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Un jueves por la mañana pasé a comprar una torta de jamón y queso en la tienda que se encontraba a la vuelta de casa, hecho con pan francés, una rebanada de jamón, una rebanada de queso, un poco de cebolla y una raja de chile jalapeño; el alimento estaba dentro de un contenedor de plástico, envuelto en una servilleta ecológica y una bolsa plástica.
Al pagarle al vecino el precio de la mercancía, salí en dirección a la biblioteca a realizar algunos trabajos pendientes. Mientras comía lo que consideraba una parte complementaria del desayuno, degustando su sencilla combinación, surgió en mi memoria un recuerdo de la niñez.
Por la misma cuadra de la tienda, a tan solo una esquina y media, había otra tienda regentada por una señora de carácter dulce y servicial, en donde se vendían sabritas, refrescos, dulces de tamarindo, y tortas de jamón y queso. Muchas veces mi madre solía comprarle unas cuando me llevaba a la escuela; la señora lo preparaba tostando primero el francés, untándole después la mayonesa y la mostaza, unas rebanadas gruesas de jamón y queso, y su chile jalapeño.
Yo feliz lo comía en las horas del recreo de la escuela todas las veces que mi madre podía comprarme una.
Los años pasaron; la señora en algún momento decidió cerrar la tienda y jubilarse, condicionando el espacio para una vivienda. Me pregunto cómo estará ella. Espero que se encuentre bien de salud, agradecida siempre de haber formado parte de mi infancia gracias a la elaboración de ese delicioso alimento que me hacía sonreír.
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