The afternoon sun poured over the golden fields, illuminating every corner with a warm light that made the spikes and wildflowers shine. Martina carried a picnic basket and walked briskly toward her grandmother's old farm, where the geese lived freely in a vast green meadow, bordered by a crystal-clear stream.
Since she was a child, Martina had felt a special fascination for those animals. The geese were loud, curious, and sometimes a little moody, but also loyal and fun. As soon as he crossed the wooden fence that surrounded the field, he heard the unmistakable squawk that announced his arrival.
-Here I am! —Martina said out loud, smiling as she saw how the group of geese began to approach.
The first to arrive were Greta and Lucas, the pair of adult geese that always led the flock. Behind them came three young geese, still with gray feathers, tripping over each other in a race to be the first to greet Martina.
"Don't worry, there's enough for everyone," he told them, as he sat down on the grass and took a piece of homemade bread from the basket.
The geese, always curious, surrounded Martina. Greta, with her watchful gaze, approached first and took the bread delicately. Lucas, more confident, settled next to her, carefully observing Martina's every movement.
The little ones, on the other hand, were a whirlwind of energy. One of them ventured to peck at the rope of the basket, while another tried to reach the flowers that Martina had collected. The third, more timid, stayed at a distance, watching from the safety of his mother's wings.
The countryside was full of life: the wind rustled through the trees, insects buzzed around the flowers, and the stream murmured softly in the background. Martina lay down on the grass, enjoying the peace of the moment. She closed her eyes for a moment, listening to the bustle of the geese around her, and felt the tranquility of the countryside envelop her.
Suddenly, a distinct noise caught his attention. It was the shy little goose, who had gathered enough courage to come closer. With cautious steps, he reached her and looked at her with curious eyes. Martina smiled and extended her hand, offering him a small piece of bread.
"I knew you'd be encouraged," he whispered, while the goose gently took the bread.
The sun began to go down on the horizon, turning the sky a deep orange. The geese, satisfied and calm, gathered near the stream to cool off and drink water. Martina stood up, brushed the grass off her dress, and put away the basket.
Before leaving, he stayed for a few minutes observing the scene: the geese gathered in the evening light, the field stretching as far as the eye could see, and the calm that could only be found in that corner of the world.
Martina knew that that afternoon, like so many others, would remain etched in her memory. A simple, but perfect afternoon, in the company of geese and the serenity of the countryside.
El sol de la tarde se derramaba sobre los campos dorados, iluminando cada rincón con una cálida luz que hacía brillar las espigas y las flores silvestres. Martina llevaba una cesta de picnic y caminaba con paso ligero hacia la vieja granja de su abuela, donde los gansos vivían libres en un vasto prado verde, bordeado por un arroyo cristalino.
Desde niña, Martina había sentido una fascinación especial por aquellos animales. Los gansos eran ruidosos, curiosos y, a veces, un poco malhumorados, pero también leales y divertidos. En cuanto cruzó la cerca de madera que rodeaba el campo, escuchó el inconfundible graznido que anunciaba su llegada.
—¡Aquí estoy! —dijo Martina en voz alta, sonriendo al ver cómo el grupo de gansos comenzaba a acercarse.
Los primeros en llegar fueron Greta y Lucas, la pareja de gansos adultos que siempre lideraba la bandada. Detrás de ellos venían tres gansitos jóvenes, todavía con plumas grises, tropezando entre sí en una carrera por ser los primeros en saludar a Martina.
—Tranquilos, que hay suficiente para todos —les dijo, mientras se sentaba en la hierba y sacaba un trozo de pan casero de la cesta.
Los gansos, siempre curiosos, rodearon a Martina. Greta, con su mirada vigilante, se acercó primero y tomó el pan con delicadeza. Lucas, más confiado, se acomodó a su lado, observando con atención cada movimiento de Martina.
Los pequeños, en cambio, eran un torbellino de energía. Uno de ellos se aventuró a picotear la cuerda de la cesta, mientras otro intentaba alcanzar las flores que Martina había recogido. El tercero, más tímido, se quedó a cierta distancia, observando desde la seguridad de las alas de su madre.
El campo estaba lleno de vida: el viento susurraba entre los árboles, los insectos zumbaban alrededor de las flores, y el arroyo murmuraba suavemente al fondo. Martina se recostó en la hierba, disfrutando de la paz del momento. Cerró los ojos por un instante, escuchando el bullicio de los gansos a su alrededor, y sintió cómo la tranquilidad del campo la envolvía.
De repente, un ruido distinto llamó su atención. Era el pequeño ganso tímido, que había reunido el valor suficiente para acercarse. Con pasos cautelosos, llegó hasta ella y la miró con ojos curiosos. Martina sonrió y extendió la mano, ofreciéndole un pequeño trozo de pan.
—Sabía que te animarías —susurró, mientras el gansito tomaba el pan con suavidad.
El sol comenzó a bajar en el horizonte, tiñendo el cielo de un naranja intenso. Los gansos, satisfechos y tranquilos, se agruparon cerca del arroyo para refrescarse y beber agua. Martina se levantó, sacudió la hierba de su vestido y guardó la cesta.
Antes de marcharse, se quedó unos minutos observando la escena: los gansos reunidos bajo la luz del atardecer, el campo extendiéndose hasta donde alcanzaba la vista, y la calma que solo podía encontrarse en aquel rincón del mundo.
Martina sabía que aquella tarde, como tantas otras, quedaría grabada en su memoria. Una tarde simple, pero perfecta, en la compañía de los gansos y la serenidad del campo.
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El equipo de curación del PROYECTO ENTROPÍA