Dibujo de la autora
Mi mamá era una mujer que se la pasaba haciendo caridades a toda la gente que necesitaba algo, nosotros la llamábamos José Gregorio; que es el santo de nuestro país, pues allí donde existía un pobre con hambre o sin ropa o un enfermo allí estaba ella para socorrerlo.
Una vez que mi hermano menor estaba recluido en el hospital Vargas de Caracas, todos estábamos muy apesadumbrados pues no sabíamos que tenía y los médicos no daban el diagnóstico de la enfermedad, sólo se reunían en consejo de médicos y hablaban en secreto, lo que nos ponía más nerviosos, pensando que sería algo muy grave.
El niño tenía los ganglios inflamados y le sacaron uno del cuello para hacerle una biopsia. Le hicieron infinidad de exámenes que se demoraron mucho.
Mi abuela y mi mamá se turnaban para cuidarlo. Las niñas tuvimos que continuar nuestras vidas, teníamos que ir a la escuela, así es que regresamos a casa y solo íbamos al hospital los domingos de visita.
Una tarde en que estábamos esperando unos resultados de unos exámenes, sentadas en la puerta de la casa, vimos estupefactas como una camioneta de la funeraria se paraba en la puerta de nuestra casa, preguntaron si esa la dirección y dieron el nombre de mi abuela y empezaron a bajar sillas, cortinas negras, catafalco, velas y el Cristo y los fueron acomodando en la sala.
Mi hermana, mi abuelita y yo casi nos desmayábamos de llorar pues creíamos que el niño había fallecido, gritábamos como locas, porque antes uno gritaba a todo pulmón cuando algún familiar se le moría, eso es ahora que la gente no llora porque dizque el muerto va a gozar de la paz eterna y estará mejor que nosotros, pero antes si lloraba uno a sus difuntos con todo el dolor de su alma.
De inmediato se llenó la casa de gente y empezaron a llevar los muebles para el último cuarto y a arreglar las sillas en la sala, una vecina trajo manzanilla para hacernos un té y otra trajo un frasco de gotas de Valeriana.
Cual sería nuestra sorpresa cuando al rato en una furgoneta, trajeron una urna negra.
Mi abuela dijo:
- ¡Una urna negra no, él es un niño, la urna tiene que ser blanca!
Ahora se las hacen marrones o grises pero antes a los niños y a las señoritas aunque fueran viejitas su urna era blanca.
-¡Niño! -Dijo el de la furgoneta- ¡Es un hombre como de cincuenta años!
Pasaron la urna (que era de las más pobres; de latón y forrada por fuera con fieltro negro) para la sala y la abrieron para que le viéramos la cara al muerto y en efecto era un hombre mayor, flaco y con los ojos abiertos.
Yo de casualidad me privo del susto, nunca me ha gustado ver muertos y uno así menos, la urna no tenía vidrio como ahora sino que quitaban toda la tapa y uno veía al muerto completico ¡Qué horror!
Pasado el susto comenzamos a reírnos con una risa nerviosa y los vecinos con nosotras.
¿Pero que íbamos a hacer con ese muerto ajeno?
Estando en estas llegó un grupo de hombres que se identificaron como adecos y amigos del muerto y lo venían a buscar para llevarlo a velar para un salón de la casa del partido, estaban muy agradecidos porque mi mamá había ofrecido su casa para que velaran al señor, que había fallecido en la misma sala de hospital donde se encontraba mi hermanito y eso que en mi casa eran comunistas, menos mi abuela que era católica y adoraba a los curas y a Rafael Caldera.
En la noche llegó mi mamá y le contamos todo lo sucedido y nos explicó, que ella se había hecho amiga de la esposa del difunto en los días que estuvieron en el hospital, y que era una señora muy pobre, de un pueblo que llaman Paraparal, por lo lados del llano y le dijeron en el hospital que si no se llevaba al muerto lo iban a tirar en una fosa común y más nunca sabría donde lo habían enterrado, la señora que no tenía ni una puya para comer, menos iba a tener donde velar y enterrar a su marido, lloraba desesperada, sin saber qué hacer y es entonces cuando a mi mamá se le ocurre la feliz idea de prestarle su sala para el velorio, la señora le había confiado que su esposo era militante de Acción Democrática y que allá en el pueblo era dirigente.
Mi mamá tenía una amiga adeca, la llamó por teléfono y le contó lo que estaba ocurriendo y esta señora se encargó de contactar a los compañeros del señor y éstos eran los que habían llegado a la casa a buscarlo, lo que no nos dijo mi mamá era que iba a hacer con ese muerto al día siguiente cuando hubiera que enterrarlo, ella no había pensado en eso.
La viuda pasó unos días en la casa de nosotros y se hizo muy amiga de mi mamá, quien se ofreció para llevarla a su casa en nuestro carro. Después que nos entregaron al niño del hospital, nos fuimos a llevarla y cuando nos veníamos la señora nos llenó la maleta del carro, con yuca, mangos y un par de gallinas, una de ellas negra con un lazo rojo en el pescuezo.
Así es la gente de mi país, buena, agradecida y solidaria sin importar el color del partido político ni la condición económica.
¡Ah! Y a mi hermanito que lo tenían listo para el sacrificio pues no daban con la enfermedad e iban a estudiarlo, como nos dijo el doctor. Un bachiller le descubrió unos arañazos en el pecho y al preguntarle qué era eso, el niño dijo que eran arañazos de gato.
Entonces todos los galenos gritaron a una: ¡Síndrome del arañazo del gato! Y mi hermano se salvó de una operación terrible: ¡Le iban a sacar los ganglios es decir, lo iban a matar!
Notas:
Publicado por nosotros en el libro "Retazos de mi vida"
También aparece en el blog de la autora en la web: https://ahoraenelocaso.blogspot.com/2011/04/velorio-equivocado-gladys-laporte.html
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