginó en el mismo sitio de todas las noches, lo imaginó girando la cabeza y pensó que lo veía. Era una vuelta perfecta, un giro sangriento que empapaba el alféizar de la ventana con un rayón carmesí; las garras, clavadas con dureza en la madera ya rasgada y las cuencas rojizas brillando en la oscuridad.

Mark sabía que no podía estar imaginándolo. El búho era grande, ¡enorme! Y lo esperaba. La risotada lo llamaba a abrir la puerta, lo incitaba a salir de su escondite para mirar al búho en la ventana.

«Acércate, Mark, giremos juntos».

El muchacho apretó el diario en su pecho, conteniendo el temblor de sus piernas cuando se levantó, abrió una rendija y miró. Fue entonces que retrocedió con el corazón en la boca, dándose de bruces con la ropa colgada a su espalda.

Otra risa. Mark tampoco la iba a olvidar. No ese día en que olvidó cerrar la ventana y el búho entró.

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