I was on the balcony of my house, watering the plants, when I heard the music of the ice cream cart. I looked down and saw it coming down the street, at that moment I was transported back to my childhood.
It had been a long time since I had heard it, ice cream carts have been disappearing little by little to become a relic of the past, an anachronistic object of the present.
My sisters and I looked forward to listening to that music that attracted us like the pied piper attracted the children of Hamelin.
On saturdays and sundays we would look out the window when we would hear the little bells and see the ice cream man in his white coat and cap pushing the cart down the road.
Mom!, Dad!, the ice cream man is here, we want money to buy.
If my grandmother Carmen or my grandfather Alberto was there, they would immediately give us a coin each. In those days, the coins were big and heavy, made of silver.
We would run out of the house until we caught up with the ice cream man, if other children had not already stopped him, and riding on the wheels, with half our bodies bent and our heads inside, we would select what we wanted, while the cold gas from the dry ice escaped through the door.
We arrived in a hurry, my sister Magaly in front and us in the back.
"Hurry up!, we are going shopping too," she shouted to the other children in her authoritative voice, accustomed to giving orders; at that time she would have been twelve years old.
"Children, take it easy, don't all get on, you'll spike my wheels," said the ice cream man, who was almost always a nice man, accustomed to treating children... his main customers.
I always chose a chocolate ice cream, it was my favorite, whether it was a basket, paleta or ice cream vat.
I would sit on the bench with my sisters to savor it while it melted in the heat, and we would end up with our hands and mouths toasted, and surely our clothes stained, but they were moments of joy that were repeated from Saturday to Saturday and from Sunday to Sunday.
One Sunday my grandmother Carmen, who lived with us, took us to see a movie at the Lido cinema. It was a little far from where we lived, towards the east of the city of Caracas, and we had to go by bus.
My three sisters and I were very happy because the movies were one of our favorite distractions. When we arrived, my grandmother went to the box office to buy the tickets, while we went straight to the sales of popcorn, soft drinks and other sweets and there we waited in line. My grandmother arrived and bought us each some popcorn, soda and some gummies called carlotinas.
We entered the dark and cold room, only illuminated by lights on the aisle floors and walls, with the big white screen in front of us. We sat in a row, my grandmother at one end and then from youngest to oldest each of us and my sister Magaly at the other end.
The movie we watched that day was Peter Pan, and all of us kids were screaming and clapping at the most exciting scenes. It was a fun time, eating what my grandmother had bought us while we watched the movie.
When we left the movie theater, we walked to the bus stop and passed in front of an ice cream shop. We immediately asked grandma to buy us some ice cream, even though we had already eaten quite a bit of the goodies, but my grandma obliged.
There were some bars and I asked for a rum and raisin, it was yellow with raisins and my younger sister Teresa asked for a nougat one, cream colored with peanut pieces. I don't remember what my other sisters ordered.
As soon as we finished eating the ice cream, the bus arrived, and we got on the bus. It was already getting dark and there was traffic on the avenue. The bus was slowing down and moving forward, slowing down and moving forward.
I was sitting in the seat next to the window, Teresa in the front seat also next to the window. That continuous movement made me dizzy, and my sister Teresa too.
"I feel dizzy, I feel like throwing up," I told Magaly who was sitting next to me.
"Me too" said my sister Teresa, she who was very white, looked very pale.
"Puke out of the window!," said my sister Magaly as quietly as possible, so that the passengers and my grandmother would not notice.
That's what we did, and the ice cream we had just eaten was left dripping outside the bus.
I was very sorry and, although I was still a little dizzy, I felt better. And the best part was that neither my grandmother nor the bus driver noticed.
When we got home, my mom asked us how it went.
I was just thinking about the moment when my sister Magaly would tell her about the dizziness on the bus, and I wished she wouldn't... but she did.
"Ha, ha, ha, ha, but how could you not throw up if you two always get carsick and with all the candy your grandmother bought you, it was to be expected. But I'm glad you had fun, that's the important thing. And did you thank your grandmother?"
"No, mommy!" we answered in unison.
"And what are you waiting for?"
We ran to her room to hug her, thank her and ask for her blessing. My grandmother was not a woman used to so much fussiness and she and my mother didn't get along very well, but I know she was happy when we were with her.
Una tarde de cine y helados
Estaba en el balcón de mi casa, regando las plantas, cuando escuché la música del carro de helados. Miré hacia abajo y vi que venía por la calle, en ese momento me transporte a mi niñez. Hacía mucho tiempo que no la oía, los carritos de helados han ido desapareciendo poco a poco hasta convertirse en una reliquia del pasado, un objeto anacrónico del presente.
Mis hermanas y yo esperábamos con ansia escuchar esa música que nos atraía como el flautista a los niños de Hamelin.
Los días sábados y domingos nos asomábamos a la ventana cuando escuchábamos las campanitas y veíamos por el camino, al señor de los helados con su bata blanca y una gorra, empujando el carrito.
Mamá, papá, llegó el heladero, queremos dinero para comprar.
Si estaba mi abuela Carmen o mi abuelo Alberto, de inmediato nos daban una moneda a cada una. En esa época las monedas eran grandes y pesadas, estaban hechas de plata
Salíamos corriendo de la casa hasta alcanzar al heladero, si no era que otros niños ya lo habían detenido y montados sobre las ruedas, con medio cuerpo inclinado y la cabeza adentro, seleccionaban lo que querían, mientras el gas frío del hielo seco se escapaba por la puerta.
Llegábamos con prisa, mi hermana Magaly adelante y nosotras atrás.
—Apúrense que nosotros también vamos a comprar, —les gritaba a los demás niños con su voz autoritaria acostumbrada a dar órdenes; en ese momento ella tendría doce años.
—Niños con calma, no se monten todos, me van a espichar las ruedas, —nos decía el heladero, que casi siempre era un señor simpático, acostumbrado a tratar a los niños... sus principales clientes.
Yo siempre escogía un helado de chocolate, era mi preferido, bien sea una barquilla, paleta o tinita.
Me sentaba en la cancha con mis hermanas a saborearlo mientras se derretía por el calor y terminábamos con las manos, y la boca empegostadas y seguramente la ropa manchada, pero eran momentos de alegría que se repetían cada sábado y domingo.
Un domingo mi abuela Carmen, que vivía con nosotros, nos llevó a ver una película en el cine Lido. Estaba un poco lejos de donde vivíamos, hacia el este de la ciudad de Caracas, y teníamos que ir en autobús.
Mis tres hermanas y yo estábamos muy contentas porque el cine era una de nuestras distracciones favoritas. Al llegar, mi abuela fue a las taquillas a comprar las entradas, mientras nosotras nos fuimos derechito hacia las ventas de cotufas, refrescos y otros dulces y allí hicimos la cola. Mi abuela llegó y nos compró cotufas, refresco y unas gomitas llamadas carlotinas a cada una.
Entramos a la oscura y fría sala, solo iluminada con luces en los pisos de los pasillos y en las paredes, con la gran pantalla blanca enfrente. Nos sentamos en una fila, mi abuela en un extremo y luego de menor a mayor cada una de nosotras y mi hermana Magaly en el otro extremo. La película que vimos ese día fue Peter Pan, y todos los niños gritábamos y aplaudíamos en las escenas más emocionantes. Fue un momento muy divertido, comiendo lo que mi abuela nos había comprado mientras mirábamos la película.
Al salir del cine, nos fuimos caminando hasta la parada de buses y pasamos enfrente de una heladería. De inmediato le pedimos a la abuela que nos comprara un helado, aun cuando ya habíamos comido bastante chuchería, pero mi abuela nos complació.
Eran unas barquillas y yo pedí una de ron con pasas, era de color amarillo con pasitas y mi hermana menor, Teresa, pidió una de turrón, de color crema con trozos de maní. No recuerdo lo que pidieron mis otras hermanas.
Apenas terminando de comer el helado, llegó el autobús y nos montamos. Ya estaba oscureciendo y había tráfico en la avenida. El autobús frenaba y avanzaba, frenaba y avanzaba.
Yo iba sentada en el asiento al lado de la ventana, Teresa en el asiento de adelante también del lado de la ventana. Ese movimiento continuo me mareo y a mi hermana Teresa también.
—Estoy mareada, tengo ganas de vomitar, —le dije a Magaly que iba sentada al lado.
—Yo también —dijo mi hermana Teresa—, ella que era muy blanca, se veía muy pálida.
—¡Vomiten por la ventana!, —nos dijo con la voz lo más bajo posible mi hermana Magaly, para que los pasajeros y mi abuela no se dieran cuenta.
Eso hicimos y el helado que nos acabamos de comer quedó chorreando por fuera, msnchando el autobús de amarillo y crema.
Yo estaba muy apenada y, aunque todavía estaba un poco mareada, me sentí mejor. Y lo mejor fue que ni mi abuela, ni el chofer del autobús, se dieron cuenta.
Cuando llegamos a la casa, mi mamá nos preguntó cómo nos había ido.
Yo solo pensaba en el momento en que mi hermana Magaly le contara lo del mareo en el autobús y deseaba que no lo hiciera... pero lo hizo.
—Ja, ja, ja, pero como no iban a vomitar si ustedes dos siempre marean y con tanta chuchería que les compró su abuela, era de esperar. Pero me alegra que se hayan divertido, eso es lo importante. Y ¿le dieron las gracias a su abuela?.
—¡No mami! —le contestamos al unísono.
—Y ¿que están esperando?.
Corrimos a su cuarto para abrazarla, darle las gracias y pedirle la bendición. Mi abuela no era una mujer acostumbrada a tantos remilgos y ella y mi mamá no se llevaban muy bién, pero sé que era feliz cuando estábamos con ella.
La traducción al inglés la realicé utilizando www.deepl.com.
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