La pandemia causada por el SARS-CoV-2, mejor conocido por su nombre artístico de Coronavirus (el cual, sabiendo que es sólo uno de varios tipos bastante comunes de coronavirus existentes, es tan poco específico como entrar a un restaurant y pedir “un plato de comida”; pero ese no es el punto de este artículo), llegó para sacudir los cimientos del mundo tal y como lo conocíamos. Había evitado escribir sobre el tema porque mi hipster interior lo consideraba demasiado mainstream, y pienso que todas las redes sociales, portales de noticias, y, bueno, todo ya está bastante sobresaturado; de vez en cuando necesitamos un escape de la realidad y olvidar el hecho de que muchos de nosotros llevamos semanas prácticamente sin salir de la casa. Pero hay algo sobre lo que he venido queriendo dar mi opinión, ya que he notado los alarmantes niveles de desinformación que hay en la población general. Sé que tampoco es exactamente original, y si duda es algo que ha sido discutido como nunca antes durante estos últimos meses, pero quiero aportar mi grano de arena y hablar un poco sobre las vacunas, y mediante evidencia sólida, demostrar por qué sus efectos secundarios negativos van mucho más allá del autismo que supuestamente causan. Sé que aquí es cuando muchos cerrarán la pestaña, o pasarán directamente a acusarme de teórico conspiracionista, pero te pido que por favor te quedes hasta el final, y hablemos sanamente sobre el tema en los comentarios. Comencemos:
La Verdad Sobre las Vacunas: Por Qué sus Efectos son Mucho Peores que el Autismo
Primero, comienzo aclarando que antes que todo, soy un hombre de ciencia, poco creyente de supersticiones, pseudociencias e incluso de religiones (salvo del Pastafarismo, del cual soy fiel seguidor). Pienso que la evidencia siempre habla por sí sola; los números y hechos ocasionalmente se pueden interpretar de varias maneras, incluso contradictorias, pero siempre muestran una única verdad, que puede ser distorsionada por quienes lo intenten, pero no puede ser cambiada. Y esa es la belleza de la ciencia basada en evidencia: no le importa tu opinión, explica las cosas como son y no como queremos que sean, y por esta misma razón es atacada de manera tan constante. Se puede entender, entonces, por qué ha caído un poco en desgracia en algunos círculos en donde se considera que una determinada percepción de la verdad es más importante que la verdad misma, no estoy nombrando a nadie en específico, pero todos conocemos al menos un grupo que lo hace de manera bastante obvia.
Pero suficiente de esto; vamos al tema. Seguramente todos hemos visto una variedad de comentarios y memes sobre los antivacunas; “activistas” profesando que las vacunas no sólo son innecesarias ya que, según ellos, el sistema inmune del cuerpo es más que suficiente para lidiar con todo tipo de infección por cualquier microorganismo, sino que de hecho son capaces de causar daño, incluso de provocar condiciones adversas como autismo, o las enfermedades contra las que se supone deben proteger. Estas personas son frecuente objeto de burlas e insultos, sobre todo en los tiempos actuales, y de poco ayuda el hecho de que muchos de ellos tienen otras teorías incluso más extravagantes; algunos dicen que las vacunas son parte de un plan de las élites mundiales (sean corporaciones, masones, reptilianos u hombres cangrejo) para mantenernos dóciles y bajo su control mediante la implantación de químicos o microchips, otros exponen que su verdadero rol es enfermar a las masas para que las grandes compañías farmacéuticas ganen millones vendiendo medicamentos, y unos grupos cuentan que sí son un método de control de población, pero esta vez relacionado con antenas 5G, estelas químicas en el cielo, rituales satánicos, y otra gran variedad de cosas cada una más loca de remate improbable que la otra. Ahora, es cierto que no puedo estar de acuerdo con la mayoría de estas teorías, y que hay poca evidencia creíble tras la mayoría de las mismas. Pero hay algo en lo que tienen razón; las vacunas son malas, y hoy te lo demostraré con ciencia pura.
El origen de los instrumentos del mal conocidas como vacunas se dio a finales del siglo XVIII, cuando en el medio de una epidemia europea de viruela, Edward Jenner, un médico inglés, se dio cuenta de que las mujeres que ordeñaban vacas infectadas con la versión bovina de la enfermedad, y se contagiaban durante el proceso, eran inmunes a la mortífera cepa que afectaba a los humanos. Edward, impulsado por la curiosidad científica, y sin el lastre de tonterías como la “ética” o “moralidad”, realizó un experimento en el que tomó muestras de las heridas por varicela bovina de una granjera, y las inoculó en James Phipps, un valiente niño de 8 años y precursor a todas las ratas de laboratorio y conejillos de indias del mundo médico. El niño enfermó levemente, sin sufrir secuelas o problemas de importancia, y al ser expuesto en repetidas ocasiones a la viruela humana se mostró tan inmune a esta afección como las granjeras. Sin embargo, no fue sino hasta la década de 1880 cuando el científico francés Louis Pasteur, creador del proceso de (sorpresa) la pasteurización, perfeccionó las vacunas, creando antígenos contra el ántrax y la cólera aviar. Además, fue Pasteur quien inventó el término vacuna, basándose en la palabra vacca; latín para vaca, en honor y reconocimiento de los descubrimientos de Jenner, y eternamente relacionando el nombre de tan noble criatura al de su vil creación. Lástima que ninguno de los dos sabían el daño que le causarían a las generaciones futuras.
Las vacunas ejercen su terrible efecto de varias maneras, aunque todas cumplen el mismo principio: introducir un virus o bacteria de manera segura al organismo para que el sistema inmune reconozca al agente infeccioso y aprenda a protegerse contra el mismo, adquiriendo inmunidad en caso de futuros contactos. Existen 4 tipos básicos de vacunas:
- Las de virus vivos, como las de la viruela o varicela, en las que se inocula una variante debilitada del virus, insuficiente para provocar síntomas peligrosos, pero suficiente para crear resistencias.
- Las inactivadas, hechas en base a proteínas, o en virus o bacterias, como la Bordatella pertussis (causante de la tos ferina), ya muertos y por lo tanto inofensivos, pero que aún mantienen su estructura molecular, que es memorizada por el sistema inmune.
- Las toxoides, que contienen toxinas extraídas de microorganismos y que son responsables de las enfermedades causadas por estos, como ocurre con el tétano y la difteria. Estas toxinas son inactivadas, y al ser inoculadas hacen que el cuerpo pueda padecer una posible infección sin sufrir ningún efecto adverso.
- Y por último, las biosintéticas, en las que se utilizan sólo determinados fragmentos, naturales o artificiales, de los microorganismos, haciendo que el sistema inmune ataque, por ejemplo, la cápsula de un virus o las proteínas constituyentes de una bacteria, destruyéndola. Algunos ejemplos son los antígenos contra la hepatitis B, o el virus del papiloma humano.
Además de estos, hay un par de tipos más aún en desarrollo: las de vector recombinante que básicamente toman ADN que en teoría podría ser de alérgenos, tejido canceroso, o incluso autoanticuerpos (culpables de las enfermedades autoinmunes como el Lupus o la artritis reumatoidea) y las integran al “cuerpo” de un germen, induciendo resistencias contra enfermedades no infecciosas, y las vacunas de ADN, que como su nombre lo indican, usan solo el ADN del microorganismo, y por lo tanto son más fáciles de producir y almacenar.
Ahora, sé lo que estás pensando. “Vaya Mike, eso de las vacunas suena bastante bien, ¿por qué las criticas tanto? ¿Qué es lo que no nos estás contando? ¿De verdad causan autismo? ¿Puede ser que los virus muertos revivan, o que el sistema inmune no responda bien y terminen causando las enfermedades que deberían prevenir? ¿Acaso son la herramienta descrita en la Biblia que usará el Anticristo para imponer su voluntad en el reino de los mortales? Es eso, ¿cierto?
Licencia: Dominio Público
Y además, también es reptiliano y masón
No exactamente; es algo incluso peor. Antes de revelar la verdad, sin embargo, hay que dar crédito cuando es debido. Contrario a lo que muchos profesan (a pesar de la aplastante evidencia en contra), las vacunas no causan autismo. Este mito surgió debido a un artículo publicado en el diario inglés ”The Lancet” en 1998, en el cual un médico llamado Andrew Wakefield asociaba la aplicación de vacunas trivalentes (contra el sarampión, varicela y rubeola) a un aumento en la incidencia de autismo en un grupo de 12 niños. Pero dos años después se descubrió que los resultados habían sido falsificados, y no sólo esto, sino que Andrew había recibido un pago de 80.000 euros de una empresa dedicada a probar los supuestos daños que causaban las vacunas. Tras esa campaña de desprestigio, la licencia médica del (hasta entonces) doctor Wakefield fue retirada, y ese debería haber sido el fin del asunto, pero sabemos que los teóricos conspiracionistas pocas veces se dejan llevar por pequeñeces como “evidencia fehaciente”. El público ha presionado a la comunidad científica para que realice más estudios, y todos han arrojado los mismos resultados: ni el contenido vírico o bacteriano de las vacunas, ni los metales y otras sustancias ocasionalmente usados como adyuvantes, son capaces de causar autismo, ni enfermedades graves, ni de incrementar la incidencia de alergias.
Sí es posible que un número muy pequeño de individuos presenten algunos síntomas adversos transitorios, algo de esperarse tomando en cuenta la complejidad y heterogeneidad de nuestros cuerpos, y el hecho de que algunas personas pueden sufrir efectos negativos tras el consumo de algo tan común como el gluten, sin embargo, curiosamente no se suelen ver protestas en contra del trigo, ni campañas para prohibirlo, como sí ocurre con las vacunas (que efectivamente deberían ser prohibidas, pero no por estas razones). Se ha reportado la aparición de convulsiones en 1 de cada 14.000 casos, trombocitopenia idiopática (disminución de la cantidad de plaquetas en sangre que hace que la coagulación sea más lenta) en 1 de cada 30.000 niños vacunados, y encefalitis en aproximadamente 1-10 niños por cada millón de vacunaciones. Si tomamos en cuenta la incidencia de enfermedades peligrosas como la rubeola (1 en 3000) o el sarampión (1 en 6000), queda claro que vacunarse es enormemente más seguro que no hacerlo, comparable a jugar la ruleta rusa con una pistola NERF en lugar de con un revólver. Y por si hacía falta más evidencia, abajo pueden ver un gráfico comparando la cantidad de casos de sarampión en los Estados Unidos, cuantificados en cientos de miles, antes y después de la introducción de la vacuna, y posteriormente, de su refuerzo.
En resumen, las vacunas han probado ser uno de los inventos más importantes probablemente en la historia de la humanidad, habiéndonos permitido llegar al punto de erradicar por completo la viruela, y en un futuro no muy lejano seguramente se sumen a esta otras enfermedades que solían ser una importante causa de muerte alrededor del mundo y que hoy en día ya son muy infrecuentes, como el polio o la rubeola. ¿Por qué, entonces, mi dramatismo sobre los males que ha creado? Pues, precisamente por eso, salvan demasiadas vidas.
Cuando Edward Jenner creó aquel primer proceso rudimentario de vacunación, sin duda tenía en mente a los cientos de miles de personas pereciendo anualmente de enfermedades que hoy muchos ni conocen, pero hay un grupo en cuyo bienestar definitivamente no pensó: los dueños de funerarias. La pobre gente de esta industria ha sufrido en años recientes por la falta de, umm, clientes, y si bien la pandemia actual sin duda ha traído una prosperidad increíble a este tipo de negocio, apenas se desarrolle la vacuna y se comiencen a implementar planes masivos de inmunización, las cifras de muertes caerán drásticamente de nuevo, y con ellas, las ganancias de estos humildes y dedicados individuos, cuya lucha ha sido ignorada por la cruel sociedad en la que vivimos.
Y como si esto fuera poco, la evidencia apunta a que la sobrepoblación, ya un problema en varias partes del mundo, empeorará de manera exponencial en las próximas décadas, haciéndonos rozar los 10 mil millones de habitantes para el 2050, incrementando la desigualdad social, y la ya relativamente grave escasez de recursos. ¿Acaso Thanos tenía razón y el crecimiento poblacional desmedido probará ser nuestro fin? Posiblemente, pero si algo es seguro, es que de no ser por las vacunas, nunca tendríamos que hacernos esa pregunta. Al haber contribuido enormemente al aumento de la esperanza de vida promedio a casi el doble de aquella de inicios del siglo XIX, también ha condenado a nuestros nietos a sufrir innumerables horas atascados en el tráfico vehicular que habrá en toda ciudad de tamaño decente, o lo que es peor, a tener que usar un transporte público extremadamente sobre abarrotado, y pelearse por un puesto en el bus tal y como las tribus guerreras de Mad Max pelean por recursos y comida.
El arma te garantiza un puesto al lado de la ventana
Así que la próxima vez que creas que la invención de la vacuna fue algo positivo para la humanidad solo porque ha permitido mejoras en nuestra calidad de vida previamente impensables, salvando cientos de millones de vidas solamente en los Estados Unidos, y le ha ahorrado incontables sumas de dinero a todos los gobiernos del mundo, permitiendo un enorme crecimiento generalizado de la infraestructura y llevando las economías globales a una época de prosperidad nunca antes vista, piensa en los dueños de funerarias en pueblos pequeños alrededor del mundo, viendo como sus finanzas sufren tras otro mes prácticamente sin muertes por enfermedades, eventualmente teniendo que cerrar tras tener que abandonar a su perro en las calles por no poder costear su alimento (pobre Copito, no sobrevivirá el invierno), y en las futuras generaciones, compartiendo un vagón de metro con cientos de personas, apretados y atrapados en un mar de desagradables olores corporales, compitiendo con quien sabe cuántos más por un puesto de trabajo mediocre e insatisfactorio para poder pagar los alimentos, cada vez más escasos. Esta es la triste realidad a la que nos condenaron Edward Jenner, Louis Pasteur, y las compañías médicas y farmacéuticas, que indudablemente aún en esas condiciones anteriormente descritas seguirán trabajando incansablemente para alargar nuestras vidas y eliminar todas las enfermedades que han mantenido a raya la población mundial desde los mismos inicios de la humanidad. Monstruos, todos ellos.
Referencias:
- Cómo desmontar científicamente los 4 principales argumentos antivacunas
- Desmintiendo 6 mitos de los negacionistas de vacunas
- The New York Times – La vacuna contra el sarampión no causa autismo
- Intramed – Más pruebas de que las vacunas no causan autismo
- CodigoF - ¿Las vacunas causan autismo? La ciencia contra el movimiento antivacunas
- ABC – El origen del bulo que vincula al autismo con las vacunas
- Wikipedia – Vacunas
- MedlinePlus – Como funcionan las vacunas
- BBC News – ¿Cuanta gente más cabe en el planeta Tierra?
- El País - ¿Somos demasiados?
- The Sydney Morning Herald – Empresas funerarias preocupadas sobre disminución en la cantidad de muertes
- Investigación y Ciencia – Las vacunas ha prevenido más de 100 millones de infecciones
- Wikipedia – Esperanza de vida
Que buen contenido !!
Gracias! Me alegra que te haya gustado
¡¡¡Felicidades!!!
Vivimos en un Mundo de mintiras. La verdad. Lo bueno de Hive es que lo que escribiste see keda salvada, y no lo pueden esconder. Gracias por compatir
True enough. I'll be posting the translation on English tomorrow, if you want to pass by!