When It Rains, It Pours
That morning I woke up with a lot of startle, as if something inside me knew beforehand that things wouldn’t go well, and perhaps since the night before, the premonition of a bad day had become evident. And although the sky over the city was clear and blue enough not to raise suspicions of the fateful fate, there was something of heavy metal and antiquity in the air, in the whole atmosphere, almost so dense that you could see the wind blowing through.
While I was preparing breakfast with what little was left in the refrigerator, my cat Felix spilled all the milk on the table, making a good mess and destroying the papers I had left the day before. As if the fatigue was not enough, I would have to start all the work from scratch, a simple but extremely repetitive task.
—Great, the day is going to be wonderful —I said softly with all the sarcasm possible and set out to tidy up and clean the mess.
And although something inside me told me to go back to bed, I started the daily routine of getting dressed to go to work. Eight hours of labor torture, where I would only have to press some keys and endure Martha's complaints.
However, when I arrived at the building, the situation I found was totally unexpected. And although it was bad news, it was perhaps the best thing that could happen that day, because when something can go wrong, it will go wrong, what do they call it, Murphy's Law? Was that it? A gas leak, what were the chances? Knowing the age and infrastructure of the building, maybe many, many possibilities. We would all be sent home and the repairs would take a few days, paid vacation, wonderful news. It would give me enough time to redo the papers and take care of the shopping at home.
The first thing would be to go to the supermarket, I barely had food for today, so after a long wait and making several changes on the subway line, I arrived at the market. But it only took putting my hand in the back pocket of my pants to discover the truth. I didn't have my shopping card, and cash was barely enough. Remembering that I had taken out the card for some paperwork and left it on the table made me nauseous and hate being such a distracted person.
Going back home was the only solution, so in a gesture of loss and defeat, I set out to make the whole way back. Frustration flooded me, but more frustration was feeling that I didn't have the key to the apartment with me and remembering that I never took it in my hands when I left the house. One after another my attempts to open the door with knocks, pushes, and shakes were in vain. Solution: call the locksmith, an expense I couldn't afford at the moment.
While waiting for the locksmith, I sat on the stairs feeling completely sad and defeated, beaten by life, in a storm, no, in a deluge. A deluge of bad moments! Suddenly, a beautiful figure appeared before me: it was Carmen, the neighbor from the fifth floor. I always watched her, but I didn't dare to talk to her out of fear. Carmen was visibly sad, with tears on her face; she was carrying two coffees in her hands.
I dared to talk to her.
—Bad day? —I said.
—They stood me up, it's the second time this month —she replied—. Do you want to share a coffee?
—I'd love to —was all I could say.
Then, it began to pour rain and we laughed together.
—Everything went wrong —we said at the same time, and more complicit laughter came out of us.
There we were, Carmen and I, prisoners of a bad day but perhaps with the hope that a beautiful friendship would begin between us. Sometimes bad days are the precursor to good things, and sometimes we need not just rain but a deluge to wash away the bad moments.
Based on true events, only the names of the characters have been changed. Haha!
All images were made by me on this page (https://muryou-aigazou.com/es).
Cuando Llueve, Diluvia
Aquella mañana había despertado con demasiado sobresalto, como si algo en mi interior supiera de antemano que las cosas no saldrían bien y que quizá desde la noche anterior la premonición de un mal día se había hecho evidente. Y aunque el cielo sobre la ciudad se presentaba despejado y lo suficientemente azul como para no levantar sospechas del fatídico destino, había algo de metal pesado y antigüedad en el aire, en todo el ambiente, casi tan denso que se podía ver recorrer el viento.
Mientras preparaba el desayuno con lo poco que quedaba dentro del refrigerador, mi gato Félix derramó toda la leche sobre la mesa, haciendo un buen desastre y destruyendo los papeles que había dejado el día anterior. Como si el cansancio no fuera suficiente, tendría que empezar todo el trabajo desde cero, tarea sencilla pero extremadamente repetitiva.
—Genial, el día irá de maravilla —dije en voz baja con todo el sarcasmo posible y me dispuse a ordenar y limpiar el desastre.
Y aunque algo en mi interior me decía que regresara a la cama, comencé la rutina diaria de vestirme para ir al trabajo. Ocho horas de tortura laboral, donde solo tendría que oprimir unas teclas y aguantar las quejas de Martha.
Sin embargo, al llegar al edificio, la situación que encontré fue totalmente inesperada. Y aunque era una mala noticia, quizá fue lo mejor que pudo pasar en el día, porque cuando algo puede salir mal, saldrá mal, ¿ley de Murphy le llaman? ¿Era así? Un escape de gas, ¿qué posibilidades había? Conociendo la antigüedad e infraestructura del edificio, quizá muchas, muchas posibilidades. Todos seríamos enviados a casa y los arreglos demorarían unos días, vacaciones pagas, una noticia maravillosa. Me daría tiempo suficiente para rehacer los papeles y ocuparme de las compras en la casa.
Lo primero sería ir al supermercado, apenas tenía comida para hoy, así que después de una espera larga y de hacer varios cambios en la línea del metro, llegué al mercado. Pero solo bastó meter la mano en el bolsillo trasero de mi pantalón para descubrir la verdad. No llevaba mi tarjeta para la compra y el efectivo apenas alcanzaba. Recordar que había sacado la tarjeta para unos trámites y la había dejado sobre la mesa me provocó náuseas y odio por ser una persona tan distraída.
Regresar a casa era la única solución, así que en un gesto de pérdida y derrota me dispuse a realizar todo el camino de regreso. La frustración me inundaba, pero más frustración fue sentir que no llevaba la llave del apartamento conmigo y recordar que nunca la tomé en mis manos cuando salí de casa. Uno tras otro mis intentos de abrir la puerta con golpes, empujones y sacudidas fueron en vano. Solución: llamar al cerrajero, un gasto que no podía permitirme en el momento.
Mientras esperaba al cerrajero, me senté en la escalera sintiéndome completamente triste y derrotado, golpeado por la vida, en una tormenta, no, en un diluvio. ¡Un diluvio de malos momentos! De repente, apareció ante mí una bella figura: era Carmen, la vecina del quinto piso. Siempre la observaba, pero no me atrevía a hablarle por miedo. Carmen venía visiblemente triste, con lágrimas en la cara; en sus manos llevaba dos cafés.
Me atreví a hablarle.
—¿Mal día? —le dije.
—Me han dejado plantada, es la segunda vez este mes —me respondió—. ¿Quieres compartir un café?
—Me encantaría —fue lo único que pude decir.
Seguido, comenzó a llover a cántaros y reímos juntos.
—Todo ha salido mal —dijimos a la vez, y más risas cómplices salieron de nosotros.
Ahí nos encontrábamos los dos, Carmen y yo, presos de un mal día pero quizá con la esperanza de que comenzara una linda amistad entre nosotros. A veces, los días malos son el anticipo a cosas buenas, y a veces necesitamos no una lluvia, sino un diluvio, para limpiar los malos momentos.
Basado en hechos reales, solo se han cambiado los nombres de los personajes. Jajaja!
Todas las imágenes fueron hechas por mí en esta página (https://muryou-aigazou.com/es).
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