El Manicomio

in GEMS4 years ago

El Manicomio

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Imagen de sbarbara en Pixabay

Desde que supo la noticia de aquella afrenta, no paraba de dar vueltas una tras otra en la receptoría del manicomio. La enfermera que venía a darle cuenta de lo que ocurría en el hospital psiquiátrico ya estaba reocupándose, porque el mismo parte se lo había repetido varias veces y en todos los casos le respondía con disparates, sin ninguna relación.

“¿Cómo se les ocurre a esos estudiantes del cipote quemar mi libro frente a la estatua del Dr. Vargas? Unos zánganos que sólo saben repetir lo que otros dicen, sin haber estado nunca en la selva, como lo estuve yo, aprendiendo directo de los indios el arte de la curación a través de los sueños y las voces de los espíritus. Esos si conocen de plantas como ningún hombre en la tierra, porque le hablan de tú a tú, a las yerbas sagradas” “Esos muérganos no me llegan ni a la rodilla. Con decir que las mejores universidades extranjeras se quedaron tan locos con mis conocimientos, que decidieron darme un título de Dr. y hasta querían venirse a que yo les enseñara directamente mis secretos antiguos, como si yo fuera toche, para darles mis recetas y que después le sacaran real parejo, y a mí me dejaran en la estaca”.

Seguía dando vueltas con los brazos cruzados en el pecho, y hablando en voz alta, nombrando como una letanía los muchos casos de gente que había curado. La enfermera no lo interrumpía. Ya había aprendido que en ese estado no respondía a ningún llamado, y que si se le jamaqueaba para que despertara, reaccionaba coléricamente, Con quien siento más pesar es con Aníbal. Es un loco pacífico, pero muy enamorado. Un día en que no podía andar más hediondo, se acercó a un certamen de belleza, y se enamoró de la candidata más bella. Unos dicen que andaba con una flor en la mano, y otros aseguran que con un lápiz para escribirle algo. El caso es que cuando la muchacha se separó del grupo para ir al baño, Aníbal la sorprendió con un abrazo del que la muchacha no podía zafarse, y la besó con la pasión de un recién casado. La candidata gritó y la auxiliaron, llevándose preso al enamorado, pero ella no pudo concursar. Tuvieron que llevarla a su casa en una crisis de nervio y se mantuvo varios días bañándose a cada momento, por la impresión que le causó todo aquello. Desde que lo trajeron, lo único que hace es llorar de amor, en todo momento.

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A Fulgencio Navarro le mandé a meter un clavo al rojo vivo en la mitad del cerebro, para que no le pegara tan duro a su mujer. Como a los días que se alivió de la operación, se empezó a portar mansito, como un monaguillo. La mujer me lo agradeció de la mejor forma, y los testigos de la curación me firmaron el libro que tengo de mis pacientes recuperados.

Y quien dude de los baños madrugadores en la quebrada que pasa por aquí cerca, está más loco que los mismos locos. El agua helada fortalece los nervios, y los locos regresan morados después de bañarse, por el vigor del agua mañanera. Al fin reparó que la enfermera estaba con él en la sala y le preguntó que si se le había perdido algo. Ella le comentó de la loca que quería tirarse por la ventana, y él le respondió amablemente que la sentaran en una bacinilla de leche caliente. Que esos arranques le daban cuando se le alborotaban las lombrices por la Luna llena, y la leche hirviendo se las atraía hacia afuera.

Se paró pensativo frente a la ventana, mirando la neblina que se filtraba por la arboleda y sintió dolor por lo que pudiera pasar con su obra, después de tantos años de esfuerzo sostenido. “Hasta dónde puede llegar la envidia, no joda ¿No les basta que sea amigo del mismísimo presidente, y le haya curado a su muchacho? ¿No les basta que yo haya escrito uno de los mejores libros de medicina que se ha escrito desde que aquel griego se le ocurrió hacerlo, para que los mejores médicos juraran sobre su lomo, como si fuera una Biblia? Yo no voy a permitir tamaña ofensa. Ya voy a fumarle unos tabacos para que San Marco de León los arrodille frente a mí, como unos corderos” “No me gusta molestarme. Cuando se me tensa la cuerda, la pituitaria se me irrita y de una vez comienzo a toser y toser hasta que boto sangre, y cuando se me calma se me acercan los muertos y empiezo a hablar con ellos como si hablara con cualquier vecino.

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Ellos me lo han dicho, que al morir, uno no se da cuenta de nada, sino que sigue su faena como todos los días, pero las cosas se nos ponen duras si hemos hecho mal en la vida, o se nos emparejan si fuimos justos con el prójimo. Por eso no digo nada, hasta estar seguro que no hablo con los difuntos sino con los vivos, porque a los vivos los puedo ofender con alguna mala palabra y no pasa gran cosa, pero a los que fallecieron no se les puede herir con alguna grosería, porque se alejan y no vuelven”.

“Yo no le temo a la muerte. Mi oficio como curandero lo he ejercido con mucha piedad por los que sufren, y a la hora de pagarme, les digo que dejen cualquier cosa, pero no le pongo tarifa, porque a más de enfermos, la mayoría no tienen ni para comprar los remedios, y vaya Ud. a saber si le tienen que quitar la comida de la boca a sus hijos, para pagar la consulta. El arte de curar es un don, y los dones no se comercian. He sabido de muchos médicos que no tienen escrúpulos en cobrar lo que vale un burro por una enfermedad que se puede curar con un guarapo, pero le mandan remedios de botica, que sólo los alivian y venga la semana que viene, le dicen al enfermo, y así hasta que lo dejan ruche”.

Se recostó en el catre donde atendía a los pacientes y se fue durmiendo como una hoja que cae con una brisa suave. El indio Bartolo fue el primero que se le apareció para decirle que mejor se volviera para la frontera y dejara que las aguas siguieran su curso, porque ya su estrella se estaba apagando, y nadie puede remontar la cuesta con sus propias fuerzas. Después desfilaron los locos, y se pusieron a cantarle cada uno su canción favorita, y lo que se formó fue un rebullicio, que lo despertó de un brinco, soñando que estaba montado sobre un tigre furioso.“Pero lo peor que pueden hacerme, es decir que estoy loco, como si yo no supiera lo que es tener un tornillo flojo en el cerebro, y comportarse como Dios manda, en este mundo.

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Después de aquella pesadilla con el tigre y el canto desordenado de los locos, quiso esconderse, para que las voces no lo encontraran, y fue cuando reparó que la enfermera le decía que afuera estaban unos señores del gobierno, con cara de sayones, y unos papeles en la mano, solicitando que los atendieran, pero él seguía viendo a su caballo Rubiro, que le regaló su padre cuando le bajaron los pantalones, y empezó a enamorar a las campesinas de los caseríos vecinos.

Con Rubiro fue que salvó su vida cuando huyó de la plantación de su padre, por haberse sacado a la hija del capataz, sin pensar que este hombre era atestado como ninguno y no iba a permitir que se burlara de su hija así como así. De cada pueblo donde llegaba le avisaban que el capataz lo andaba buscando para matarlo, y si no se interna lejos, más allá del lago, hasta los montes de la Guajira, desde hace mucho estaría más muerto que el traidor Santander. Por eso volvió a agarrar la montura como lo había hecho siempre, y de un brinco montó la bestia y dijo a andar por esos caminos, sin que la tos que le sacaba sangre lo ahogara, ni la bulla de los locos lo atormentara como antes.

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¡Qué extraordinaria narrativa! ¡Felicitaciones!


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