Saludos estimados amigos de HIVE, hoy les quiero contar un poco sobre la labor de cuidado de una persona con dependencia funcional.
Desde el instante en que llegamos al mundo, la vida nos envuelve en un acto silencioso y poderoso: el cuidado. Recuerdo el primer llanto de mi hijo, esa frágil criatura envuelta en una manta, con sus ojitos cerrados y un suspiro que parecía decir: "Estoy aquí, confío en ti". En ese momento supe que el cuidado no era solo una acción, sino una misión sagrada, un lenguaje sin palabras que dice: "Eres importante, te amo".
Dios, en su infinita bondad, ha tejido el cuidado en el corazón humano. Lo vemos en el abrazo de una madre, un familiar, en la mano amiga que consuela, en la voz que guía cuando estamos perdidos. Es un reflejo de su amor perfecto, manifestado a través de nosotros. Pero el verdadero desafío surge cuando ese acto de amor se convierte en una tarea diaria, en un compromiso que transforma la vida.
Mi historia, como la de muchos, cambió el día que recibí un diagnóstico inesperado para uno de mis hijos. Una enfermedad huérfana, de esas que no tienen cura y no garantizan un tiempo de vida estimado. Ese día, el mundo se detuvo por un instante. Los planes se desdibujaron y las certezas se volvieron preguntas. ¿Cómo seguir adelante? ¿Tendré la fuerza? Lo que no sabía en ese momento era que, en medio de la fragilidad, Dios me estaba mostrando un amor más profundo.
Cuidar a alguien con una condición que demanda atención constante es un viaje de transformación. Cada biberón preparado en la madrugada, cada consulta médica, cada lágrima compartida, no solo alivian el dolor del otro, sino que sanan partes de ti que no sabías que necesitaban ser tocadas. Descubres que el amor incondicional no es solo una idea bonita; es real, tangible, y se manifiesta en los pequeños gestos cotidianos.
Claro, hay días de agotamiento, de incertidumbre, de oraciones susurradas con lágrimas en los ojos. Pero también hay días de risas sinceras, de pequeños logros que se sienten como victorias gigantes, de gratitud que te inunda sin previo aviso. Esos momentos te recuerdan que, aunque el camino sea difícil, no estás sola. Dios camina contigo en cada paso, en cada suspiro, en cada acto de cuidado.
Dios me dio el consuelo y la fortaleza que necesitaba, necesito y necesitaré en este camino. Pablo nos recuerda: "Cuando soy débil, entonces soy fuerte" (2 Corintios 12:10). Y en esos días oscuros, esta verdad resuena con más fuerza. Porque el cuidado nos muestra que en la vulnerabilidad hay una fortaleza que no proviene de nosotros mismos, sino de Aquel que nos sostiene.
Fotografia de mi propiedad
Cada acto de cuidado es un eco del amor de Dios. No es solo una responsabilidad; es un privilegio. Una persona cuidadora de una persona con dependencia de cuidado ha sido elegida para reflejar un amor que transforma, que significa, que da vida, bien sea un cuidado temporal en el caso de una persona con discapacidad un cuidado permanente. "No te canses de hacer el bien, porque a su debido tiempo cosecharás". (Gálatas 6:9).
Cuidar no es solo atender las necesidades físicas de la persona dependiente, es brindar esa atención en cada área de su vida, lo emocional, espiritual, mental y físico; tu propósito es cuidar su corazón. "Sobre toda cosa guardada, guarda tu corazón;. Porque de él mana la vida". (Proverbios 4:23)
Así que, si hoy te sientes agotado, cierra los ojos, respira hondo y escucha ese susurro divino en tu corazón: "Estoy contigo. Tu esfuerzo no pasa desapercibido. Tu amor refleja el mío". ¿Reconoces la voz?
Cuidar no es solo una tarea; es un llamado que transforma la vida de las persona, comenzando por ti. La forma en que esa transformación ocurra depende de ti. Cuidar refleja el amor de Dios y, en cada gesto, por pequeño o grande que sea, dejas una marca. Asegúrate de que sea una huella eterna de ese amor.
(English Version)
Caring with Purpose
Greetings dear friends of HIVE, today I want to tell you a little about the work of caring for a person with functional dependence.
From the moment we arrive in the world, life envelops us in a silent and powerful act: care. I remember my son's first cry, that fragile creature wrapped in a blanket, with his eyes closed and a sigh that seemed to say: "I'm here, I trust you." I knew in that moment that caregiving was not just an action, but a sacred mission, wordless language that says, "You are important, I love you."
God, in His infinite goodness, has woven care into the human heart. We see it in the embrace of a mother, a relative, in the helping hand that consoles, in the voice that guides when we are lost. It is a reflection of His perfect love, manifested through us. But the real challenge arises when that act of love becomes a daily task, a life-transforming commitment.
My story, like that of many, changed the day I received an unexpected diagnosis for one of my children. An orphan disease, one of those that have no cure and do not guarantee an estimated life span. That day, the world stopped for an instant. Plans were blurred and certainties became questions. How to move forward? Will I have the strength? What I didn't know at the time was that, in the midst of fragility, God was showing me a deeper love.
Caring for someone with a condition that demands constant attention is a journey of transformation. Every bottle prepared in the early morning, every doctor's visit, every tear shared, not only relieves the pain of the other, but heals parts of you that you didn't know needed to be touched. You discover that unconditional love is not just a pretty idea; it is real, tangible, and manifests itself in small daily gestures.
Of course, there are days of exhaustion, of uncertainty, of prayers whispered with tears in their eyes. But there are also days of heartfelt laughter, of small accomplishments that feel like giant victories, of gratitude that floods you without warning. Those moments remind you that even though the road is difficult, you're not alone. God walks with you in every step, in every sigh, in every act of care.
God gave me the comfort and strength I needed, need, and will need on this path. Paul reminds us, "When I am weak, then I am strong" (2 Corinthians 12:10). And in those dark days, this truth resonates most strongly. Because care shows us that in vulnerability there is a strength that does not come from ourselves, but from the One who sustains us.
Photograph of my property Every act of care is an echo of God's love. It is not just a responsibility; it is a privilege. A caregiver of a person with care dependency has been chosen to reflect a love that transforms, that means, that gives life, whether it is temporary care in the case of a person with a disability or permanent care. Do not grow weary in doing good, for in due time you will reap (Galatians 6:9).
Caring is not only attending to the physical needs of the dependent person, it is providing that care in every area of their life, the emotional, spiritual, mental and physical; Your purpose is to take care of his heart. Above every thing that is kept, guard your heart; Because life flows from him. (Proverbs 4:23)
So, if you're feeling exhausted today, close your eyes, take a deep breath, and listen to that divine whisper in your heart:* "I'm with you. Your effort does not go unnoticed. Your love reflects mine."* Do you recognize the voice?
Caring is not just a chore; It is a call that transforms people's lives, starting with you. How that transformation happens is up to you. Caring reflects God's love and, in every gesture, no matter how small or large, you leave a mark. Make sure it's an eternal imprint of that love.
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