Mientras pensábamos en qué podíamos hacerle, para que de algún modo, no se sintiera tan mal, se me vinieron los recuerdos de mi fiesta de sexto grado.
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La comida era el punto de honor, por eso se escogió la casa de Jesús Arístides, puesto que él dijo que su mamá, Meña, era insuperable haciendo el arroz con pollo:
-Mire, maestra, cuando ustedes prueben ese arroz con pollo, Mmmm, se van a chupar los dedos;se lo juro.
Éramos cerca de 30 alumnos, al día siguiente cada quien llevó lo que le correspondía, de ese modo, la fiesta de fin de curso de mi sexto grado, prometía ser una tremenda rumba.
Las maestras tenían aparte su guarapita, ya que los niños de esa época no tomábamos, la música la solucionamos con un reproductor de cassette que había llevado un compañero de clase.
Cada quien se ponía la mejor ropa con la que contaba, todos lindos y perfumados, la mayoría flechada con su primer amor, esperando que su galán se atreviera a declarársele el día de la fiesta.
Todo comenzó maravillosamente bien, bailábamos, sudábamos a chorros, corríamos por todas partes sin que nadie nos dijera nada, pero las energías se gastaban, y había que reponerlas con la comida.
Desde la cocina llegaba un olor cautivante, los platicos de cartón y las cucharillas de plástico,propias de esas ocasiones, estaban ordenaditos sobre la mesa.
Los botellones de refresco sonaron, chiss, al ser destapados, y todos comenzamos a salivar de puro placer.
Nos hicieron hacer una columna para recibir nuestra ración, yo como siempre fui una de las más pequeñas, logré colocarme de primerita.
-Me pusieron bastante -dije -llenándome con los ojos -luego tomé con cuidado la primera porción, para probar el delicioso arroz con pollo de Meña.
-Dios mío, qué pegoste -me dije para mí misma -aún con la comida dentro de la boca, buscando cómo la botaba sin que se dieran cuenta.
Todos nos mirábamos con los ojos desorbitados, nadie masticaba, nadie movía la boca, parecíamos unos trompetistas con los aires en los cachetes sin arrancar a tocar.
Pero la autoridad de la maestra era muy grande, nos hizo una seña y, todos, poco a poco comenzamos a pasar ese primer bocado, pero para el segundo bocado todo el mundo comenzó a ponerse de pie disimuladamente.
-Coman, muchachos, que hay bastante -dijo la señor Meña, desde la cocina.
Algunos tuvieron la valentía de comérselo, pero la gran mayoría dijo que prefería llevársela para su casa.
La fiesta terminó más pronto de lo que todos pensábamos, en un pueblo pequeño como el mío, todo el mundo se iba caminando hasta su casa, así que en la vía, recibí el primer platazo de pollo en la cabeza, respondí con un muslazo, las mollejas parecían papelillo, las alas volaban como estrellas, el arroz amarillo cubrió el cielo de mi fiesta de sexto grado de felicidad, lo hizo inolvidable, como una lágrima de ternura guardada dentro de mi corazón.
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