Secuencias. Parte 2.
Formas de hacer crac.
A partir de una pequeña grieta –que las manos no detienen- empiezan a desfilar salvajemente los miedos que una vez fueron encarcelados.
Se desvanece la continuidad del amor, y ya no se puede ser.
Antes de que estallen, los días empiezan por gastarse en lágrimas silenciosas que dicen todo lo que ya las palabras no pueden. Ninguno de los dos saldrá ileso, la única opción es aceptar los rotos que el tiempo fue disfrazando con ilusión, pero esta última se vence, y se degrada al dolor. La espera que ayer se definía como tentación, hoy es sinónimo de invulnerabilidad que extrae del corazón más puro, una porción mínima o extensa de odio.
Empieza a pesar el tiempo compartido, y la ausencia va desalojando el desorden que dejó un amor. Se crean espejismos que sobrepasan las expectativas, para luego revelar una antología de silencios que será un síntoma que sirve para desprenderse de la idealización, y vivir de la realidad obtenida. Toda esta situación conduce a restablecer los cauces del pasado, para encontrar la libertad y la sensación inmediata de paz que conocemos normalmente como paz.
Cuando las miradas se cruzan, se pierde toda suerte que orbitaba entre ambos. La distancia es la única autenticidad del momento, y la capacidad de entendimiento fallece. La desilusión desmantela cualquier promesa. Ver de un modo extraño lo que alguna vez querías para tu vida, es una situación donde no cabe el fingir. Es inevitable no pensar en las vivencias, pero el espectro del dolor permanece, y se enfatiza en cada palabra que el otro expresa.
El definitivo adiós no invalida otro posible amor, sin embargo, los sentimientos se vuelven más lucidos, y la compañía próxima debe encontrar el umbral mutuo para no perder de nuevo la identidad, sin hacer crac.