Hace algunos años por alguna extraña razón se acabó el gas un poco antes de lo esperado y para colmo hacía un frío espantoso. Entonces tuve la grandiosa idea de encender una fogata para preparar la comida aprovechando que me había quedado algo de carbón de una barbacoa anterior.
Cuando fui al refrigerador, lo único que encontré fueron tres piernas de pollo congeladas. Las puse con cuidado sobre un plato, les añadí un poco de sal a las finas hierbas y me dispuse a buscar unos fósforos.
Unos minutos mas tarde el fuego bailaba sensualmente sobre los trozos enrojecidos del carbón, mientras yo a un par de metros temblaba de frío. El calor me atrajo con sus vibrantes colores al contrate con el marrón de los ladrillos ennegrecidos por el humo, tomé un pedacito de carbón encendido y lo puse sobre la palma de mi mano por unos minutos para luego dejarlo caer donde estaba. No supe en que momento la parrilla estuvo lista, pero las brazas se veían tan hermosas y serenas que casi me dieron ganas de llorar.
Con toda la devoción de un maestro cocinero coloqué suavemente las tres piernas sobre la parrilla que empezó a chillar al contacto de los jugos del pollo, pronto los olores empezaron a llenar el ambiente aquél día seco y frío de invierno. A los pocos minutos le dí la primera vuelta, unos minutos mas tarde volví a voltear esas bellas piernas. Así pasaría como media hora, vueltas y vueltas para que el pollo no se quemara, con la esperanza de quedara bien cocido por dentro. Saben, cuando se tiene mucha hambre se tiene menos paciencia. De pronto me sentí desesperado y decidí comerme el pollo como estuviera, pero entonces en mis oídos pareció resonar la voz de mi abuela.
-Muchacho, no apresures al pollo, mira que la carne de res se puede comer un poco cruda, ¿pero el pollo? ese si que debe estar bien cocido-
Apreté los labios fuertemente y fui a buscar un rollo de papel aluminio.
Con toda delicadeza coloqué las tres piezas de pollo sobre papel aluminio y lo envolví para que no tuviera frío, lo coloqué por debajo de la parrilla y me dispuse a esperar pacientemente…
A few years ago for some strange reason the gas ran out a little earlier than expected and to top it off it was terribly cold. Then I had the great idea of lighting a fire to prepare the food, taking advantage of the fact that I had left some charcoal from a previous barbecue.
When I went to the fridge, all I found was three frozen chicken legs. I put them carefully on a plate, I added a little salt to the fine herbs and I got ready to look for some matches.
A few minutes later the fire danced sensually on the reddened pieces of coal, while I shivered a couple of meters from the cold. The heat attracted me with its vibrant colors contrasting with the brown of the bricks blackened by smoke, I took a small piece of burning coal and put it on the palm of my hand for a few minutes and then let it fall where it was. I didn’t know when the grill was ready, but the fathoms looked so beautiful and serene that it almost made me want to cry.
With all the devotion of a master chef, I gently placed the three legs on the grill that began to screech at the contact of the chicken juices, soon the smells began to fill the environment that dry and cold winter day. A few minutes later I gave it the first turn, a few minutes later I turned those beautiful legs again. I would spend about half an hour like this, round and round so that the chicken would not burn, in the hope that it would be well cooked inside. You know, when you’re very hungry, you have less patience. Suddenly I felt desperate and decided to eat the chicken as it was, but then my grandmother’s voice seemed to resound in my ears.
-Boy, don’t rush the chicken, see that beef can be eaten a little raw, but chicken? that must be well cooked
I pursed my lips tightly and went to get a roll of aluminum foil.
With all delicacy I placed the three pieces of chicken on aluminum foil and wrapped it so that it would not be cold, I placed it under the grill and I prepared to wait patiently…
Short story and photography
Je je buen relato amigo, verdaderamente que cuando sentimos hambre queremos hacer cosas locas...
A veces no se tiene paciencia.
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