Finaliza un año en el que este mundo ha sepultado la razón, ha perdido la cordura y ha debilitado la templanza. Un año de perturbación de los sentidos, de tétricas borracheras de pánico y de falsarios mensajes de terror, pregonados de manera unísona por los grandes medios. Un año marcado por la ausencia de libertades. Un año, al igual que el pasado, abonado por el miedo. Ese perverso miedo que fomenta la inoperancia de nuestro cerebro y nos convierte en meros animales irracionales. Y mientras tanto, una mínima parte de la población mundial –por debajo del 0,005%– multiplica por decenas de miles sus ya abultadas fortunas.
Tiempos, los actuales, en los que la realidad supera por exceso la peor de las pesadillas. Unas vivencias, las actuales, impensables pocos años atrás. Un completo desamparo para quienes disienten de lo ordenado desde una cúspide globalista, que nadie ha votado y que se lleva por delante el Estado de derecho y la soberanía del individuo.
Año complicado este. Tanto por lo que respecta a la convivencia como a la libertad. La primera, por cuanto pretende enfrentarnos a unos contra otros. A vacunados contra no vacunados, a temerosos contra valientes, a informados contra desconocedores, a cabeza contra corazón. ¡A creyentes contra ateos! La segunda, porque ya no nos importa tenerla. Hace tiempo que aceptamos cambiar la libertad por una supuesta seguridad.
Resulta chocante en un mundo, el occidental, cada vez más irreligioso, que las directrices ordenadas desde una élite global se tomen como auténticos dogmas de fe. O las aceptas, o te conviertes en un peligroso ateo al que hay que erradicar. Así se crea una nueva inquisición mucho más potente que la de antaño. Y más malvada, porque se cimenta en la delación. Sin posibilidad de defensa ante un tribunal.
Sólo hace falta darse una vuelta por foros independientes y ver en qué medida se persiguen los derechos humanos. Son múltiples las manifestaciones masivas a favor de la libertad en los países occidentales. Tantas como la indiferencia con que los políticos de turno se las toman. Y a la cabeza de esa indolencia, ejerciendo el poder de manera opresiva y dictatorial se halla Australia. Un lugar donde las libertades ciudadanas se pisan con toda la fuerza y virulencia del Estado.
El tren llamado libertad ha pasado de largo. Dejamos que se marchara, y no está previsto que llegue ningún otro. Nos han ido entreteniendo con cosas vulgares, pedestres e irrelevantes, y hemos picado el anzuelo. De ahí el conformismo que nos rodea y la pasividad que nos inunda. Vivimos una realidad paralela sin percatarnos de las cadenas que arrastramos. Meros pringados. Esclavos de un móvil, que llevamos a cuestas, de una tecnología que nos controla y de una comunicación deshumanizada. En el fondo, una sociedad acomodadiza a la que le perturba cualquier tipo de activismo en defensa de la libertad. La privilegiada libertad que nos permite decidir qué hacer con nuestra vida. Y así, desdeñamos el bien más preciado que nuestro Creador puso a nuestro alcance y que nos diferencia del resto de seres.
Con todo, aquellos que creemos en Cristo aún disponemos de un lugar para la esperanza. Estas fechas que se acercan deben servirnos para reflexionar, y preguntarnos qué podemos hacer. Este año debemos celebrar la Navidad más que nunca. ¡Aplaudamos la Navidad! Aprovechemos la conmemoración del Nacimiento y encomendémonos al Hijo de Dios. Pidámosle que nos asista y nos fortalezca para enfrentar estos tiempos. Que así sea.
De corazón, os deseo una ¡FELIZ NAVIDAD!
Leo Limiste
A year is ending in which this world has buried reason, has lost its sanity and has weakened temperance. A year of disturbance of the senses, of gloomy drunkenness of panic and false messages of terror, proclaimed in unison by the mainstream media. A year marked by the absence of freedoms. One year, like the past, paid for by fear. That perverse fear that fosters the ineffectiveness of our brain and turns us into mere irrational animals. And meanwhile, a tiny part of the world's population - below 0.005% - multiplies its already massive fortunes by tens of thousands.
Times, the current ones, in which reality exceeds by excess the worst of nightmares. Some experiences, the current ones, unthinkable a few years ago. A complete helplessness for those who disagree with what is ordered from a globalist peak, that no one has voted and that takes the rule of law and the sovereignty of the individual ahead of them.
Complicated year this. Both with regard to coexistence and freedom. The first, because it pretends to pit us against each other. To the vaccinated against the unvaccinated, to the fearful against the brave, to the informed against the unknown, to the head against the heart. Believers vs. Atheists! The second, because we no longer care to have it. We have long agreed to exchange freedom for supposed security.
It is shocking in a world, the western one, increasingly irreligious, that the guidelines ordered from a global elite are taken as authentic dogmas of faith. Either you accept them, or you become a dangerous atheist to be eradicated. This creates a new inquisition much more powerful than the one of yesteryear. And more evil, because it is based on denunciation. No possibility of defense in court.
You just need to go around independent forums and see to what extent human rights are being pursued. There are multiple mass demonstrations in favor of freedom in Western countries. As many as the indifference with which the politicians on duty take them. And at the head of that indolence, exercising power in an oppressive and dictatorial way is Australia. A place where civil liberties are stepped on with all the force and virulence of the State.
The train called freedom has passed by. We let him go, and no one else is scheduled to arrive. They have been entertaining us with vulgar, pedestrian and irrelevant things, and we have taken the bait. Hence the conformism that surrounds us and the passivity that floods us. We live a parallel reality without noticing the chains that we drag. Mere smears. Slaves of a cell phone, which we carry, of a technology that controls us and of dehumanized communication. Deep down, an easy-going society that is disturbed by any kind of activism in defense of freedom. The privileged freedom that allows us to decide what to do with our life. And thus, we disdain the most precious good that our Creator put within our reach and that differentiates us from other beings.
Yet those of us who believe in Christ still have a place for hope. These dates that are approaching should serve us to reflect, and ask ourselves what we can do. This year we must celebrate Christmas more than ever. Let's applaud Christmas! Let us take advantage of the commemoration of the Nativity and entrust ourselves to the Son of God. Let us ask him to assist us and strengthen us to face these times. So be it.
From my heart, I wish you a MERRY CHRISTMAS!
Leo Limiste