Gimnasia de Objetividad

in GEMS3 years ago


Siempre han existido mentes ilustres que se separan de su pequeñez humana, de sus limitaciones individuales, por medio de un ejercicio mental de observación rigurosa, buscando un entendimiento superior.

Llamamos a este ejercicio "objetividad", porque consiste en una atención intensa sobre el objeto de estudio, procurando separarse de los prejuicios subjetivos que pudieran distorsionar la comprensión del mismo.

Es un ejercicio de "abstracción", porque el estudioso se abstrae, se separa de sus preocupaciones cotidianas para analizar el mundo sin la molesta carga emotiva de su propia personalidad.

Administrar la subjetividad

Sin embargo, ni el mejor esfuerzo puede anular la inevitable carga de subjetividad contenida en nuestra percepción del mundo[1].

Quien observa y analiza su realidad es siempre un humano, quizás honesto y precavido ante el peligro de sus prejuicios (una actitud muy plausible), pero eternamente incapaz de alienarse de sí mismo, superar su propia humanidad, deshacerse de su propia mirada.

Así, nuestra visión está siempre coloreada por nuestra inmanente individualidad, y lo mejor que podemos esperar de ella es su disposición a recibir las impresiones desnudas del mundo y protegerlas de la tergiversación que nuestras propias emociones pueden ocasionar. Esto es el ejercicio de la objetividad.

Ideologías y deshonestidad

Frente a esto, las ideologías siempre se constituyen como un espacio perfecto para la aniquilación definitiva del pensamiento crítico y la honestidad de sus incautos participantes. En ellas no se alerta al individuo contra el efecto dañino que sus propias pasiones ejercen sobre el pensar, sino que incluso se alientan sus expresiones más viscerales e irreflexivas, pues esto conviene al sentimiento de rebaño.

Una ideología es, en esencia, un nicho para entrenar y fortalecer prejuicios y opiniones pasionales y perspectivas fijas basadas en sentimentalismos. De allí proviene el inmenso poder que las ideologías religiosas, políticas y sociales poseen sobre la psique de las masas: no hacen funcionar el cerebro sino las tripas.

No es sorpresa que el fanático más comprometido esté dispuesto a destruir las vidas de otros para alcanzar su ideal, y que el ideologizado más tímido observe con buenos ojos y aplauda el barbarismo de los primeros.

Esto revela cuán valiosos son los esfuerzos por construir gimnasios de objetividad en sociedades donde todos se hacen fuertes sólo por la carga de su demencia y de sus amados prejuicios.

Por nuestra propia salud conviene entender —aunque esto no revierta nuestra lamentable historia, ni detenga la marcha de los fanáticos en el mundo— que aún existe la posibilidad de ser fuertes desde la honestidad de nuestro pensamiento.



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  1. Constantemente me topo con mentes hostiles a la idea de nuestra inevitable subjetividad, o con individuos que la convierten al dogma postmoderno de "no existe ninguna verdad, todos tienen la suya y ésta es absolutamente válida, incuestionable". El hastío que esas personalidades generan en mí es indescriptible. Sólo puedo aconsejar, al individuo honesto que acepta su confusión en este tema, una exploración calmada a través de los textos de Watzlawick y Glasersfeld, hábiles y honestos exponentes del constructivismo epistemológico.