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Álvaro y yo
Hacíamos ejercicios, un poco de teatro, leíamos poemas y nos los aprendíamos de memoria.
Con Álvaro la relación tomó un curso más profundo, quizás porque éramos orientales, y llevamos las aguas del golfo en la sangre; así mi interés por el cerebro humano encontró en él a un maestro genial, con una didáctica impecable y una experiencia académica magistral.
Todos los entrenamientos terminaban con un café o con algún whisky, del que también heredé algún conocimiento.
En noviembre, Álvaro fue al médico, le dijeron que tenía cáncer de páncrea, y que solo le quedaban tres meses de vida. Ningún brujo fue tan certero como este médico, pues Álvaro falleció el viernes 7 de febrero, en horas de la madrugada. Él trató de mantenerse entrenando hasta el último momento y me decía: "Solo haz tu trabajo".
Como me hubiese gustado que esa cofradía de miradas que tuve con él, en los últimos días, hubiese bastado para ganarle la pelea al cáncer; él hizo el mejor de los esfuerzos y fue mi cómplice en la búsqueda del milagro, pero no se pudo.
Me queda su ejemplo en el corazón, el compromiso de seguir aprendiendo, el entregar amor en cada sesión de trabajo, y el estudiar mucho, mucho, para algún día parecerme, aunque sea un poquito a él.
Me duele la muerte de Álvaro, como duele la muerte de un familiar muy cercano.
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En el camino encontramos hermanos que se adueñan de nuestro corazón y hasta de nuestra vida misma, de una buena manera.
Y cuando ya no están, recordarlos, mas allá del dolor, es un respiro de alegría, se siente como el corazón vuelve a palpitar, como si fuese allí donde decidieron continuar viviendo.
Un abrazo fuerte y un brindis a la memoria de Alvaro.