Creado por mí en Powerpoint.
El dolor en la nuca y el escozor en la espalda me hicieron parar de un tirón. Al ponerme de pie sentí un fuerte golpe en la parte posterior de mis piernas y que me hizo caer al suelo de rodillas.
Sin saber por qué, recibí una bofetada que casi me hace perder el sentido. No atinaba a entender qué estaba pasando. ¿Dónde estaba? ¿Por qué me golpeaban? ¿Cómo había llegado ahí? Todas estas preguntas eran un torbellino confuso en mi cabeza...
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Mientras trataba de encontrar las respuestas a esas preguntas, sentí un silbido en el aire y eso que produjo el silbido se estrelló contra mi espalda, lascerando mis carnes y llevándome al paroxismo del dolor, aumentando todavía más el escozor: era un contundente latigazo. El viento resoplaba fuerte y el aire olía intensamente a mar. Pensé que me estaba volviendo loco.
Alguien, muy molesto me gritaba sin que pudiera entender nada. Era una lengua extraña a la mía; me daba gritos muy enojado.
Estos gritos provenían de un tipo muy blanco, y muy enojado. No lo conocía, jamás lo había visto... Rayos, ¿Qué es todo esto? ¿Estoy demente?, pensé...
Un gran conglomerado de gente estaba a mi alrededor. Todos eran de piel negra, muy negra. Me hablaban en un idioma que, mi mente de decía que no entendía, pero mi boca opinaba lo contrario, ya que les respondí y me di cuenta que les entendía y que hablaba como ellos. Mi desconcierto era cada vez mayor.
Traté de hablar con el que me golpeaba, pero, al parecer, eso lo exacerbó aún más. Me propinó una nueva bofetada y resonó nuevamente el silbido en el aire que, como lamentablemente sospechaba, se estrelló otra vez en mi espalda. Malayos látigos que quiebran el alma y el ánimo.
Simplemente me limité a hacer lo que yo creía que el hombre blanco furibundo quería, pero la verdad era que no le comprendía lo que me decía.
A empellones me ajuntó a los otros negros que estábamos ahí -ahora caía en cuenta que yo era otro de esos maltratados negros-. El cansancio y el sudor nos invadía a todos en el lugar. Le pregunté a uno de ellos ¿Qué está pasando, dónde estábamos? Me respondió en esa extraña lengua que misteriosamente yo también comprendía: nos atraparon. Nos venderán como esclavos en un país muy lejos de aquí. - ¿Como esclavo?, dije yo. ¿Pero por qué? ¿No comprendo? -sollozos desesperados invadían mi garganta- ¡Yo no soy de aquí, yo no soy este!
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Los otros me empujaban y me gritaban, me decían que dejara de quejarme como una niña. Al ver que nadie me entendía, me quedé callado y decidí dejarme llevar.
Terminamos todos en un calabozo maloliente, manchado de sangre y otras inmundicias. Ahí conocí a Kalhe, quien me fue dando algunos consejos de comportamiento "adecuado" para evitar maltratos excesivos, porque el hombre blanco siempre maltrata: o lo hace mucho, o lo hace poco, pero siempre lo hará -me decía Kalhe-. Me explicó que estábamos en un barco con rumbo desconocido y que "oyibo" -hombre blanco en lengua Yoruba- . ganaría dinero con la venta de todos nosotros. Me sentí devastado, con ganas de morir. Seguía sin entender lo que me estaba sucediendo y cómo llegué allí.
Ahora podía comprender el olor a mar que percibí horas antes. Entonces le expliqué que yo no era negro, ni mucho menos africano y que no sabía por qué o cómo había llegado ahí y tampoco sabía cómo era que ahora hablaba su misma lengua. Kalhe se limito a verme de arriba a abajo, moviendo la cabeza, de izquierda a derecha, en señal de negación. Al ver su reacción, decidí que era mejor guardar silencio para que no me creyeran demente y conservar el único "amigo" -si es que pudiera decirle así- que hasta lo momentos tenía y que también era el único que me estaba explicando y respondiendo algunas de mis dudas desde que llegué allí.
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Fueron meses realmente duros dentro de ese barco. Los abusos contra todas las personas eran abonibables. Horas interminables de trabajo extenuantes; el que nos denigraran ya era lo de costumbre. Los silbidos en el aire y su posterior crujido en las espaldas de cualquier mortal ya no nos extrañaba, aunque sí nos enervaba y nos hacía morder los labios para no gritar de desespero al saber que otro estaba siendo cruelmente castigado, cuando no era que nos tocaba a nosotros mismos.
Al fín llegamos a "tierra firme". Con la llegada, algunos acariciábamos la idea de poder encontrar cualquier flanco descuidado para poder escapar, aunque, de inmediato parecía del todo imposible. Oyibo estaba muy bien organizado y tenían armamento, lo que nos hacía preferir el látigo.
Se me hacía increíble el percibir en mí y en la mayoría de los negros que llegamos en el barco, que, a pesar de las condiciones infrahumanas y de las pocas expectativas que la situación nos ofrecía, la mayoría teníamos un profundo deseo de vivir, VIVIR, !!VIVIIIIR!!. No estoy seguro si todos los humanos seremos así, pero ante la posibilidad realmente cierta y latente de perder la vida que el Dios Del Universo nos diera, casi todos preferíamos vivir y ver cómo podríamos, dentro de todo, mejorar lo presente, a tener que entregarnos a la muerte sin dar batalla. Parece como que venimos con el fuego de la vida ardiendo intrínsecamente en nuestro espíritu y nuestras venas.
Cuando terminaron de bajarnos a todos, efectivamente llegaron más Oyibo . que nos miraban y nos tocaban, como calibrándonos, como quien compra un ganado cebado para los duros trabajos que necesitaban ejecutar. Kalhe entre tanto me decía que era importante conseguir un buen amo, y demostrarle que éramos negros de trabajo y obedientes, para, de esa manera poder ganarse su confianza y tal vez, sólo tal vez, accediera a comprar al resto de su familia y poderse reunir todos. Me decía Kalhe: demuéstrales buen ánimo, que eres un negro dócil y bien mandado, que no le darás problemas jamás y. luego de eso, realmente dedícate a trabajar. El mejor amigo del hombre es el trabajo, créeme, me decía Kalhe.
En la primera selección, escogieron a Kalhe. Lo compró un gordinflón con cara de ser menos
"eniyan buruku" -hombre malo en yoruba-. Me alegró imaginar que pudiera ser así. Le grité emocionado: !TRABAJA Y GANA TU TRANQUILIDAD!. Kalhe me respondía aconsejándome: el trabajo es el mejor amigo del hombre, recuérdalo... Lo ví alejarse entre los recovecos del camino con frondosa y verde vegetación. Ahora estaba otra vez sólo, sin que nadie me quisiera o pudiera escuchar y apoyar. Te voy a extrañar Kalhe...
A mi me compró un hombre taciturno, de poco hablar pero de un vigor excepcional. Cuando llegamos a sus dominios me tiraron en una barraca repleta de gente, pero mucho más limpia, organizada y confortable que el mugroso calabozo del barco. Además, solo con no ver rastros de sangre secos por todos lados y no tener el inmundo olor a sudor, ya era suficientemente bueno para mí y para muchos de los que ahí estaríamos. Extrañamente, nos dejaron dormir un rato: al rededor de unas 4 horas, para luego ser bañados por lotes -o cabría mejor la expresión manada- y cepillados con unos rústicos cedazos amarrados a unas largas varas que evitaran el contacto de nosotros, los negros recién llegados, con los negros que nos bañaban.
Luego de la "desinfección" que nos dieron con el baño, nos dieron ropas rústicas pero realmente, eran cómodas, aunque un poco pesadas y calurosas. A los minutos nos dieron un tazón con lo que parecía alguna pieza de carne y hortalizas. Luego de eso, chasqueando los látigos en el aire, nos llevaron a los andenes donde dormiríamos. Definitivamente, ya era oficialmente, un esclavo.
A la madrugada siguiente nos repartieron a todos los esclavos entre 5 personas para ejecutar diferentes labores. Recordé el consejo de Kalhe: trabaja, trabaja, trabaja. Pues a eso me dediqué con esmero y sin demora ante cada orden que me daban, por desmesurada que fuera. Bajo este esquema pasé muchos días, sin saber exactamente cuántos. Todo era confuso y un día era igual al otro, lo que me hizo perder la noción del tiempo.
Ya los equipos de esclavos nos habíamos engranado muy bien y las tareas se ejecutaban en buena armonía. Eso nos permitió que "los amos" nos dieran ciertas licencias. Ya nos dejaban hacer algunas celebraciones de los eventos que eran importantes según las tradiciones de "mi gente" -aunque aún no sé cómo llegué a estar aquí-.
De entre los rituales y música que se ejecutaba, había un ritmo que me gustaba mucho. Eran muchas veces tristes y otros muy alegres. Eran ejecutados con una especie de tambores que hacíamos con troncos y cuero de animales. A veces era tan solo con grandes troncos de árboles caídos. Esos ritmos cada vez me envolvían más y más.
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Mi vida de esclavo seguía transcurriendo monótonamente, pero cada vez esperaba con más ansias las fiestas de "mi gente negra". Ya me gustaba tanto que había desarrollado amplias destrezas en la percusión de los pequeños tambores y una especie de corneta que habíamos improvisado con los cuernos de algunos animales que destinábamos para la alimentación. Eran ritmos improvisados y con ellos expresábamos nuestros pesares y alegrías. Cada vez éramos más armónicos y acompasados. Ya no era un concierto de ruidos aislados.
Una noche se escapó un esclavo y nos azotaron a todos. Fue una cruel mansalva contra todos. El ardor en la espalda no me dejaba vivir. La mezcla de rabia e impotencia me comían por dentro... Bajo esos dolorosos efectos más el cansancio, mi cuerpo y mi conciencia se perdieron en la bruma del sueño.
A la mañana siguiente, al despertar, estaba sobre una suave y mullida cama, con colchón y en una habitación, con hermosos ventanales. Luego del desconcierto del momento pude reconocer que era mi habitación, la de mi casa. Sentí otra vez enloquecer. No comprendía lo que me pasaba. ¿Era tal vez un sueño? ¿Había soñado todo aquello? No lo sé. Tal vez sea mejor olvidar todo y mantener mi cordura, me dije.
Finalmente me logro levantar de la cama de un tirón. Debía prepararme para una importante junta de negocios. Me apronto a meterme a la ducha, como de costumbre, con agua helada para reactivar todo mi cuerpo y mi mente. Un grito sórdido manó desde el fondo de mi ser al ver cicatrices de latigazos en mi cuerpo que otra vez volvía a ser pálido, caucásico, -latigazos, sí: los conocí bien de cerca en mi ¿sueño?- El horror nuevamente se quiso apoderar de mí, pero valiéndome de mi espíritu impasible, me armé de valor y me contuve. Me decía: -tiene que haber una explicación lógica para todo lo que me ha pasado, o he soñado, o me he imaginado. Decidí calmarme y dejar serenar la vorágine de pensamientos que me corrían por la mente.
En "piloto automático", conduje hasta lo que creí era mi oficina. Cuando abro la puerta, ya no reconocía nada de lo que había sido ella: una muy bien estructurada oficina de corretaje de bienes raíces. Era ahora un club nocturno, un centro de Jazz de alta monta. Pensé para mi: - Listo, ahora sí, lo que me quedaba de cerebro se me fundió por el estrés.
Definitivamente enloquecí. Debo aprovechar este instante que me queda de cordura para irme a toda prisa a un centro psiquiátrico e internarme. Alguien, del otro lado de la barra, interrumpiendo mis pensamientos, me dijo con cercanía y amabilidad: -Jefe, ¿capuccino o macchiato?. Le respondí sin pensarlo muy a fondo: -¡hoy necesito un "macchiato doppio" Carl por favor!
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A "Carl" no recordaba haberlo contratado jamás, pero sabía, de alguna manera, que era mi "mano derecha" en el club. Cuando le dirigí la mirada, me sorprendió gratamente reconocer esa mirada cómplice que me decía "soy yo, Kalhe. Sin mediar más palabras corrí al otro lado de la barra y lo abracé. Me correspondió el abrazo y ante mi mirada casi lunática me recomendó: -solo vive un paso a la vez mi querido Oyibo, lo que ha de ser, será. No preguntes, solo VIVE, PLENA Y FELIZMENTE, ¡VIVEEE! Sus extrañas pero elocuentes palabras se vieron interrumpidas por ese ritmo, acompasado, armónico, alegre e improvisado de la corneta, la percusión de la batería y un magnífico piano de cola.
Alguien desde el escenario me conminó con un chiflido, señalándome un saxo hermoso, dorado y reluciente. Dijo ante el micrófono: -Ahora el escenario se viste de gala: ¡Arriba jefe, haga lo suyo! ¡¡¡Vuelva a dejar el alma en este escenario!!! Y sin más, aunque creía no saber tocar ningún instrumento, lo tomé como a una amante ardiente y le saqué las notas más hermosas en una improvisada y contagiosa melodía sin fin, que me corroboraba lo que viví, o soñé o me imaginé: ese ritmo de los negros esclavos, de los que formé parte, era algo más que un baile, que un lamento ancestral: era mi vida, era Jazz, diversión y alegría.
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La verdad, de toda mi confusa experiencia, o vivencia o imaginación de lo que "me ocurrió", solo queda una bruma espesa, un tiempo confuso de una etapa qué no sé aún cómo explicarla, pero ya no lo necesito. Ya dejé el fatuo empeño de explicarme "lógicamente" el mundo y su desenvolvimiento, y como me dijo Carl o Kalhe -tampoco me importa ya- "No preguntes, solo VIVE, PLENA Y FELIZMENTE, ¡VIVEEE!."
La vida es lo que te va ocurriendo día a día y aprendí a vivirla como una composición de jazz: con armonía, ritmo, alegría, compás e improvisación, pero, para esta "improvisación" hay que tener un largo recorrido de experiencia y equilibrio. Es algo así como: debes tener maestría en tu área de experiencia para poder tener el lujo de saber improvisar sin restar compas ni armonía.
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Creado por mí en Powerpoint.
¡Qué original y qué bien narrado, me encantó!
¡Vaya! Es usted uno de mis mentores en narrativa, aunque tal vez no lo sabía. El que me escriba eso es un gran honor. Gracias, gracias, gracias.
Sigamos adelante. ¡Crezcamos Juntos!
¡Guao, el que se siente honrado soy yo, con semejante nombramiento! 😉
Muchas gracias y como dices tú: ¡Sigamos adelante!
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Un relato cautivador, que nos atrapó desde el primer momento. Esta historia, es extraña, un hombre que va de una vida a otra, algo que nos deja una pequeña enseñanza, que siempre vivamos el día a día, porque no sabemos que habrá mañana.
Pues sí, han captado toda la esencia que quise transmitir.
Me alegro de haber atrapado su atención.
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