Un zapato roto y el otro lleno de barro seco hacían que Francisco sintiera sus pasos más lentos y pesados que de costumbre. La senda estaba desierta, pero él sabía que debía cruzar por aquel largo camino. Aquella tarde de verano supo que era la última oportunidad que tenía de encontrar el preciado tesoro que buscaba desde hacía ya 3 años. "No mires al pasado", habían sido las últimas palabras que ella, su amada, le había dicho antes de morir. Él, sin importar, seguía día tras día por esa misma ruta, en búsqueda del anillo de compromiso que no había podido darle la noche de aquel accidente fatal. De pronto se detuvo. Miró un resplandeciente destello salir de las raíces de un frondoso arbusto. Cayó desplomado y lloró. Luego de un rato alzó la vista, suspiró y vio el atardecer más hermoso de su vida.
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