Al compás de una cerveza/Por @acostacazorla

in Literatos3 years ago
Tenía ganas de beber ese día, hacía algo de calor, tenía dinero y las cervezas eran expedidas por todas partes, blancas, negras, rubias, importadas, artesanales, de botella o de sifón.

Tomó camino al centro de esa ciudad nueva para él, donde no conocía a nadie, donde lo único malo que podía tener una cerveza era que no había con quien compartirla, como lo hacía en su pueblo, entre amigos, contando los cuentos de siempre.

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Y entró allí, al mejor establecimiento, sintió que todos lo miraban, un extranjero es un extranjero, una cara rara, otro paso: un inmigrante.

Frente a él creció la barra, amigable y salvadora.

-Dos cuello negro -dijo con seguridad.

Y el sifón espumoso, sonoro y lento de espesura comenzó a llenar hasta el colmo un jarra grande y larga de vikingo; en ese instante cerró sus ojos y estuvo en su barrio tomando en la puerta de una licorería, a pico de botella, sentado como todos los demás en gaveras y pedazos de cartón, tomando y sudando.

Luego abrió los ojos y pidió otra cuello negro.

Sentía que el mundo se reducía a esa cerveza, al fondo se escuchaba música country, el frío de siempre ganaba su espacio acostumbrado, se puso los guantes y la bufanda, se ajustó la chaqueta y se tomó una selfie; y fue en ese momento que notó que desde una mesa lo llamaban con una seña de la mano, lo invitaron a sentarse y lo hizo, a los pocos segundos una tibia mano toma la de él y juntos salieron a la calle.

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Los perros de allí son leones marinos que en momentos se atraviesan como elefantes muertos, el río es ancho y bravo, llega a su casa con ella, seguro de que no la verá nunca más.

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