El hambre tras la puerta (parte 1) cuento por entrega

in Literatos4 days ago


Ayer recordaba aquellas novelas que fueron publicadas por entrega en los periódicos y pensaba en lo bueno que sería que esta modalidad; ya que hoy en día, al menos en Cuba, es difícil publicar y, por otro lado, en el mundo es complicado seguirle la pista a los nuevos autores, a las nuevas obras.
Por eso, creo que los periódicos y revistas serían una buena plataforma para revivir esta modalidad de publicación, que tan bien le hizo a la literatura, pero también a los escritores del mundo en aquellos tiempos.
También, aquello servía de termómetro para saber lo que funcionaba y lo que no.



El hambre tras la puertaHola, #comunidad de amantes de la #literatura en #Literatos. Aquí en #Ecency, en #Hive la complicación está en la cantidad de recursos que tenemos para publicar textos largos y con periocidad. Por eso se me ocurrió que podría (o podríamos) publicar textos largos de ese modo, por entrega. Así que voy a comenzar a publicar cuentos largos de mi autoría, por entrega, aquí en esta comunidad repleta de escritores. Además, los invito a ustedes a seguir esta especie de iniciativa, si lo quieren llamar de ese modo y leamos textos más complicados. ¿No es así @restaurador, @daddyvaldes, @marabuzal, @maylink, @geyler13, @marydeluz y demás escritores? Aquí les dejo la primera parte de mi cuento de #terror:

Kenia sintió los pasos a través de la puerta. El miedo recorrió todo su cuerpo una vez más. Era una sensación familiar. Él debe tener mucha hambre para que vuelva tan seguido a mi cuarto, pensó, mientras veía la puerta abrirse para dejar paso al hombre desnudo.
—¿Todavía nada?
—Aún no —respondió ella con miedo a que su respuesta no lo complaciera—. Eso lleva su tiempo. La vez pasada no me di cuenta hasta los dos meses.
Sus temores se hicieron realidad, aquello no le agradó. La viró sobre la cama, le levantó la saya, escupió una saliva bastante abundante en su mano, y la untó entre los labios menores antes de penetrarla. Kenia ya no derramaba lágrimas. Había aprendido, por las malas, que si lo hacía resultaba peor. En el pasado, los golpes recibidos por su llanto, le habían cobrado dos dientes y varios moretones en su cuerpo.
Mientras él continuaba en su tarea, Kenia se ponía a soñar en el momento de salir de aquel hueco donde vivía. Mas aquello era solo un sueño. Él no es tan malo, se decía a manera de consuelo al verlo encima de ella.
Y cerraba los ojos.
Kenia era la que más había durado con él. La mayor de las hermanas. La preferida. Un hecho que podía terminar el día que el hombre desnudo quisiera. Hasta el momento, le permitía salir a pasear con él de vez en cuando. Le hizo regalos, compró ropa; la alimentó bien y complacía sus antojos, pero solo cuando quedaba en estado.
Eso era en el tiempo en que no tenía hambre.
Se vino dentro de ella, con un gemido de satisfacción parecido al dolor, que a Kenia le señaló que había terminado. Ella se giró hacia él y lo miró detenidamente.
—¿Has considerado lo que te pedí?
—¿Para qué quieres ver a tus hermanas?
—Para saber cuál está embarazada, y darle un poco de aliento y consejo. Les va a hacer falta cuando llegue el momento. Ellas no están preparadas tanto como lo estoy yo.
—Todas han pasado por eso, al menos una vez, Kenia. Lo sabes bien.
—Hace tiempo que no pides que te ayude en un parto. ¿No tienes hambre?
—Mucha…, pero yo espero. Ya cállate y pon las piernas en alto para que entre. Mañana nos vemos.
El hombre desnudo intentó levantarse, pero ella lo detuvo por el brazo.
—¿Puedo al menos hablar con alguna? Con cualquiera de las dos…
—Concéntrate en lo tuyo —la silenció con autoridad—. Es lo que realmente debería importarte, Kenia. Si tanto te preocupas por ellas, deberías comenzar por complacerme a mí.
—Sí…, Padre—dijo Kenia, resignada, al ver que la puerta se cerraba tras el hombre desnudo.

En aquel momento el sonido de los pasos a través de la puerta no era su mayor preocupación, pero era inevitable que se asustara al menos un momento. Un reflejo condicionado en ella a través de los años. Normalmente, durante el embarazo, él la cuidaba y la consentía en todo. Bueno, en casi todo.
El hombre que abrió la puerta, esa vez vestido, entró con una bandeja.
—Desayuno para mi reina —dijo mientras ponía los platos en la cama—. Dime: ¿Cuánto tiempo tienes de atraso?
—Harán dos semanas mañana.
—¿Segura?
—No es mi primera vez, Papá.
—No me digas así, Kenia, sabes que no es de mi agrado; menos ahora.
—Ya te complací, esto era lo que tanto querías ¿no? ―se tomó su barriga con ambas manos―. Déjame verlas, necesito saber que están bien, César. Para mi tranquilidad. Dime.
La expresión de su rostro cambió bruscamente al escuchar su exigencia.
—No volverás a verlas, Kenia. Ni hoy ni mañana. Y la culpa es solo tuya.
—No me digas que…
—Me pediste que esperara por ti —la interrumpió tajante—. Voy a darte un hijo pronto, dijiste. Que no las hiciera pasar por eso de nuevo. Bueno…, ahí lo tienes. Te demoraste casi seis meses en salir embarazada desde que te ofreciste a tomar su lugar. Tenía que comer, Kenia. Ellas eran mucha tentación y tuve que quitarla de mi camino para poder cumplir mi acuerdo contigo. Me dolió hacerlo. De más sabes que ese tipo de comida, aunque me guste, no es mi preferida.
—¿No podías esperar un poco más? —preguntó Kenia, llorando sobre el desayuno.
—Tenía hambre, querida, aún la tengo. Sabes que si algo no se puede aguantar, es eso. Ahora come, preciosa. Esa cría tiene que nacer sana y fuerte.
Al cerrarse la puerta, tras el hombre vestido, la cabeza de Kenia comenzó a funcionar como una máquina. Ya no podía contar con las hermanas y su padre no tenía a más nadie que lo alimentara. El bebé debía llegar en siete meses. Ocho con buena suerte…, o con mala. Eso dependía de si él podía aguantar su hambre por ese período; a lo mejor un poco más. No sabía qué tiempo le durarían las nuevas provisiones. Por el momento ella estaba bien. Se sintió tranquila. Además, Padre no iba a hacerle nada mientras Kenia llevara a su hijo dentro de su barriga. Pero, ¿y si nacía hembra? Ya ella no sería la única que podía parirle. Además, cada día sería más vieja. ¿Se alimentaría de ella?
Nuevamente la efímera calma en su cabeza desapareció. Tal parecía que en realidad nunca había llegado a existir una. No, Padre no lo haría, se dijo. Jamás ha criado a ninguna de sus hijas. Ni las de sus hermanas. No iba a comenzar ahora ¿o sí? Se impuso calma y dijo en voz alta con la esperanza de que se hiciera realidad: Esta vez será diferente.
Esa vez podría ver crecer a su nueva hija. Al fin no tendría que pasar por el amargo momento de alimentar a Padre. Aquella idea la hizo feliz. Sin embargo, él tenía hambre: demasiada, ya se lo había dicho.
La última vez que estuvo en ese estado, se alimentó ahí mismo, delante de ella. Aquello dejó una marca en la memoria y la vida de Kenia. Acababa de llevar al mundo a su primer varoncito y tuvo que ver cómo desaparecía casi con la misma velocidad con la que lo había parido. Padre tenía hambre. Era real aquello que tanto imaginó y temía, solo que nunca lo había visto ocurrir antes.
Hasta ese momento solo había estado en su cabeza.
Fue aquella escena la que volvió realidad sus peores pesadillas. En el fondo de su ser, presentía el fatal destino de sus descendientes –independientemente de su sexo, porque a veces ni lo conocía–. Pero como toda madre, siempre mantenía la esperanza, de que, a Padre, al salir de la habitación con el bebé aún llorando en sus brazos y cerrar la puerta tras sí, se le quitara el hambre.
Mas no era así.

FIN DE LA PRIMERA PARTE

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 4 days ago  

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Muchísimas gracias.
Estoy ansioso por saber cómo sigue esta historia.
Es una idea genial la publicación por entregas. Pronto me sumaré.

Oh, eso sí que me llena de alegría 😁. Disfrutaré mucho de leerte.
Abrazos