Durante las vacaciones escolares mi prima mi hermano y yo nos quedábamos allí, junto a sus habitantes diarios que eran: mi otra prima mucho más grande, mi tía de cabellos blancos, un perro llamado león, al que yo le tenía miedo, y mi abuelita.
Mis recuerdos de la infancia están plagados de carreras por toda la casa, ver a mi abuelita quedarse dormida mientras tejía, las comidas increíblemente deliciosas que preparaba, León llorando cada vez que mi tía salía, una Lora muy vieja, el calor que aparte del hecho de que Guatire es un sitio muy caluroso, era incrementado por el techo de zinc, los baños refrescantes, y podría nombrar mil cosas más…
Pero, ¿sabes lo curioso de todo? Todo esto ocurrió entre paredes que estaban hechas de un material llamado cartón piedra, tablones de madera, forrados con periódicos en un intento de hacerlas menos…marrones, menos feas. En el cuarto había una de una caricatura que me gustaba mucho.
Recuerdo que mi despertar era gris y caluroso, porque el techo era de zinc. No podía dormir hasta muy tarde porque llegaba un momento en el que el ventilador que había trabajado toda la noche para espantar sancudos, se convertía en las fauces de un dragón que batía aire caliente y el sudor hacía de las sabanas de la cama una trampa pegadiza.
Así que, bajaba de esa trampa y colocaba los pies sobre un piso, cuya cerámica se había quedado en el “algún día”, y cuyo único consuelo era que el gris del concreto combinaba con el gris del zinc.
Hoy tengo todas esas memorias que las atesoro como se hace con los recuerdos con una nostalgia tristemente alegre. Creo que de ahí aprendí que la riqueza no se veía sino se sentía en el jugar con mi hermano y mi prima a los juegos que ya existían, y a los que hacíamos que existieran, la riqueza era el amor, bondad, ternura con el que mi abuelita estaba cuidándonos siempre. Su dignidad al mantener todo limpio y ordenado aunque fuera poco.
Hoy también tengo este presente en el que muchas veces he conocido, sentido la pobreza, hasta hace poco no la llamaba así solo tenía esta sensación de que algo faltaba y no estaba segura de qué o cual sustantivo podía nombrar esta carencia teniendo en cuenta mi definición de riqueza.
Y allí está la cuestión cuando suceden ciertas situaciones no tener ciertas cosas, ciertos números en la cuenta o billetes en el bolsillo, esas "riquezas", pesan y valen más que cualquier palabra abstracta que definen cosas aparentemente intangibles: dignidad, justicia, respeto, equidad, ética, ternura, amor, etc. En esos momentos mi carencia monetaria ha conllevado carecer de esas abstracciones que yo considero mi riqueza. Y es allí, es en esos instantes cuando triunfa el dinero sobre la justicia, cuando me he sentido pobre, infinitamente pobre.
Por suerte para mí, aunque sea de miseria, los sentimientos tienen fin, no creo que sea así en los seres en quienes habita la verdadera pobreza, la pobreza del alma.
Imagen tomada con Alcatel, editada con Polish
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