“Seguir rumbo a la sombra es caminar hacia lo incierto o tal vez a lo aterrador.”
Oscuridad al final del Pasillo...
Apenas damos la vuelta en la esquina, la lluvia comienza a caer con fuerza. La ciudad, ya de por sí gris, se vuelve un charco gigante y turbio que refleja las luces de los semáforos como si fueran fantasmas entre los truenos. Miro por la ventana del bus mientras nos dirigimos a la clínica, el agua forma ríos en los bordes de las calles, arrastrando hojas secas y quién sabe qué más.
Mi colega sigue dándole vueltas a mi insistencia. Lo percibo por la manera en que arruga la frente, como si intentara entender un enigma.
— ¿Qué idea es esa? —, pregunta al fin, después de un largo silencio, y continúa. — No vamos a perder el tiempo, ¿cierto? — Se toca la cabeza como si quisiera alisarse el pelo con los dedos.
Sonrío, y aunque me siento un poco nervioso, le respondo — No, nada de perder el tiempo. Es que recordé ese tipo, el del cartel en el bus. La publicidad, ¿te acuerdas? Mencionaba algo sobre “curas alternativas”. Capaz ahí, es donde podemos empezar a buscar. Eso es algo que se nos pasó y que ignoramos. — El frenado del bus, también detuvo mi conversación.
Cuando llegamos, la clínica está más vacía de lo usual. Las luces blancas, pero opacas, hacen que todo se vea más tétrico, como si estuviéramos en el vientre de un gran monstruo. El olor al desinfectante es tan fuerte que me hace pensar en hospitales, en ese hedor que se te pega a la piel y no se va ni con diez duchas.
Entramos rápidamente huyendo de la lluvia. Nos acercamos al mostrador. La recepcionista, una mujer con cara de aburrimiento, nos mira de reojo, sin levantar mucho la vista. — ¿Otra vez ustedes? —, pregunta con un tono tan plano que me da escalofríos.
—Sí, necesitamos algo más de información —, le digo buscando su mirada. La mujer suspira y comienza a manipular su computadora. El clic-clac de la máquina llena el silencio.
Por fin, parece encontrar lo que buscaba, porque su rostro tomó una postura asertiva. Hecha su silla hacia atrás. — Hay una sala al fondo, pueden ir. Pero no le recomiendo su visita —, dice, señalando un pasillo que termina en un enorme punto oscuro. Miro a mi colega. Se percata del nerviosismo que me embarga. Ahora dudo si la idea podría funcionar, pero ya estamos aquí y sin decir más, empezamos a caminar hacia la penumbra.
Miro hacia atrás y la recepcionista muestra la sonrisa de siempre. Gran colaboradora. Espero que mi colega me disculpe, porque de la oscuridad nunca podrá escapar. La pegatina en el bus fue una gran idea de la que nadie podría escapar…
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As we turned the corner, the rain began to pour down heavily. The city, already gray, turned into a giant, murky puddle that reflected the traffic lights as if they were ghosts amidst the thunder. I looked out the bus window as we headed to the clinic, the water forming rivers along the edges of the streets, dragging dry leaves and who knows what else.
My colleague kept pondering my insistence. I could tell by the way he furrowed his brow, as if trying to solve a riddle.
— ¿What idea is that? — he finally asked after a long silence, then continued, — ¿We’re not going to waste our time, right? — He touched his head as if trying to smooth his hair with his fingers.
I smiled, and though I felt a bit nervous, I replied, — No, nothing wasting time. I just remembered that guy, the one on the bus poster. The advertisement, ¿remember? It mentioned something about "alternative cures." Maybe that's where we can start looking. That’s something we missed and ignored. — The bus’s braking also halted our conversation.
When we arrived, the clinic was emptier than usual. The white, yet dim lights made everything look eerier, as if we were inside the belly of a great beast. The smell of disinfectant was so strong that it made me think of hospitals, that stench that clings to your skin and won’t come off even after ten showers.
We quickly entered, fleeing from the rain. We approached the front desk. The receptionist, a woman with a bored expression, glanced at us sideways, barely lifting her gaze. — ¿You again? — she asked, her tone so flat it gave me chills.
— Yes, we need a bit more information, — I said, trying to catch her eye. The woman sighed and began typing on her computer. The click-clack of the machine filled the silence.
Finally, she seemed to find what she was looking for because her face took on a more assertive expression. She pushed her chair back. — "There’s a room at the end, you can go there. But I wouldn’t recommend the visit," — she said, pointing to a hallway that ended in a large dark spot. I looked at my colleague. He noticed the nervousness that gripped me. Now I doubted whether the idea could work, but we were already here, and without saying more, we started walking toward the darkness.
I look back, and the receptionist shows her usual smile. A great collaborator. I hope my colleague forgives me because he will never escape the darkness. The sticker on the bus was a great idea from which no one could escape…
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English Version
“Following the path into the shadow is walking into the uncertain or perhaps into the terrifying.”
Darkness at the end of the hallway...