Pixabay by Artie_Navarre
Hace muchos siglos, en la antigua China, en un tiempo envuelto entre las brumas del pasado, existía una leyenda que hablaba de un guerrero extraordinario llamado Wu Feng. Desde muy niño, Wu Feng demostró un talento excepcional en las artes del combate. Era hábil, rápido y fuerte, y su destreza en la pelea lo llevó a convertirse en uno de los guerreros más temidos y respetados de todo el reino de Cheng.
Sin embargo, a pesar de su éxito y renombre, Wu Feng experimentaba un abismo en su corazón. Aunque había alcanzado la cúspide de su poder, un sentimiento latente le recordaba que aún le faltaba algo esencial. Determinado, emprendió un viaje a tierras desconocidas en busca de los más sabios y respetados maestros espirituales, ansioso por encontrar las respuestas que tanto anhelaba.
Después de una larga búsqueda e incontables senderos, Wu Feng llegó a las montañas sagradas, donde se decía que los sabios más iluminados residían. Allí, en lo más alto de la montaña, encontró a un anciano de aspecto humilde de cabello plateado y ojos serenos, vestía túnicas simples y su presencia emanaba una autoridad tranquila, irradiaba sabiduría en cada arruga de su rostro envejecido. Su conexión con el universo se revelaba en cada gesto, como si el tiempo mismo hubiera esculpido su conocimiento ancestral.
Tras una extensa conversación, Wu Feng procedió a explicarle su dilema, preguntando qué más debía hacer para convertirse en un guerrero verdaderamente poderoso.El anciano sonrió y dijo: “Wu Feng, has demostrado tu habilidad y fuerza en el combate, pero para alcanzar un poder aún mayor, debes enfrentarte a la batalla final dentro de ti mismo". Intrigado Wu Feng preguntó cómo podría lograr eso.
El anciano le habló de una antigua leyenda que decía que solo a través de la renuncia de lo más valioso de uno mismo se podía alcanzar la verdadera grandeza. Le dijo que debía embarcarse en un viaje interno para enfrentar su ego, sus habilidades y su orgullo.
Wu aceptó el desafío, sabiendo que sería una prueba diferente a todas las que había enfrentado. Comenzó a entrenar en un lugar apartado de la montaña, alejado de cualquier distracción. Día tras día, luchó contra su propio reflejo, desafiando y superando sus habilidades.
La batalla final llegó en una noche oscura y tormentosa. Wu Feng se encontró solo en un campo abierto, enfrentándose a su propio ser. Cada golpe, cada movimiento, era una lucha contra sí mismo. Durante horas, la batalla continuó, y Wu se dio cuenta de algo que lo desgarró por dentro causándole más dolor que cualquier otra herida recibida en esa batalla, se dio cuenta de que su contrincante era nada más y nada menos que su ego.
Aunque desplegaba toda su destreza y fuerza en cada movimiento, su reflejo oscuro parecía anticipar cada golpe, superándolo en velocidad y precisión. Cuanto más poderoso se volvía Wu en el combate, más rápido era derrotado por su oponente.
La frustración invadió el corazón de Wu Feng mientras luchaba desesperadamente por encontrar una estrategia que le permitiera vencer. Sin embargo, cada intento solo lo dejaba más vulnerable y expuesto. En ese momento, una voz interna susurró en su mente, recordándole que el verdadero poder no radica solo en la fuerza física, sino en la humildad y la sabiduría.
Wu se vio obligado a enfrentar su propio orgullo y reconocer que había caído presa de su propia arrogancia. Comprendió que su enfoque obsesivo en la victoria y su creencia en su propia invencibilidad lo habían cegado ante la verdad. Para superar a su oponente, debía despojarse de su orgullo y reconocer su propia humildad.
Con el corazón palpitante y la respiración entrecortada, Wu Feng sostenía su espada con fuerza. Pero, en medio del combate desesperado, un torrente de dolor y duda se apoderó de él. Su cuerpo temblaba bajo el peso de su orgullo herido y su incapacidad para superar a su rival. Una sensación de derrota aplastante se apoderó de su ser.
Las gotas de sudor resbalaban por su frente, mezclándose con las lágrimas que brotaban de sus ojos. El dolor era más que físico; era una agonía emocional que perforaba su alma. Sintió el peso de todas las expectativas que había depositado en sí mismo, la presión de ser el mejor, de ser invencible.
Entonces, en un momento de rendición y desesperación, Wu Feng dejó caer su espada. El eco del metal al golpear el suelo resonó en el campo de batalla, como un suspiro que anunciaba su derrota. Una sensación de vacío llenó el aire, mientras su mente se llenaba de pensamientos sombríos y autorreflexivos.
El sonido metálico se desvaneció, pero el silencio que lo siguió fue ensordecedor. Wu sintió la frialdad del acero abandonado, un símbolo de su propia vulnerabilidad. Las lágrimas corrían por sus mejillas mientras se arrodillaba en el suelo, sintiendo el peso de su fracaso sobre sus hombros.
En ese momento de rendición y humildad, el mundo parecía tambalearse a su alrededor. Cada latido de su corazón resonaba con un dolor profundo y visceral. Había entregado todo lo que creía ser, dejando al descubierto su verdadera fragilidad. Era un acto de despojarse de todo, incluso de su propia identidad como guerrero.
La espada yacía en el suelo, reflejando la derrota en cada centímetro de su hoja brillante. Era un símbolo de su fracaso, pero también de su determinación por crecer y aprender. Wu Feng sabía que solo reconociendo su propia debilidad podría encontrar la fortaleza para enfrentar a su reflejo oscuro una vez más.
A medida que las lágrimas empapaban el suelo bajo él, Wu se encontró en un lugar oscuro y solitario. Pero también fue en ese lugar donde comenzó a encontrar la luz, la chispa de esperanza que aún brillaba en su interior. En medio de su dolor y duda, nació una nueva fuerza, una resiliencia que surgía de lo más profundo de su ser.
Se levantó lentamente, mirando su espada abandonada con determinación renovada. Sus ojos brillaban con una determinación inquebrantable mientras se preparaba para enfrentar su destino una vez más. Había dejado caer su espada, pero ahora se levantaría con un espíritu rejuvenecido y un propósito claro.
A medida que se levantaba, un brillo sutil se reflejó en los ojos de su oponente. Reconociendo la genuina humildad de Wu, el reflejo oscuro se transformó en una versión más benevolente y compasiva de sí mismo. La figura se acercó a Wu Feng, extendió su espada en señal de derrota y se fusionó con él.
Wu Feng no solo sería recordado por sus victorias, sino por el doloroso momento en el que dejó caer su espada, reconociendo su humildad y debilidad. Sería un testimonio de su valentía para enfrentar la adversidad y un recordatorio para todos los guerreros de que, incluso en los momentos más oscuros, siempre hay una oportunidad para encontrar la fuerza dentro de uno mismo.
La leyenda de Wu se extendió por todo el reino e inspiró a otros guerreros a dejar de lado su orgullo y a abrazar la humildad para alcanzar la verdadera grandeza.
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Many centuries ago, in ancient China, in a time shrouded in the mists of the past, there was a legend that told of an extraordinary warrior named Wu Feng. From an early age, Wu Feng demonstrated exceptional talent in the arts of combat. He was skilled, fast and strong, and his fighting prowess led him to become one of the most feared and respected warriors in the entire kingdom of Cheng.
However, despite his success and renown, Wu Feng experienced a chasm in his heart. Although he had reached the pinnacle of his power, a latent feeling reminded him that he still lacked something essential. Determined, he set out on a journey to unknown lands in search of the wisest and most respected spiritual masters, eager to find the answers he longed for.
After a long search and countless paths, Wu Feng arrived at the sacred mountains, where the most enlightened sages were said to reside. There, at the top of the mountain, he found a humble-looking old man with silver hair and serene eyes, he wore simple robes and his presence exuded a quiet authority, radiating wisdom in every wrinkle of his aged face. His connection to the universe was revealed in every gesture, as if time itself had sculpted his ancestral knowledge.
After a lengthy conversation, Wu Feng proceeded to explain his dilemma, asking what more he needed to do to become a truly powerful warrior.The old man smiled and said, "Wu Feng, you have demonstrated your skill and strength in combat, but to achieve even greater power, you must face the ultimate battle within yourself." Intrigued Wu Feng asked how he could achieve that.
The old man told him of an ancient legend that said that only through the renunciation of what was most precious in oneself could one achieve true greatness. He told him that he must embark on an inner journey to confront his ego, his abilities and his pride.
Wu accepted the challenge, knowing it would be a test unlike any he had ever faced. He began training in a secluded mountain location, away from any distractions. Day after day, he fought against his own reflection, challenging and surpassing his abilities.
The final battle came on a dark and stormy night. Wu Feng found himself alone in an open field, facing his own self. Every blow, every move, was a struggle against himself. For hours, the battle continued, and Wu realized something that tore him apart inside causing him more pain than any other wound received in that battle, he realized that his opponent was none other than his ego.
Although he displayed all his skill and strength in every move, his dark reflection seemed to anticipate every blow, surpassing him in speed and accuracy. The more powerful Wu became in combat, the faster he was defeated by his opponent.
Frustration invaded Wu Feng's heart as he struggled desperately to find a strategy that would allow him to win. However, each attempt only left him more vulnerable and exposed. At that moment, an inner voice whispered in his mind, reminding him that true power lies not only in physical strength, but in humility and wisdom.
Wu was forced to face his own pride and recognize that he had fallen prey to his own arrogance. He realized that his obsessive focus on victory and his belief in his own invincibility had blinded him to the truth. To overcome his opponent, he had to shed his pride and recognize his own humility.
With a pounding heart and bated breath, Wu Feng held his sword tightly. But, in the midst of desperate combat, a torrent of pain and doubt came over him. His body trembled under the weight of his wounded pride and his inability to overcome his opponent. A sense of crushing defeat gripped his being.
Beads of sweat trickled down his forehead, mingling with the tears welling up in his eyes. The pain was more than physical; it was an emotional agony that pierced his soul. He felt the weight of all the expectations he had placed on himself, the pressure to be the best, to be invincible.
Then, in a moment of surrender and desperation, Wu Feng dropped his sword. The echo of the metal hitting the ground echoed across the battlefield, like a sigh announcing his defeat. A feeling of emptiness filled the air, as his mind filled with gloomy, self-reflective thoughts.
The metallic sound faded, but the silence that followed was deafening. Wu felt the coldness of abandoned steel, a symbol of his own vulnerability. Tears streamed down his cheeks as he knelt on the ground, feeling the weight of his failure on his shoulders.
In that moment of surrender and humility, the world seemed to shake around him. Every beat of his heart echoed with deep, visceral pain. He had surrendered everything he thought he was, laying bare his true fragility. It was an act of stripping himself of everything, even his own identity as a warrior.
The sword lay on the ground, reflecting defeat in every inch of its gleaming blade. It was a symbol of his failure, but also of his determination to grow and learn. Wu Feng knew that only by acknowledging his own weakness could he find the strength to face his dark reflection once again.
As tears soaked the ground beneath him, Wu found himself in a dark and lonely place. But it was also in that place that he began to find the light, the spark of hope that still shone within him. In the midst of his pain and doubt, a new strength was born, a resilience rising from deep within him.
He slowly stood up, looking at his abandoned sword with renewed determination. His eyes shone with unwavering determination as he prepared to face his destiny once again. He had dropped his sword, but now he would rise with a rejuvenated spirit and a clear purpose.
As he rose, a subtle gleam flashed in his opponent's eyes. Recognizing Wu's genuine humility, the dark reflection transformed into a more benevolent and compassionate version of himself. The figure approached Wu Feng, extended his sword in defeat and merged with him.
Wu Feng would not only be remembered for his victories, but for the painful moment when he dropped his sword, acknowledging his humility and weakness. It would be a testament to his courage in the face of adversity and a reminder to all warriors that, even in the darkest of times, there is always an opportunity to find the strength within oneself.
Wu's legend spread throughout the kingdom and inspired other warriors to set aside their pride and embrace humility to achieve true greatness.
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