El mundo parece una película de terror y, cada vez se le acerca su final. Desde que la interacción digital tocó a nuestras puertas, la industria de la moda enfrenta un dilema inquietante. Las redes sociales se convirtieron en la voz de las personas, glorificando una cultura efímera de Fast Fashion que seduce a millones, especialmente a los jóvenes.
Los precios se vuelven irresistibles y las tendencias cambian más rápido que la velocidad del rayo. Sin embargo, este atractivo juego de van y ven, se puede caer en cuestión de segundos. Imagínate trabajar en una empresa muy reconocida en tu país y que de la noche a la mañana, sufra un accidente donde creías que le darías el pan de cada día a tus hijos y terminaste bajo la tumba.
Que caótico comienzo, pero los eventos de esa magnitud, merecen ser conversadas (aunque sean incómodas). Bangladesh, el segundo mayor exportador de prendas de vestir, fue tema de conversación en el año 2013 cuando se colapsaron una de sus fábricas, reconocida como: Rana Plaza, donde murieron más de 1.100 personas.
Este incidente no solo resuena en la conciencia colectiva, sino que plantea un urgente llamado a la reflexión, creando la incógnita de: ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar para lucir a la moda?
Las grandes industrias de la moda se han convertido en el monstruo come galletas y nosotros, somos las galletas. Hay que reconocer que la sociedad refleja múltiples culturas dinámicas, la moda es mucho más rápida que la cultura. Empresas como Zara, H&M o Shein, ha creado un ciclo vicioso donde las colecciones se renuevan a un ritmo frenético, promoviendo la mentalidad de úsalo y tíralo. La producción de moda ha escalado a niveles alarmantes. En un solo año, la producción de prendas ha crecido un 400%, mientras que las imágenes de nuevos lanzamientos se inundan en las redes sociales, alimentando la voracidad de una audiencia cada vez más joven. Las plataformas de redes sociales, como Instagram y TikTok, han sido cómplices involuntarias de esta cultura del hastío y del deseo constante. La necesidad de mostrar un “outfit del día” o “OOTD” se transforma en un modo de validar la propia existencia social; una carrera frenética por estar siempre a la moda. El fenómeno de la “moda de influencer” aprovecha esta vulnerabilidad, convirtiendo a los jóvenes en consumidores insaciables que creen que su valor reside en la cantidad de prendas que poseen. Así, mientras dobladillos y botones se acumulan, la verdadera identidad se va desintegrando poco a poco.
¿Qué puede crear un sobreconsumo en la actualidad, especialmente en los jóvenes? Desencadena una metamorfosis extraña e inquietante. Un adolescente promedio tiene un teléfono con aplicaciones reconocidas a nivel mundial, al momento de entrar a Instagram, encontrará un sinfín de estilos de vida muy excepcionales y esto se convertirá en la rutina de su día a día, consumir y consumir contenido irreal. Los jóvenes, en su búsqueda de la validación en un mundo digital ávido de "me gusta", adoptan estilos que no resuenan con su ser interno. Es común encontrarse con adolescentes que, en un esfuerzo desesperado por encajar, transforman su apariencia para imitar a sus ídolos, dejando de lado la esencia única que cada uno posee. La ansiedad crece proporcionalmente con el número de seguidores y me gustas, creando un ciclo de desesperación que puede llevar a la depresión. Un mundo donde el vestir se observa en un acto de supervivencia social puede tener efectos devastadores en la salud mental.
La intersección del sobreconsumo, las redes sociales y la crisis de identidad en la juventud contemporánea representa un desafío aterrador que no puede ignorarse. Lo que sucede tras las cortinas de la moda rápida es un recordatorio escalofriante de la fragilidad de vidas humanas y del tejido que conecta a todos en una comunidad global. La moda debería ser un vehículo para la autoexpresión, no una trampa que nos arrastra a la superficialidad. La lucha por recuperar la autenticidad y la identidad en un mundo que parece desbocarse se convierte en un acto de resistencia. Juntos, podemos abogar por un cambio significativo en la industria, buscando redención no solo para quienes crean nuestras prendas, sino también para quienes las utilizan. El camino hacia un futuro más consciente y sostenible está al alcance, una oportunidad que no solo debe ser vista como sostenible, sino como un imperativo moral. Si deseas leer información sobre el terrible caso de Rana Plaza, dale click aquí.
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The world seems like a horror movie and its end is drawing ever closer. Since digital interaction knocked on our doors, the fashion industry faces a disturbing dilemma. Social media has become the voice of the people, glorifying an ephemeral culture of Fast Fashion that seduces millions, especially young people. Prices become irresistible and trends change faster than lightning speed. However, this attractive game of back and forth can fall apart in a matter of seconds. Imagine working in a very well-known company in your country and then, overnight, an accident occurs where you thought you would provide your children with their daily bread and you ended up under the grave. What a chaotic start, but events of that magnitude deserve to be discussed (even if they are uncomfortable). Bangladesh, the world's second largest exporter of garments, was the subject of conversation in 2013 when one of its factories, known as Rana Plaza, collapsed, killing more than 1,100 people. This incident not only resonates in the collective consciousness, but also raises an urgent call for reflection, raising the question of: How far are we willing to go to look fashionable?Las grandes industrias de la moda se han convertido en el monstruo come galletas y nosotros, somos las galletas. Hay que reconocer que la sociedad refleja múltiples culturas dinámicas, la moda es mucho más rápida que la cultura. Empresas como Zara, H&M o Shein, ha creado un ciclo vicioso donde las colecciones se renuevan a un ritmo frenético, promoviendo la mentalidad de úsalo y tíralo. La producción de moda ha escalado a niveles alarmantes. En un solo año, la producción de prendas ha crecido un 400%, mientras que las imágenes de nuevos lanzamientos se inundan en las redes sociales, alimentando la voracidad de una audiencia cada vez más joven. Las plataformas de redes sociales, como Instagram y TikTok, han sido cómplices involuntarias de esta cultura del hastío y del deseo constante. La necesidad de mostrar un “outfit del día” o “OOTD” se transforma en un modo de validar la propia existencia social; una carrera frenética por estar siempre a la moda. El fenómeno de la “moda de influencer” aprovecha esta vulnerabilidad, convirtiendo a los jóvenes en consumidores insaciables que creen que su valor reside en la cantidad de prendas que poseen. Así, mientras dobladillos y botones se acumulan, la verdadera identidad se va desintegrando poco a poco.
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The Rise of Overconsumption?
The big fashion industries have become the cookie monster and we are the cookies. We must recognize that society reflects multiple dynamic cultures, fashion is much faster than culture. Companies like Zara, H&M or Shein, have created a vicious cycle where collections are renewed at a frenetic pace, promoting the use it and throw it away mentality. Fashion production has escalated to alarming levels. In just one year, garment production has grown by 400%, while images of new releases are flooded on social media, feeding the voracity of an increasingly younger audience. Social media platforms, such as Instagram and TikTok, have been unwitting accomplices to this culture of boredom and constant desire. The need to show off an “outfit of the day” or “OOTD” becomes a way of validating one’s social existence; a frantic race to always be in fashion. The phenomenon of “influencer fashion” takes advantage of this vulnerability, turning young people into insatiable consumers who believe that their value lies in the number of clothes they own. Thus, while hems and buttons accumulate, true identity slowly disintegrates.¿Qué puede crear un sobreconsumo en la actualidad, especialmente en los jóvenes? Desencadena una metamorfosis extraña e inquietante. Un adolescente promedio tiene un teléfono con aplicaciones reconocidas a nivel mundial, al momento de entrar a Instagram, encontrará un sinfín de estilos de vida muy excepcionales y esto se convertirá en la rutina de su día a día, consumir y consumir contenido irreal. Los jóvenes, en su búsqueda de la validación en un mundo digital ávido de "me gusta", adoptan estilos que no resuenan con su ser interno. Es común encontrarse con adolescentes que, en un esfuerzo desesperado por encajar, transforman su apariencia para imitar a sus ídolos, dejando de lado la esencia única que cada uno posee. La ansiedad crece proporcionalmente con el número de seguidores y me gustas, creando un ciclo de desesperación que puede llevar a la depresión. Un mundo donde el vestir se observa en un acto de supervivencia social puede tener efectos devastadores en la salud mental.
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Consequences on Identity and Authenticity
What can create overconsumption today, especially in young people? It triggers a strange and disturbing metamorphosis. An average teenager has a phone with world-renowned apps, and when they log on to Instagram, they will find an endless number of very exceptional lifestyles and this will become their daily routine, consuming and consuming unreal content. Young people, in their search for validation in a digital world eager for "likes", adopt styles that do not resonate with their inner being. It is common to find teenagers who, in a desperate effort to fit in, transform their appearance to imitate their idols, leaving aside the unique essence that each one possesses. Anxiety grows proportionally with the number of followers and likes, creating a cycle of despair that can lead to depression. A world where clothing is seen as an act of social survival can have devastating effects on mental health.La intersección del sobreconsumo, las redes sociales y la crisis de identidad en la juventud contemporánea representa un desafío aterrador que no puede ignorarse. Lo que sucede tras las cortinas de la moda rápida es un recordatorio escalofriante de la fragilidad de vidas humanas y del tejido que conecta a todos en una comunidad global. La moda debería ser un vehículo para la autoexpresión, no una trampa que nos arrastra a la superficialidad. La lucha por recuperar la autenticidad y la identidad en un mundo que parece desbocarse se convierte en un acto de resistencia. Juntos, podemos abogar por un cambio significativo en la industria, buscando redención no solo para quienes crean nuestras prendas, sino también para quienes las utilizan. El camino hacia un futuro más consciente y sostenible está al alcance, una oportunidad que no solo debe ser vista como sostenible, sino como un imperativo moral. Si deseas leer información sobre el terrible caso de Rana Plaza, dale click aquí.
Gran tema amiga. Antes no sabía el impacto que tiene la moda sobre el medio ambiente, pero ahora intento ser menos consumista y de alguna forma alargar la vida útil de cada pieza que adquiero. Intento también comprar ropa de segunda mano, que además de ser más económica muchas veces es nueva, y el armario cápsula, con colores neutros y piezas que nunca se dejan de usar son otras de las cosas que han cambiado mi relación con la moda.
Me encanta que se hable de esto, y de todo lo que nos lleve a ser más conscientes sobre nuestros impacto en el planeta.
Gracias ♥️✨️
Siii, yo ahorita estoy dejando de comprar por solo comprar, porque a veces tengo $5 en mi cartera y voy y me compro algo que ni siquiera sé cómo usarlo o que me guste por solo tener más cosas en mi clóset 😵💫😵💫😵💫
Gracias a tí, por leerme!💘