La Penitente. La Mujer con alma de Piedra
Era un lugar pequeño, medianamente silencioso, donde apenas cabían bien distribuidas, unas cinco mesas circulares con sus sillas, algunas matas esquineras, una pequeña vitrina con botellas de vino, y un espacio suficiente entre la barra y las mesas que orientaba al baño. Las paredes estaban decoradas con pinturas de artistas sin mayor reconocimiento, que las iban dejando en exhibición para la venta, pero que terminaban negociadas por unos tragos, en un arranque de bohemia. Unas sillas de estilo, pasadas ya de un nogal oscuro por su uso, con tapizado púrpura en las sentaderas, espaldar en semicírculo, y una proporción de altura con la mesa, hacían muy cómodo el momento, como para demorar las tardes, sin apenas darse cuenta que la noche estaba encima.
Ya no recuerdo el nombre de aquel bar bogotano al que entré por mediación de un amigo estudiante de sociología, que tomaba y leía como sólo él sabía hacerlo, con la peculiaridad de mantenerse siempre sobrio, y con el humor inteligente que tienen los cachacos para reírse de la realidad, como los trágicos antiguos. Las dos primeras veces que visité aquel lugar con el amigo, detuve mi atención en los detalles que lo conformaban, y sobre todo en las conversaciones de los viejos recién conocidos, pero un día que me acerqué por mi cuenta esperando encontrar a los parroquianos amigos, fue cuando me fijé en la señora que atendía la caja, y que excepto por una pequeña luz que alumbraba directo la caja registradora, hubiera sido para todos como un personaje invisible, sin expresión en el rostro, o mejor, en una actitud hierática, casi ausente, y ajena casi por completo a lo que ocurría en las mesas frente a ella.
Esa tarde me fui con la sensación de aquel rostro indescifrable. Como estuve sentado casi frente a ella, podía observar en detalle sin que notara mi curiosidad, los movimientos de sus manos para contar el dinero que recibía, los ratos largos sentada en la misma posición sobre una silla rígida, y la manera parca y templada como respondía cuando se le hablaba, o la actitud sorda ante la música, como si no escuchara.
En esos días me tocó viajar por algunos pueblos por razones de trabajo y en las tardes mantuve mi costumbre de entrar a cualquier bar a tomar algunas cervezas antes de la cena, pero ya no era lo mismo. Sentía interés por ver a aquella mujer supliciada, sus movimientos rítmicos, su silencio o indiferencia a cualquier sonido, su mirada apagada en un rostro inexpresivo, sin ninguna sonrisa ni por equivocación, y con todo, una honda eficiencia para atender a los hijos y al marido, cobrar y dar devuelto con precisión y hasta vestir con gusto y armonía en un ritmo de movimientos lentos, como si diera pasos en el vacío, o danzara en cámara lenta.
Al regresar a la ciudad lo primero que hice fue visitar el bar, y afortunadamente había sitio para una persona, con tal suerte que podía verla y estar atento a una mirada suya de interés por algo, una expresión de desagrado o fastidio; algo en fin que revelara su vida interior, y no ese misterio que al parecer a nadie le importaba o le llamaba la atención, como ocurría conmigo.
En mi interés por conocerla, buscaba imaginarla en su intimidad de su casa, descubrirle una expresión de dolor por algún golpe accidental; en el abrazo de cumpleaños o despedida de algún familiar, y siempre fracasaba en mi esfuerzo por darle otra forma que no fuera la misma de siempre.
Por lo que pude darme cuenta, a los familiares y empleados que se le acercaban para preguntarle algunas cosas, no le extrañaba aquella circunspección o se habían acostumbrado a ella, por eso un día que tenía unos tragos de más, cogí valor y me le acerqué cuando me dirigía al baño, y sin más le pregunté cortés si ella nunca sonreía, y apenas asomó una sonrisa quizás más indescifrable que su seriedad habitual, y me respondió en voz baja, “¿sonreír para qué?”
Yo sentía como si ella estuviera hecha de un dolor circular que se repite constantemente, quizás por la dolorosa tristeza que alimenta a los que no quisieron arrepentirse en su vida anterior, o de los que saben que sólo volverán a ver la luz después de muchos esfuerzos, y que los demás no alcanzarían nunca a comprender su desaliento, porque su circunstancia no pertenecía al orden de las creencias comunes.
Ya era demasiado, o más de lo que esperaba. No pude aguantar un minuto de indiferencia ante aquel cuadro de melancolía. Seguí al baño como si tuviera urgencia, y al regresar comprobé aliviado que no se había molestado ni cambiado en su trato conmigo. Todo mantenía su curso. Su rostro de penitente se mantenía inalterable.
Para ella yo era un cliente entre tantos, y nada más, y así tenía que ser, para que todo mantuviera su forma y equilibrio, pero enseguida me fui de aquel lugar. Pasarían un par de meses cuando regresé y no la vi. Sentí algo de angustia y le pregunté al mesonero por la señora, parentando indiferencia. La señora -me dijo- murió hace como un mes. ¿Y cómo fue eso? Respondí asustado. Se veía llena de vida. -Nadie sabe. Un día dijo a morir desde temprano, y en la noche falleció. El esposo está inconsolable.
Algo venido no sé de dónde, detuvo mi existencia. Todavía ignoro por qué me enganché de aquella forma con esa señora. Me sentí ingrávido, atemorizado, como quien comete una falta grave y no puede remediarla. Todavía tuve la osadía de preguntarle al dependiente si estaba seguro, si me estaba hablando en serio, como si con esos temas pudiera jugarse alguien tan cercano como él.
Pagué la cerveza y salí casi huyendo, convencido de que ella me había estado pidiendo auxilio de todas las formas posibles, y yo no tuve la visión ni el coraje para salvarla. Desde entonces vivo borrando a cada momento su recuerdo, y de eso hace varios años.
Quiero mas historias así, con misterio, un poco de romanticismo (lo digo, porque ese interés del chico por la señora tras la caja, era algo más allá de lo normal, yo creo que le atraía) y un final trágico, inesperado.
Me mantuve a la espectativa.
Gracias por comentar, todas las historias que público son basadas en vivencias personales con algo de fábula, pero la esencia es de la vida real
Excelente, de verdad me atrapó la historia.
Hola, esa es la idea, enganchar al lector en el suspenso, te recomiendo mi otro relato "La puerta del destino" también tiene mucho suspenso
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